12 de agosto de 2008

Diganlé...

diganlé ¡oh!/ diganlé que vaya a buscar/ a su amigo eterno/ todos con su fibra de láser/ sigan la mañana/ sin contar cada día/ ¡ah ahahah!


Madrugar, madrugar: por cuestiones de salud (pastillas). Encima, pocas horas de sueño. Podría haberme vuelto al sobre, pero no: me desperecé a lo largo de más de una hora, Esplendor mediante, tonificante, leyendo blogs. Y ahora, escuchar música, escribir. En CNPT, uno puede llegar a sentirse bastante bien, y hacer cosas de que disfruta.

Retomé filo. Y no sólo para llenar las horas (por más que, despechado o descreído o soberbio, algo así me hubiera prometido o prefigurado, hará un mes). No hay caso: me gusta. Me gusta el lento rigor que pueden llegar a alcanzar las argumentaciones, más allá de que hagas mera retórica persuasiva mal (¡la escritura!) o que estés "comprometido" con lo que estás diciendo.

Lenguaje muchas veces de mierda, no literario, digo, a veces ilegible, lo que les importa, al parecer, a muchos filósofos es a dónde les permiten llegar, con el pensamiento al menos, esos textitos "grudosos", redundantes, que a veces parecen escritos por idiotas obcecados.

Me pongo a observar también a los sucesivos profes (horas del día), su lenguaje, y muchas veces adoptan un lenguaje muy choto. Quiero decir: nos interpelan, por ejemplo, sin interpelarnos, esto es, en un diálogo forzado. Se olvidan de pasar la palabra, o la pasan mal. Se transforman, cuando empiezan a "hablar filosóficamente", claro.

Un amigo anduvo en evaluar la filosofía (sus supuestos; sus modelos de hombre, de sujeto, por caso) desde la sociología. Mirar qué se hace en la facu, en filo, desde la sociología, la antropología, la psicología: te seguís cagando de risa, a veces, pero un poquito más científicamente.

-----

"¡Éste es el hombre de hielo!": diez menos veinte de la mañana. "La música de los ochenta" (hubo muchas, como siempre; pero se entiende a qué me refiero) me la pasé por alto. La escuchaba de lejitos. Como andaba con el violín y con la música clásica, mi temprana norma -abandonada tipo 18- fue despreciar al rock, esa musiquita. Bien que sonaba; bien que, de un modo u otro, quedó en la memoria emotiva.

"¿No ves que ya no somos chiquitos?" Me crujo el morbo (quiero decir: la espalda), pienso en el morfi. Tengo una muela a la miseria: mal desperté, y andá a saber qué pase cuando mastique, y si podré masticar. Cielo azul, toque de gris, pájaros breves que se entrevén en vuelo: "¡Ludmiiila!". Muy por mí practicada técnica de escribir dejándome poseer por la música de turno; y abandonado tengo el escribir poemas. Llegaba a los 150, 200 por año: locura del aislamiento. Algo quedó de habilidad: para mejor o peor.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Micrófono abierto a las voces del alma de turno.