30 de marzo de 2019

BOTELLA AL MAR


Hola, Miguel, ¿cómo va? Yo bien, acá en la pieza de los gatos, con la compu nueva --una notebook--, escuchando Debussy en la tarde nublada y quieta mientras la Flaqorri, allá en la sala, trabaja en la planificación de clases de la semana que viene. El tío habrá salido a la Plaza, o tendrá fútbol en la Estación de Servicio, así que hasta más tarde no se lo verá, si es que lo vemos. 

Así que todos bien, en el último sábado de marzo. Anduve leyendo un poco Butor y otro poco la Formules n° 3, las dos cosas en franchute. Prosa, como verás: estoy disfrutándola más de hace unos días. Aparte, para poesía tengo el Canto General, que un poco se me volvió pesado esta vuelta (me está costando una semana ya de lectura, y aún quedan 100 páginas) y los Desorbitados reunidos por Aliaga, que me descansan bastante de la ondina Neruda. 

También, no sé si te conté que estoy estudiando italiano, y algo voy leyendo de Calvino, que se deja entender. Tomo clases más bien de lectocomprensión, por lo que no podría prácticamente articular una frase ni escribir nada. 

Ese viejo ideal, ser políglota, empieza a dárseme. No sé de dónde lo tomé. Habré leído la biobibliografía de alguien y ahí habrá estado la palabreja. Y me divierte, por lo poco usual que es, para nada castellana en cierto sentido. 

Hace unos años intenté reflotar mi alemán. Le conté a la Profe, que era hablante nativa, lo recordado por Borges de Cansinos-Asséns: eso de que podía saludar a las estrellas en no sé cuántos idiomas. A la Profe le pareció un engreído. A mí, la mera posibilidad de hacer tal cosa me fascina, me entusiasma. 

Está visto: necesito Profes que sean compinches de mis búsquedas. Se puede decir que la alemana era medio pecho frío; quiero decir, y dije lo anterior porque lo que sigue será un lugar común: era notablemente gélida. En cambio, con mis Profes de inglés y de italiano hay sintonía, con cada uno a su modo. 

El hecho de que haya tantos idiomas en el mundo es una verdadera fiesta. Me acuerdo, como siempre, del poema de Castillo, el de la palabra dálmata: cuántas lenguas tendrán uno, dos hablantes nada más, con cuánta nostalgia mirarán el mundo esa gente (a quiénes le dirían palabras como "tristeza", "adiós", "estoy solo, viejo y enfermo" en su idioma)... 

Lo de siempre: la lengua es un tesoro. Esto es tan cierto que lo olvidamos. Como el aire, como el agua, hablar y escuchar nos dan vida: a cada hora, cada día. Jornada tras jornada, una danza de palabras va y viene: todo es dicho y oído. Ay de aquel que se encierre en el callar, en el no oír, en el cerrarse... 

Y así, con las palabras que te envío, Miguel, volvemos a trazar un puente más: el de nuestra amistad, en este caso. Escribime pronto. Contame de tus cosas, de tu nuevo lugar, tu nueva gente. Ya viajarás o iré yo para allá. Por ahora te mando un abrazo y eso: palabras. Otro abrazo.