El mate se ha lavado y es la siesta. Y me comí lo que quedaba de los fideos de anoche, y estoy satisfecho. Más allá de eso, leí, y escucho música, y tengo clases, más tarde. Y no tengo ninguna ambición en la vida más allá de la de leer y escribir. De continuar con esto.
Bob Wilber y Kenny Davern se divirtieron a lo loco, en esa grabación en vivo que ahora escucho. Un jazz bien tradicional, pongamos que muy New Orleans. Guitarra, bajo, batería, y saxo y clarinete. Y un swing eterno, que avanza y no se cansa.
Pasa un auto, allá en la calle, y al rato otro. De calzoncillos y ojotas, mi pelo está hecho un asco. Todo duro, todo pelambre. Grasa y humo, y las lagañas en los ojos, que me voy limpiando, fuertemente, morosamente. Desperezarme me lleva un buen rato. Cenicero repleto, lo limpio, y siento a Felisa, que me acaricia la pantorrilla, muy sutil con su cola enhiesta.
Tal para cual: eso aprendemos a ser, con las mascotas. Me prendo un pucho y fumo. El tiempo es divagar.
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Micrófono abierto a las voces del alma de turno.