27 de septiembre de 2007

Tomo mates amargos. El monitor de esta compu tiene los colores virados, pero -todavía- no me hace picar los ojos. Me desperté hace poco, y aún -tres de la tarde- no comí. Necesito cigarrillos, un mate, revisar el correo, ver si hay gente on-line. Todas, actividades mecánicas que cumplo como un tonto ritual, un ritual que, a excepción del mate, no me alimenta.

Me siento lento. Para moverme a paso de viejo que se ha tomado de más algunas pastillas la noche anterior, y no sé da cuenta de dónde sale esa pesadez, ese sopor. Lo atribuye al clima, al calorcito agradable pero adormecedor que va trayendo la primavera, y me acuerdo del chiste de Mafalda: "por suerte, he llegado a la primavera".

El mate está delicioso. A través de la ventana de la biblioteca, veo el ciprés, que, a medida que continúe el buen tiempo, se irá adornando de esas florecitas celestes -que tienen nombre-, de una enredadera que nace del pie, que sube un par de metros, que separa algunos tallos -no por elegidos- que dejan así, colgando, sus perendengues celestes.

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(Agradezco a la "troesma" la ampliación de mi vocabulario.)

24 de septiembre de 2007

Me afeité mal, anoche. "Como el sol...": qué tonta sensación de felicidad austera me da afeitarme. Pero me había crecido un poco, y me concentré en la barbilla y el bigote, que es en donde más me crece esta miseria de barba que tengo. Y las mejillas quedaron medio medio, con un pelito por aquí, otro por allá. En fin, apenas llegue a casa, repaso.

Estoy en un cýber del centro, y alrededor las máquinas se han ido poblando, una para cada persona, lentamente. A las compus en los cýbers se les dice "máquinas". Y la subsiguiente complicación: de tanto entrar a los mismos, cuando vas a una telefónica dudás, y a veces se te escapa, "una máquina, digo, una cabina", y la chica -tiene que ser una chica- sonríe. "A todo el mundo le está pasando", comenta, contenta.

Así que salí, hace diez o quince minutos, de un cýber, para fumar, y para pensar si escribía algo aquí o no, y ahí al toque me metí en este otro. Que es menos formal que el anterior, que es la habitación de atrás de un quiosco -bastante bien instalado, por lo demás-, y en el que siento el perfume de una chica que, dos máquinas más allá, está charlando por messenger o skype.

Porque la chica tiene una cita. Está arreglando algo. Escucha. Contesta con voz grave, arrastrada. No digo que esté cachonda, pero tienen cierto chicle las entonaciones, los diversos volúmenes de voz. Una pregunta se susurra, otra exclamación se apiada, y sigue la cosa. Telefonía redil.

Lo mío es más modesto. No le escribo a nadie en particular, y sólo me preocupa, ahora, decidir si voy a pulir este escrito o no. Porque una relación, vía cara a cara, vía redil, algo grave, pausado, nuevo, que está aconteciendo a mi lado y que termina con un hermoso "chau chau", es algo que me asombra y me pone bien, y tengo ganas de decirle, como la de la telefónica: "nos pasa a todos".

19 de septiembre de 2007

La música de la RFI suena demasiado distinta de la que habitualmente pasan en Córdoba; no puedo menos que prestarle atención. Aunque más no sea porque pasan mucha música en francés, y, en lo que voy de escucharla, dos o tres en inglés -pero no las conocidas-. Siempre tuvo mala fama el rock francés. Será que estamos demasiado habituados a lo que nos propalan.

El cýber hoy está calmo. Le vendo un cigarrillo al que atiende -se lo quise regalar, se opuso, no insistí-. A mi lado un gordo juega al básquet; el juego tiene figuras de basquebolistas atléticos, altos, pelados, negros. Al otro lado un chiquito de anteojos y pelo que se le para juega a otra cosa, que no veo. La siesta en Coronel Olmedo triunfa con su desidia, su pasar el tiempo, su falta de mate -acá-.

Canta ahora un tipo que probablemente sea africano, y tiene mucha onda. El suelo del cýber está algo sucio. Pasan cada tanto autos y motos. Recién vi una que era un engendro con cruza de bici. En el volante llevaba el tanquecito de nafta. Los chicos estaban reunidos alrededor suyo, y un chico teñido con un poco de rubio la aceleraba clavando el freno, haciendo patinar la rueda trasera.

No se conecta Mara. Hace varios días que no chateo con ella, y extraño un poco su tono desenfadado y cortante de sus 20 añitos intelectualosos. Anda de tía. Se va a divertir en grande.

16 de septiembre de 2007

Medianoche del sábado al domingo. Se está preparando un asado. Con un fernet con coca, con puchos, con el cenicero lejos, escucho música. El televisor, muy de fondo, atrás, como que pasa noticias. Un asado más en mi vida -qué bueno-, y todavía hay poca gente.

El cenicero está lejos, pero el encendedor no. Pero me pongo las pilas. En mi pieza, copiándole a una vieja amiga que hace mucho que no veo, tiro a veces colillas al suelo: para que se apaguen, para no caminar hasta el cenicero. Cuando estoy acostado -y tengo un tachito al lado, pero algunas veces no le acierto-, con la luz apagada, escuchando música, voy tirando cada pucho que me fumo, entre la cama y la pared, al costado. Pared oeste, de allí principalmente llegan los ruiditos del parque.

Entre ayer y hoy estuve escuchando bastante Mozart. Es música que transcurre con facilidad, con ligereza; uno no se puede indigestar con Mozart. Desde el Romanticismo comienza la complicación. Bueno, estuvo Bach, pero es caso aparte. Quizá el Clasicismo fue la época más transparente de la música occidental; algunos conciertos checos para corno, y otros, que tampoco son de los compositores más renombrados, para flauta, denotan el mismo espíritu.

Por lo pronto, fernet con coca y Las Pelotas. Sería contraproducente proponer Hindemith para deglutir el asado. Y ahora aparece Calamaro.

10 de septiembre de 2007

Anoche llovió. Al principio, a eso de la una, cayeron algunas piedras, gordas, pesadas, y el alerito de plástico que bordea, arriba, mi pieza, castigado, hacía más evidente la lenta pedrea. Luego me dormí, después de escuchar un ratito RFI -error de retransmisión de la 94.3, que, para esa hora y según lo que habían anunciado, iba a pasar BBC-.

Amaneció el pasto mojado, hermoso. Algo de barro, mucho de nubes claras, y comenzar el día dejando atrás el comienzo de gripe que me tenía molesto los últimos tres días. Retomé, mate mediante, El Paraíso en la otra esquina, una novela reciente de Vargas Llosa que, hay que admitirlo, no está mal escrita, aunque su principal problema, a mi juicio, es que se destaca más por la elección de sus temas que por el tratamiento que le da al lenguaje.

Quiero decir: cuenta cosas, entrelaza historias, pero no puedo disfrutar del modo en que está escrita. Es bastante transparente, lo que se me hace un problema. Pero estoy seguro de que habrá lectores agradecidos del oficio y habilidades de este autor, que para ellos, sobre todo, escribe. Vargas Llosa tiene otras novelas, más notables, que prefiero. El punto central de mi crítica a esta novela es que, creo, la olvidaré pronto.

De ojotas en el cýber -estar de ojotas es siempre un placer para mí, incluso en invierno, si bien, con los fríos lo estoy, entonces, con medias-, veo los pinos del cantero central de la avenida agitarse levemente por la brisa que, tras la puerta de vidrio, corre afuera. El cýber está más o menos vacío. Pienso que saldré a fumar un cigarrillo, afuera, a ver cómo Telecom arregla uno de sus aparatos -están con la camioneta-, a ver a los vecinos caminar lentamente por el barrio, a ver la vida avanzar lentamente, como una mariposa torpe, sin buscar nada aparentemente, sólo con la modorra y el placer de esperar los buenos calores.

9 de septiembre de 2007

Va a comenzar, en unos días, la primavera, acá en Córdoba. Pero, para mi pesar, pasé los últimos dos o tres días con un principio de gripe. Qué mala pata, yo, que no la sufría desde hace años. Todavía un poquito débil, no dejo, no obstante, de fumar. Acá en el cýber lo permiten y, con una pepsi, me dedico a escribir algunas cosas olvidables, para mí sobre todo.

Olvidables porque la escritura de un blog es muy pocas veces para mí algo que signifique "literatura". No tiene nada de solemnidad -mal que aqueja a la mayor parte de la escritura artística-. Es, más bien, un comienzo de comunicación, dándose, como se da, en el mundo de los blogs una lectura inmediata -y descartable- por parte de los ocasionales internautas. Más que mundo virtual, mundo volátil.

Un chiquito de piernas torcidas juega a mi derecha uno de mercenarios y terroristas. Las perspectivas generadas por el juego, pasillos y cajones de carga, y avanzar a la carrera mientras se dispara a lo loco: vaya a saber si, con una buena ortopedia, el chiquito este podrá en algún futuro correr como lo hacen sus dedos. Por lo pronto dice: "comprar armas, comprar municiones", y se lanza a la aventura, comentándole a otro: "¡le volé la cabeza!", por lo que es calurosamente felicitado. Al ser muerto, se levanta y ratito de la silla, y renguea.

La puerta con rejas me asoma a la luz de la calle. La Ildefonso Muñecas está pavimentada de hace rato, pero las otras no. La Ildefonso Muñecas tiene una ciclovía en su cantero central, y por allí se pasean, a toda hora pero sobre todo hoy, domingo, en vuelta de perro, los jóvenes y los viejos, viéndose, haciendo barrio. Yo, que soy de más allá, del Camino, un poco ajeno a esta fraternidad de verse todos los días, vengo y me voy, para escribir algunas cosas aquí, para leer mails, para ver otros blogs.

Después vendrán las horas de los libros; de Michel Tournier, a quien empiezo a amar; de Vargas Llosa, que cada vez más me parece un gil; de poner un disco u otro y, allí sí, poner cara seria y querer escribir.

6 de septiembre de 2007

Bernardo Kordon es un escritor simpático. Pero tiene escrito un libro, 600 millones y uno (1958), que es un panegírico del estado en que se encontraban la URSS y China en esa época. El título hace referencia a la cantidad aproximada de habitantes de China por ese tiempo. Kordon hace un viaje en el que la maravilla y la esperanza priman: no es que todo sea allí novedoso, sino que observa que la población es mayormente feliz, frente a la realidad de años o décadas atrás, en los mismos lugares.

También leo una recopilación de textos referidos al II Encuentro Internacional de Escritores Antifascistas, que se dio en España en julio de 1937, en plena Guerra Civil. Pese a que la República estaba seriamente amenazada (y sería de hecho vencida por Franco en 1939), se respiraba también en estos textos un gran optimismo. De hecho, la gran mayoría, si no todos, pensaban que iban a ganar.

Textos viejos ya, que chocan con lo que se respira en la Argentina de hoy: individualismo, descreimiento de todo, cinismo. La memoria se borra rápidamente. Hace 60 años, un escritor podía viajar a los países socialistas (viaje quizá pagado por "el Partido", como se le decía), y a su regreso publicar en Buenos Aires un elogio de lo allí encontrado. Hoy, Bernardo Kordon ha sido prácticamente olvidado: a excepción del poema que le dedica Joaquín O. Giannuzzi, donde lo exalta por esas dos virtudes: viajero y cronista.