Mudado, no como Pedro Kuy a lo que según le entiendo es más bien campo o pueblo, sino de las afueras al asfalto, a casa de barrio, barrio tranquilo. No se la pasa mal: más de quince años rodeado de papa o zanahoria, luego soja, y un aeródromo que los fines de semana despacha paracaidistas coloridos, feamente coloridos, para pasar a vivir en un lugar donde, ¡increíble!, los cigarrillos se compran cruzando la calle.
Las costumbres, por lo pronto, se modifican auditivamente: hay ruido leve pero notorio de autos y colectivos que pasan, y que pasan, y que siguen pasando (como un poema sobre modelos leído en Diario de poesía). No desvelarse: de lo contrario contarías las medias horas, las horas de la frecuencia del transporte. Vecinos, y empezar a saludarse, a conocer. ¿Y a qué almacén le compro? Curiosa necesidad de compromiso: porque el otro te ve pasar, luego comenta. Y territorios reducidos: si antes vivía en una casa con una hectárea de parque, ahora mi habitación es de 3 por 4, y los techos, bajos, no favorecerán la frescura más adelante, más hacia el verano.
Cambio de horarios: porque sigo viviendo con otra gente, pero que tiene un ritmo diferente de alimentación. Cambio de comidas: casera, pero distinta (cada comida casera es distinta). Sólo algo borroso, ambiguo, maleable, persiste: mi yo, que asiste a la variación externa, y responde.
Porque hasta el aire es distinto, y las distancias, y los amigos. Estos últimos ahora visitan más regularmente, los muy chantas, porque, por un buen rato, he dejado de vivir en el culo del mundo o, al menos, de Córdoba.
Tamarit: hace siglos que no ando por este blog, el mío o ningún otro. Zárate es una ciudad elevada a la vera del Paraná. Ya voy a escribir algo sobre ella. Me alegro por tu mudanza, por el cambio. Te leo, como siempre, agradecido.
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