25 de abril de 2009

Callada caminó

Como la piedra que callaba, como la borra que tornaba al silencio, los lisiados caminan a compás y escupen insectos y calaveritas, dentición o almendras que al ludibrio asisten, inmiscuida paciencia o conformación de Escamandros, pecíolos nervados desde la ventana sofrenaban potros, incómodo dromedario y colapsada región de abetos, díscolo inconducente que a la tortura exorcizó del mal, llaga persiste.

Idos como contusos, idólatras y mancebías de ocasión, encarcelado rescoldo que a la hora de la caricia miente, oxímoros en el Estado de fluyente música, la marejada protosensible es como un arrefice de estaño, y las alcanforadas lechugas, caídas, como en parto, coadyuvan, menjunje solicitador, a la testamentaria refriega que los índigos proclaman, cariátide inconducente que todas las noches refresca a albinos, noche de mercedarias, noche de esfinges, noche que atiende al por mayor y que, difusa, forma colágenos estultos y degollaciones.

Fungir mediante el vientre lo que no llegó, o la pesada piedra que al arribo escuálida asoma, vientre galáctico, límite indiscernible que a dos brazos menoscaba, medida suntuaria y funeral, lazo de paredones, inmejorable estación de adioses, "callada caminó". Tomo mi mate a sorbos de jeringa, se desentiende el occipucio y parte, más quebradas, dolida la mañana, ferruginosa, mi espalda es osamenta que, regurgitada por la desviación, colapsa entre antorchas, adocenada suma.

Y lo que fue en el piso, vela arrumaco, mantel de ligamentos y circuito base a modo de colchas, es nada más que sombra de otro velo, velo suntuario y mentolada azucena, conmiserativo dosaje. Porque pese al azul de que obteníamos, liza mediante, pocos e inmisericordes pliegues, rotura de gramática, ardimos para la siega y fuimos morsa de desvelo. Placer deglutido.