16 de diciembre de 2011

La Currucucha Infame: a los tumbos

Apago la colilla. En los auriculares suena "Limón y sal". Comienzo un nuevo mate: y cuántos irán en estas mañanas, estas tardes, estas noches. Vicio de contar; querer glosar a Borges: habrá un mate que será el último. ¿Y si me quisquiera, alguna vez? 

Miro el Nycz que colgué acá frente a la compu, con dos clavos que me facilitara Piedra Limada, clavos tremendos, carpintería. La lámina me dice cosas. Fondo de cartulina azul, la silueta -rostro y torso de trazo simple, neto- es de un cuerpo que se expande. La forma en que están diseñadas las pupilas -con liquid paper- es curiosa; y la luna, "que crece como C", flota allá arriba, elevándose, rodaja de melón blanco, hielo y cristal de un sitio sin estación determinada. 

Prendo un cigarrillo más. "¿Te acerco mi movilización?" Restos de algo que finalmente no vi, bandera del amor y la ternura, me quedo cavilando. Suenan Los Cafres ahora, en la Pobre Johnny. Me crujo los dedos del pie. Cuerpo que tarde o temprano cederá al desgaste natural de las cosas de este mundo, por más que el organismo luche, por más que esté conformado para, en principio, luchar, para oponerse a la erosión, a la inercia. Cuerpo sensible, cuerpo sujeto a padecer diversas afecciones: allá en su departamento, o quizá ya partiendo al trabajo, hay otro cuerpo. 

Mi cuerpo, el suyo. Su cuerpo, hermoso, femenino, salvaje, civilizado. Todo tembló, y partía. Y se negaba. Y yo qué puedo decirle, qué puedo hacer que no sea darle más palabras, dirigirle más palabras. Pobres palabras, puente y muro a la vez entre los cuerpos, sus dueños. Sus dueños, sus usuarios, mentes. Sus yo, sus vos, sus ella. 

Cantan Las Pelotas "La colina de la vida". Prendo otro pucho. Carraspeo, fumo. No pasa por la Filosofía -no pasa por tal o cual filosofía-, sus enunciados. No es simplemente hablar sobre cómo hay que considerar al otro, qué es el otro, qué soy yo. Pasa por qué hago efectivamente yo, o vos, o ella. Como cuando Nietzsche se puso a investigar las diversas morales efectivamente existidas: no el versito, ni lo melifluo, lo bienpensante, sino cómo cada uno realmente vive, viene viviendo: sin tapujos, sin pruritos, sin eufemismos. 

"Tiempo al tiempo; aceite al engranaje." Diez años en el fondo de estar solo -lo de hace dos no cuenta, ser pata de lana la verdad que no cuenta-, y me encuentro con que todo lo tengo que inventar día tras día. Y quiero, claro, pero estoy perdido, desorientado. Quiero e invento, quiero y propongo, quiero y le busco la vuelta; pero me falta el background. Así, sobre la cuerda y sin red, apenas una pértiga que algo me ayuda, voy hacia ella llevándole una planta de albahaca de que ella muerde una hojita con los dientes, y ahí nomás al toque emprendo nuevamente el vuelo al otro extremo, buscando otra cosita que llevarle: una plumita, una ramita, un pedacito de nylon: para esta especie de nidito que como que instintivamente me sale querer hacer: con ella. 

9 de diciembre de 2011

Anotación y espera

Sí, bueno, son las doce: ¿por qué no andar en calzones por la casa? Si tengo cerrados los postigos, si el mate está agradable y, más que acompañar, refresca... Si aparte hace calor, sí, pero del suave, y las 40 Obras Fundamentales de los Divididos, sonando con toda su potencia, baña mi pielcita no sudada, joven, y yo tengo la nítida sensación un poquitín arisca de que esta música no me está enervando, no ahora al menos... Así, andar en calzones por la casa -y no es que ande, sino que estoy sentado en una de las sillas verde quintil, desvencijada y crujidora, frente a la compu- no está ni mal ni bien sino que es una especie de básico dato agradable del modo de conducirme, hoy, por mi ranchito. 

Sí: me prendo un cigarrillo. Sí: la primera seca me asquea un poquito. Sí: dedo pulgar izquierdo, piel resentida de tanto gatillar el encendedor, leve dolor de piel agredida mal por el tabaco, la brasa, el cáncer posible. ¿Pero es que acepto el horror "descolado mueble viejo" a enfermarme de cáncer? Temerlo, verlo venir, sufrir cada vez que prendo un pucho... Alimentar con términos propios la profilaxis biologicista de odiar la muerte, esa Ilustrada... 

Me acomodo la espalda. Por estos días leo la vieja Literal en edición facsimilar, y la verdad que es como un imán, algo de que no puedo levantar la vista: fascinación. Se destaca, en la nº 2, la nota de Oscar Del Barco; pero lo hace como el texto que difiere de un cabo al otro con el resto de los escritos de ese número. ¿Es que es más bien "literario"? Los otros hacen medio que otra cosa. Del Barco pone en juego una materia lingüístico-literaria mucho más rica, más variada, más refinada. Tiene su fuerza, pero tampoco le creemos tanto. No tan cross a la mandíbula como el resto. Releer.

Fumo, tomo mate. Suena Divididos bien al palo. Estoy en calzones y soy seriamente feliz, de algún modo. Criollitos (creo que eran chipacas) envejecen en una bolsita de plástico transparente, acá al lado del teclado. Compré dos Camel, anoche, porque pintó; en la estación no había Gitanes, y no quería llevar de nuevo Philip. La que atendía era pongamos que boliviana, petisita, y andaba como que sin muchas ganas de trabajar. Qué cosa, la estación: ahí es el único lugar en el que me asomo a los diarios (La Voz..., La mañana...). Los consumo de un saque, automático y desinteresado, como quien cumple con una ¿obligación?, ¿prolijidad? Como ver tele cuando hay un televisor encendido en donde estamos... 

Ganas de que mi amorcito se conecte. Escribir para hacer tiempo. Disfrutar de hacerlo, también. Ganas de comer con ella, de matear con ella, de charlotear riendo con ella. Ganas de. Ganas.

7 de diciembre de 2011

El Envarado y La Mejoradora De Mates (nº 3)


"porque sí porque sí porque zas!" (Jorge Guillén; pero no tal cual.) 

Ahora está durmiendo. En unos quince minutos serán las ocho. Como ella duerme, tecleo despacito, suavemente, sin golpetear. Estoy en su departamento y dormí unas dos o tres horas, y después, tipo seis y media, desperté y decidí no seguir durmiendo. Y bajé a comprar puchos, cuidando de no hacer ruido al  abrir la puerta, al volver, al ratito, a entrar. Y me cebé unos mates y estuve "trabajando" un rato en el Google Reader; y noté, mirando hacia más allá de la ventana de este quinto piso y por cómo empezaban a pasar cada vez más seguido los autos, cómo el Centro largaba con una nueva jornada. Y fui feliz. 

Salimos, anoche -serían ya ¿las dos?- y nos fuimos caminando "velocidad crucero" a la La Alameda, a cualquier parte. La Peatonal estaba hermosa y, cuando lo vi a Tatú, me dije para mi coleto: "no sólo para mí pasó el tiempo". Y en un momento le dije (a ella, no a Tatú) algo así como que qué visión debía tener ese tipo acerca de la vida, la verdad; porque contemplaba cada noche, porque miró todas las noches desde hace años, desde la barra, llenarse, florecer, irse vaciando las mesas de ese ¿bolichón?, charlotear la gente joven, romperse cuerdas de guitarras cada tanto, pasar, como en Le bal, la vida. Cada tanto, le decía (a ella, no a Tatú), habrá sacado alguna pequeña conclusión, habrá elaborado alguna pequeña verdad sobre las cosas y el mundo: sobre la realidad.

Ella había comprado elefantes. Costosos elefantes que la adornaban y de que gustará  volverse a poner: feliz -me juego a decir- ella también. Estaba más que hermosa, y cuando supe que se había puesto guapa para mí, cuando lo supe -digo: no porque me lo dijera explícitamente, sino porque me di cuenta, porque caí en la cuenta-, bueno, nada, cómo explicarlo: ya no me importaron más los básicamente diez años de soledad, de ascesis, de sacrificio, de odio, de hondísimos hastíos y melancolías fuleras, de tantas otras cosas; digo: fue como un borrarse sin más de tantas cosas, así, realmente porque sí: porque alguien, en este mundo, me quería. Y fue un soplo la vida, un soplo que me rozó la frente y la limpió de pesar. Algo así. 

En fin: que cambie la escritura. Vencida la ilusión, queda el estilo, diría mi analista. No sé qué pasará, con respecto a tantas cosas. No sé en el fondo nada a ciencia cierta. Lo que sí sé es que he "crecido": como una marioneta que venía padeciendo mal por la vergüenza quizá pueril y que un buen día le salió moverse diferente: con un poquitín más de gracia al menos. Si de eso se trata "crecer", está copado. 

1 de diciembre de 2011

Un julepín más, y van...

Todavía no sé qué me pasó, de nuevo, hoy. Sé que mi rostro anduvo en éxtasis, en orgasmo, por dos o tres horas más o menos. Sé que hubo un golpe, y que entonces temí la euforia, y entonces respiré, comencé de nuevo a respirar, a luchar contra esa especie de extrema voluptuosidad extenuada. Sé que me impuse descansar, y que no conseguía dormirme, y que las voces en mi cabeza se sucedían, cada tanto: esporádicas, casuales y desconocidas -a veces perturbadoras- siempre. Sé que finalmente me relajé; pero mi cuerpo un poco todavía se cuece en ese infierno. 

Escucho obras de cámara de un tal George Enescu, interpretadas por la ya clásica Kremerata Baltica. Tomo de un porongo que me regalaron hace muy poco (fue el lunes, allá por Quintas de Argüello, creo: todo un periplo en el N). Fumo un Gitanes. Bastante atabacadito estoy: otra señal, la de fumar de más, de que las cosas no marchan del todo bien. 

Pero digo las cosas del párrafo anterior y, la verdad, no digo mucho que digamos. Y casi que tampoco aportaría mucho que digamos con ponerme a repetir la ya manida -por enojosa, y por ya vaciada de sentido- leccioncita de mi psiquiatra actual: eso de que la bipolaridad o trastorno de los estados del ánimo, eso de que la violenta oscilación posible, o eso -que es a lo que más temo- de que quizá se dé después una nueva, asquerosa depresión. 

Muy poco, la verdad, se dice al decir tales cosas. Se dice, en cambio, mucho más al escribir. Pensaba, por ejemplo, en la "estasis", eso de que habla Harold Bloom en La angustia de las influencias: eso de estar como que a tope entre el adentro y el afuera; en equilibrio. Pensaba que la verdadera escritura se da en cierto momento en que algo (que no sabemos por el momento qué es) falta, urge, presiona: el desequilibrio, justamente, de lo de adentro, que pasa a necesitar, a carecer de algo que tendría que estar allá afuera, si nos ponemos en optimistas. Pero pensaba estas dos o tres pavadas, y dejaba de pensarlas: debilidad o flojera de alma. 

Porque la mente, en casos como el mío, al verse arredrada por ESE malestar, se pone a pergeñar, digamos que bastante desesperaditamente, soluciones, explicaciones, consuelos, vagas estrategias para poder así creer que zafará más rápido, más fácilmente; que está zafando ya. Anhela por sobre todo volver a la normalidad, esto es, a lo conocido o, mejor dicho, a lo acostumbrado, a lo habitual. 

Fumo. Escucho este Octet, op. 7 del tal Enescu. Leí un poco de la Ciudad Equis de este mes, para tener una lectura ligerita al menos, nada exigente, de "actualidades del mundo de la cultura local"; le decía a La Mejoradora De Mates, por celu, que qué bueno sería tener acá en casa dos o tres de esas Cimoc que ella tiene dispuestas en el revistero, dos o tres Manara -buenas minas-. Venía de leer Valéry tempranito a la mañana cuando empezó a darse esa como que demasía, esa sobreexcitabilidad capciosa, ese sensualismo que se abandonaba lujurioso al estímulo y que, por eso, me volvía demasiado vulnerable, demasiado expuesto a lo que fuere. Una buena historieta, pensé al comprender que tenía que descansar, algo bien pasatista, bien liviano, bien fácilmente decodificable, eso hubiera sido lo ideal. 

Tomo mates (Cruz de Malta amiga; perdóneme, Romance). Ventanas y puertas 'soigneusement' clausuradas, postigos bien cerrados: hacer un ámbito para el reposo sosegador. Eso: un buen Spa Seguí para mí mismo: el oasis vital para no entregarme tan así al frenesí casi que de órdago del Facebook que me tocaba imaginar, la firme voluntad de no querer tan así resbalar por entre los lascivísimos estímulos sensoriales de la información líquida, volátil, en que se me habían convertido las redes, lo que poronga fuera. Un cachitín aunque más no fuere de sabiduría, de autoconciencia al menos para decir: "basta. por hoy / el saco cuelgo."