30 de diciembre de 2010

Flexiones, reflexiones

Son las cuatro de la mañana y vengo de comprar puchos. Me saco la remera (la verde, la de Nazca: toda rotosa ya, tan querida por mí; heredada) y me vengo a escribir, a intentar escribir, a querer lograr algo mediante la escritura (¿hedonismo de textos que se cumplen?).

Pensaba, recién, en por qué o cuándo escribir. Pensaba en que, ahora, no había necesidad (en el sentido de urgencia; en el sentido de perentoriedad), y que quizá más valía reflexionar sobre esto que vengo haciendo, lo de de publicar -poemas, anotaciones- en la red, lo de ser (apenas) leído, ese incidir tan suave, tan levemente en el mundo: el de los potenciales lectores. (Como si buscara producir un efecto: fama o respuesta.)

Hay una felicidad, pequeña, personal, que consiste en ser, de algún modo -nimio, risible- algo que existe: esto que digo de mí ("leo y escribo"), esto tan sencillo en que me afirmo sin más, se cumple de un modo casi imperceptible; como un vagido del que muy pocos están anoticiados. Pero dicha identidad, que se realiza mediante la publicación (eso me digo), basta para hacerme ser.

Esto, en lo referente al oficio, a la ocupación. Comienza a no alcanzar.

(Tal Gabu duerme de espaldas en el sillón-cama-cofre, y se siente de acá -nos separarán unos cinco metros- su acezar regular y pausado. La luz del foquito, amarilla, diseña sombras bastante precisas de unas pocas cosas: la mayoría de los objetos de esta sala están más bien cálidamente iluminados, expuestos. Tengo puertas y ventanas abiertas a la noche, y no se escucha, mayormente, otro ruido que el del tipear mío. Como le escribía a una profe hace un rato, trabajo de noche como si fuera el último romántico alemán.)

(Pero no: esto que hago se repite, seguro, en muchas otras piezas nocturnas, silenciosas, apaciguadas; esto que hago es hecho, seguro, por muchos más, por muchos que ahora estarán elaborando escritos, mundos, a pocos de los cuales, seguro, accederé.)

Fumo. El tiempo de escribir, en mi caso, es relativamente breve. Una hora, una hora y media, y ya está corregido. Luego viene la publicación, y entonces quedo a la espera de nuevas ganas de escribir. Que es eso lo que me mueve a hacerlo; o el aceptar la primera frase, que debe ser la justa, la que me convence o autoriza a continuar, y el resto es mero trabajo -impulso, ganas, disfrute-. Como un gozoso deber que no tengo el privilegio de cumplir a voluntad, sino que es como una gracia: medida, aperiódica.

El resto del tiempo de "trabajo" (cómo llegar a usar esa palabra...) es leer, escuchar música. Ocupación que de a ratos me enerva y que muchas veces es estéril: como un hamster (ya lo he dicho) que gira en su ruedita, frenético, obtuso. Y es esto lo que me lleva a decir que lo de "leer y escribir" ya me parece que no va. Que la lectura tiene que empezar a servir para otra cosa ("para una causa más noble", se me ocurre decir), aparte de ese mi asistir a las obras, ese verlas sucederse como lenta caravana del Arte, vagones y más vagones de un trencito que no acabará nunca de pasar, antes la muerte.

Pensé en escribir más sobre lo que leo, sobre lo que escucho. Pensé en pensar más: en elaborar "cosas" sobre ello. Por lo pronto releo El libro que vendrá, y tengo pendiente una relectura de Política de la inmortalidad, como para que me queden algunas ideas, algunos conceptos; como para no convertirlas en lecturas meramente literarias -cosa que tiendo, hedonista de mí, a hacer con los ensayos y con el saber en general-. Pero ¿y el ágora...?

Fumo. Será que a mí también me alcanza ese formular votos de fin de año. Fumo y tomo mate. Será que también para este sitio se cumple un ciclo, será que es hora de renovarlo (¿volantazo, mutación?). Me acomodo la espalda y pienso. (A lo lejos escapa, lento, un auto; ya no se lo oye.) Será que la noche de nuevo me cobija y, pícara, me alienta a pensar como posible un cambio.

22 de diciembre de 2010

No respirar

Toso, carraspeo. Parece que el excesivo calor, a tres de la mañana, no descansará. Me saco las ojotas, oh malhadada Fulgi, Fulgie Fergusson. Fumo, apoyo el codo derecho sobre la mesa, mientras que con el izquierdo sostengo el cigarrillo, y sopeso, profesional, a Blogger, ahí, en el monitor. Veo mi sombra, la de mi cabeza, en la pared, y la veo oscilarde a ratos, para pensar qué frase poner a continuación. Inflexiones, pausas; respirar cada tanto; no respirar. Chilla un gato de un modo espantoso -es como si lo estuvieran acogotando-, varias veces seguidas, luego calla. Ladra dos o tres veces un perro. A lo lejos. El Gabo -a lo cerca- se acomoda en el sofá-cama-cofre. Luz sin compasión.

Maurice Blanchot 
Mazza me prestó un libro de Blanchot, El libro que vendrá. Interesante, instructivo: llevadero. Libro viejo (de 1959), muchos todavía lo leerán como anoticiándose. Así, terminan repitiéndose con los de siempre: Claudel (bueno, éste, no tanto), Kafka, Artaud, Proust, etc.; y de ellos vuelven a hablar, una vez más, fascinados. Prosas de principios del XX; deidades inapelables que condenan sin paliativos lo otro. Figuras de cera, en fin, a las que todavía se reverencia, temor sacro.

Lo que pasa es que la Academia sigue leyendo a los mismos ensayistas, pareciera. Y de ahí van a los libros: no son de aventurarse sin garantías o guías, sin parámetros. Pareciera. Digo, porque ésa es la bronca desde la que podría hablar, yo, que estoy fuera de la Academia y no conozco, ni de lejos, los verdaderos dimes ni diretes de sus meandros. Broncas ideales, sin interlocutor concreto, sino fantasmático.

Fumo. Siento un sudor leve en los hombros, donde pareciera que está pesando ahora todo el fragor de esta noche de verano. Me meso el cabello, como nueva inflexión, como una cuenta más de este "rito" un poco llevado a la bartola, aunque con pilas. Pienso estos días (y de antes de lo de Blanchot) en pensar, por escrito, los libros, las lecturas, y me veo sometido a un doble movimiento, que a veces me hace decir "sería trabajoso pero fructífero" y a veces "no soy para eso". Nueva disciplina a imponerme, me fatigo de antemano y renuncio. Todo, me digo, tendría que pasar en el silencio, la emoción tranquila, de la lectura.

Recibí a unas Testigos y les declaré sin ambages (quiero decir: algo agresivo; algo presuntuoso) mi ateísmo sin vuelta atrás. Quizá no vengan más, quizá pase un año o dos antes de su regreso. Esperemos. Con todo, me di el gusto de declararles que no creía que en una revistita de 16 pp. estuviera contenido el propósito de la vida; lástima que no les haya hecho saber de mis reparos a la existencia, que tranquilizadoramente dan por sentada, de dicho propósito.

Escucho, desde la calle, un como cercano masticar zanahoria. Qué habrá sido. Por lo pronto, tengo la felicidad de saber -gracias, Ñ- que en Santa Fe (Rosario, pongamos) editaron un creo que poemas reunidos de Inchauspe. No está en El Espejo, me aclararon hoy por teléfono. Recuerdo cuando conocí unos pocos poemas suyos, en el Diario de poesía: qué sorpresa, que estupefacción grata, qué regalo. De lo que recuerdo: poesía verdadera.

Se aleja una moto por la Agustín Garzón. Prendo un pucho (y van tres en lo que va del 'post'), y por momentos repito los fideos tirabuzón con manteca y queso rallado de la cena. Morfamos con Sergito y el Gabo, escuchando un Charly 'unplugged', acordándonos (Sergito no) de la Epumer (pronúnciese "Epúmer"; puede que hasta se acierte), con Coca y con Paso de los Toros y con hielitos, crítica veloz. Sergito nos hizo conocer un tema en el que el cantante, que, según la letra, no ama precisamente bañarse, declara con decisión que si se baña se traba (o rompe, no recuerdo) el caño. "Escenas de la vida posmoderna."

Silencio, entonces. Calor agobiante. Todavía no es hora de dormir. Todavía queda el desesperarse, el afanarse, el fracasar. Sólo después vendrá el desmayo, tan querido: la nada de varias horas, más conocida como reposo.

18 de diciembre de 2010

Soñé con vos

Llovió. Mediodía en San Vicente, preparo unos mates. Suena una alarma de juguete, la cortan al toque. Ya está estando la pava: eruto un poquito del gas rico de una Paso de Los Toros pomelo, me preparo para preparar el mate.

Llovió. Canta lejos un gorrión, y las gatas comen ahora su alimentito balanceado de hoy. Las gatas: Nikita recién estaba jugando con el señalador de no sé qué libro, y la Felisa callaría, ceñuda y descreída. Gatas que tienen amplias libertades, las dejo ser, las dejo buscar. Pongo Angel Song, disco perfecto, y escucho a mis mascotas mascar. Pasa despaciosamente un auto por la calle, y luego otro.

El jueves escuché a una amiga y su quinteto de cuerdas, junto con un pianista. Hacía rato que no escuchaba música así, de cámara y a la vez nueva, y los ojos se me humedecían por la emoción (hacía rato que...). No había mucha gente, pero el público se mostró cálido, cariñoso. La Remidola, se llamaba el conjunto, y el pianista, Gerardo Di Giusto. Qué música excelente que hay por ahí, perdida; y seguimos propalando bazofias.

Releo, ya tercera vez, el Quijote. Estoy con eso de hace semanas ya, y leo, a veces un capítulo, a veces, 40 pp. Estas semanas ando poco lector, muy escucha discos, bien vagoneta. Lo mejor es la cerveza bien helada, y sentir pasar el tiempo, cadente, cadencioso. Hablábamos con una profe de francés, anoche, y entre cerveza y cerveza me contaba del incayuyo y de la indolencia sabia de los comechingones. Estar echado, sentir pasar el tiempo, no pensar: mi teoría de la duración tiene que ver con cosas muy sencillas, lentas de conseguir, de lograr paladear.

Leí hace poco en Neorrabioso unas palabras de Borges. Dice algo que otros han dicho ya: no complicarse con arcaísmos, con vocablos desusados. Esa cuestión me ha quedado picando varios días, sobre todo porque en muchos poemas pongo cualquiera, con tal de que suene bien. Como si todo fuera el sonido, en los poemas ágrafos, y la rigurosidad y equilibrio en la construcción sintáctica. Como querer alcanzar otra escritura.

Tiempo que pasa, tiempo que disfruto. Me escribe Gastón, desde el otro lado del Atlántico, en un cordobés lindo por lo básico. La trompeta de Kenny Wheeler rumia los acordes de "Kind Folk", Dave Holland hace un buen walk, irregular, y la guitarra de Bill Frisell es tan agradable, con el timbre que ha elegido, que siento que el mediodía se completa. Fumo, claro; me rasco. Pasa otro auto sobre el asfalto mojado. Leeré.