Nos engañamos, che: tenemos esa edad que tenemos, y todos los nuevos lo saben. Y te marcan con el Ud., basándose en familias y sistemas, y no se equivocan. Mis sienes comienzan a platearse. Vos te podrás teñir, pero pasaste ya, y varias veces, por la increíble maternidad; y eso se nota, creeme. Por más que aparentemos 35, no es joven esa edad.
Te cuento que le cuento a alguien más que el mate es otro modo de mi culto a vos; huesos crujientes son, lógicamente, soledad, distancia -de todo cuerpo lozano, es necesario-. Llaves irrisorias, por arbitrarias, para los de palo; y sé que vos misma te sonreís, irónica, no desconcertada pero rechazando. Entonces crujo, entonces comienzo a cebar.
La edad nos destrozó. Me miro y no me miro en los espejos: no me soporto esa facha de cretino hundido, no debo aceptarla. Vos inmutable, sí, pero en voz y gestos. No podemos mentir lo esencial: tenemos una forma que nos es, que cada vez se pierde más en pasos/sierpe. Hablabas, claro, del jardín: tesoro frágil; y no enterdernos, chocar obligatorio.
Tengo una frase mía que hace poco te oí diciendo; y ya no sé si es mía o te la heredé: tal es jardín, perdido, morcelé: andróginos errando por mitades, me negaste. Hiciste el mundo: posás inaccesible por conducta.
Todos mis poemas de vos han sido verdaderos: porque te hablaba, ausente. Y la literatura es una chanchada triste.
Siga cebando y haciendo crujir los huesos, aunque duela, si a cambio florecen algunos poemas de los suyos.
ResponderBorrarEl tiempo puede platear las sienes pero no la poesía.
Saludos.