27 de enero de 2012

Bárbara Attias versus Dominique Pestaña


"No recompensa es el sutil tesoro." 

Dos y media de la mañana. Escucho música de Philip Glass. Estoy en calzoncillos y de afuera llega una brisita agradable: fresca, suave; tenue. El cigarrillo humea en el cenicero indio; el mate está más que lavado. Pareciera que el verano quisiera despedirse: los días no son tan agobiantes, y ahora oscurece un poco más temprano. Pero la maquinaria del clima es voluble: ya me veo de acá a unas cuantas anotaciones escribiendo sobre un bochorno más: violento, salvaje, estentóreo. 

Fumo. Leí un poco del Diario de poesía y otro poco de Cuentos morales. Fueron lecturas que no me coparon; apenas si llenaron un par de horas, quizá menos, con palabras mansas, no contradictorias. Le había leído a la Ceci un poema de Aldo Pellegrini que escogí al azar -para estar más cerca de ella; para que entrara suavemente en el sueño-, y me quedé pensando en lo poco que se habla, hoy por hoy, de este poeta. Quizás estas anotaciones debieran contar sin más lo que pienso de lo que voy leyendo, releyendo, escuchando; una serena labor de difusión de viejos y nuevos poetas -mansa, no contradictoria- que fuese registrando pensamientos, observaciones, incógnitas sobre cada libro que la recurrente jornada y su azar "me deparan". 

Me acomodo la espalda. El Diario de poesía habla de la flamante edición de las obras completas de Carlos Mastronardi. Los dos tomos duelen $250,00: por ahora. Imposible agenciárselos. ¿Importa hablar de novedades editoriales? Uno de los columnistas del caso toma a Mastronardi como excusa para analizar, una vez más, a Borges. Poco se habla de la poesía del primero. ¿Desconocimiento? ¿Hará falta un tiempo más para que la crítica madure? Pero antes fue, pongamos, lo de Padeletti y, la verdad, de las 36 páginas que llevo leídas del Diario, no aparece ni el nombre. Habría que revisar los números anteriores. No parece haber, así, decantación de todas las obras completas que vienen editándose de unos años a esta parte; no al menos en esta revista. 

Pero no sé nada. No soy ni profesor ni estudiante. Apenas soy lector, y de los diletantes. Tantas veces que me sale tirármelas de "competente". Vicio de universitario fracasado, probablemente. Digo: no darme cuenta de dónde estoy parado. No pasa por que haya leído mucho: no sé articular ningún "discurso" coherente por más de dos o tres frases. ¿Es que no me la creo; es que no puedo creérmela ya? Sea, éste, mi modo, mi divagar. 

Fumo. Suena Philip Glass y la noche, tras las rejas, gravita en el silencio. Hoy vi una luna hermosa, amarilla, gigantesca, asomándose (poniéndose) entre los edificios. Había acompañado a Piedra Limada hasta su casa (me tenía que dar un dinero), y al volver la vi. La entreví. No me detuve a admirarla; me alcanzó con ese segundito para saberla. Cuando llegué a casa prendí el Skype y allí estaba la Ceci, a 1600 kilómetros de distancia, comiendo léber y chocolates varios, hermosa también ella en la penumbra de la habitación en la que estaba. 

Toso. Tengo desplegados los calendarios de la Gente y la Hombre en la mesita ratona, y el farolito naranja arde parejo su velita. Quizá lea blogs, más tarde. (Más tarde: luego de publicar este post.) Quizá ponga otro disco y escriba un poco más en mi Diario. Nunca dibujaría. Nunca tocaría el violín a las tres de la mañana. Podría dormir: para que el tiempo pase. Como que paso todo el día en medio de ocupaciones risibles, criticables, denostables. Años leyendo y escribiendo. Años escuchando música. Años deseando saber. Me acomodo la espalda y pienso en la terapia. Tal vez mi analista ya el primer día nomás se dijo: "le falla ESTO". Y vivo y muero en pleno ESTO; y no lo veo. 

Desazón. El mate está asqueroso. ¿Cómo será escribir una ficción? No creo que lo presente sea Literatura. La noche calla; Philip Glass avanza, metódico. Estas anotaciones implican también cierto método. (Frecuencia irregular, estilos varios.) ¿Es sólo la herramienta (esto es, el panel de Blogger), y el escribir? Redactar, corregir, publicar: como si fuera un trabajo desganadamente llevado a cabo. Sin recompensa. Sí, pero ¿y si tuviera un hijo? 

20 de enero de 2012

¿Ha escuchado usted alguna sinfonía de Gösta Nystroem?

Escucho una sinfonía de un tal Gösta Nystroem -podcast que descargué de la Radio Clásica de la RTVE-, mientras se escuchan las rueditas de plástico del coche de juguete de la hijita de los vecinos del fondo (de). Hará una hora salí a caminar, interrumpiendo la lectura de un ensayo de la Hablar de poesía nº 22 que me agencié ayer -gracias, El Espejo, por conseguírmela-, y volví a eso de las siete y media. El sol ya había bajado un poco: fui por la Agustín Garzón hasta las vías y pegué, sin más, la vuelta, y en todo el trayecto tuve más bien vereda con sombra. Me había puesto la remera polo amarilla, la que me queda bien chiconga, y sólo llevaba conmigo una agüita en una mano, y las llaves y $7,50 hechos un bollo en la otra. 

Y ahora escucho, por primera vez en la vida, una sinfonía, la nº 4, de Gösta Nystroem. Y googleo el nombre. De Suecia. Wikipedia tiene artículo en inglés, sí, pero, al parecer, no en español (¿traducirás?). Las escasas líneas que Vidas y Biografías le dedica no me alcanzan. Tampoco busco mucho más: no a la pavada. 

¿Quién fue este tal Gösta? ¿Qué hizo, y qué no hizo, mientras anduvo por este nuestro "Valle de Lágrimas"? ¿Y por qué lo escucho ahora, por qué escribo sobre él, qué me -qué les- importa, queridos lectores? 

Gösta: producto de mi rutina de escuchar el programa "Los Raros" mientras escribo, o mientras cocino, o incluso sin hacer nada, sólo oyendo, sagrada Música. Gösta: probablemente olvidaré pronto ese nombre. O no: al escribir sobre él lo fijo, de algún modo, en mí. No sé si en la memoria. No sé si en mis intereses. Al escribir su nombre, al repetirlo, le hago un lugarcito en este texto. ¿Vendrá un pintor -a finales del siglo XXI, pongamos- que se topará con estas anotaciones? ¿Me retratará? ¿Simplemente pondrá "Córdoba, Argentina" (¡o incluso "Pablo Seguí"!) en Google? 

Búsqueda de lo raro por lo raro. ¿Es eso? ¿Es realmente raro, eso? ¿Qué es lo raro? Esta música ¿cayó en el olvido? ¿Cómo son las cosas, allá en Suecia, para con el bueno de Gösta, ese viejo-peludo-estatua-ecuestre al que tanto quieren? ¿Cuántos escucharon este programa? Toso y escucho lloriquear a la nenita del fondo. Lamento desgarrador y gimoteante, del que no quedará memoria sino por esta prosa, transitoria también ella, tempus fugit... 

Fumo. Leía, hace un rato, la Rolling de este mes. Eso fue después de comer. Comí tarde, y me recosté en la cama con la revista. Escuchaba Bipolar y me volvía a sorprender con estos uruguayos, tan notables. Bueno: leía un especial sobre reggae argentino. En especial, leía una nota sobre Dread-Mar-I (tuve que consultar la revista para verificar que escribo bien el nombre del guaso). Porque me encanta divertirme con las prositas de la Rolling, porque me encanta leerlas y olvidarlas (hago lo mismo con muchos de los libros que leo, digo, olvidar), porque me encanta su estramboticidad total y cheta. 

Hay que estar en la pomada. Éste es un mandato que todos cumplimos, gozosos. Y la pomada es múltiple. Y varía de persona a persona: mayormente. Mi pomada pasa por escuchar cada tanto "Los Raros", googlear el nombre del compositor del caso, y pensar. Pensar, sin más: en la "Vanidad de Vanidades", y en Pampita, que también pasará. Pensar, por ejemplo: en qué fue moda para mi vieja (a quien saludo cariñosamente en el día de su cumpleaños), allá por sus 20, y qué pegaba. Acordarme, es decir, pensar: en ese vinilo de Eddie Gómez (¿se llamaba así, la vaga?, ¿no era Górmez?) que había en casa, y que nunca escuché. Lamentarme, es decir, pensar: en que no podré escuchar todo, en que no somos eternos, Saber Total. Y ni siquiera longevos, sino Perimibles. Por ahí, un poco longevistas, Macedonio, sí (pero también nos gusta el reviente, a varios de nosotros, al menos por un rato). 

¿Hacer historia de "la industria cultural"? ¿Para qué? ¿Con qué objeto? Devaneos y berrinches atrabiliarios, no nos tomamos en serio, sí, pero tampoco nos entregamos del todo a la corriente de los días. Pensaba, esto es, temía: que en realidad estoy haciendo mierda La Obra A Legar. Eso: no me tomo en serio sino circunstancialmente, y ningún Sentido Duradero (filosofia perennis) me atraviesa. Sólo: leer y escribir: a la bartola, más bien.

Ándame, por estos días, rondando el fantasma de Tolstoi, aparecido en una conversación reciente y muy sabrosa, y también, de algún modo, a partir de algo leído justamente en la Hablar de poesía que mencioné más arriba. ¿Para qué el Arte? ¿Para qué leer y escribir? ¿Me lo planteo realmente, acaso? ¿La Belleza? ¿Las Pelotas de Morondanga, Soterradas y Frías? Hay un hábito, una rutina, sí, altamente satisfactorios; pero eso no me justifica del todo, pienso. ¿Y si en el fondo sólo me estoy limitando a vegetar? ¿Y si de algún modo estoy siendo un Conformista de los no-Milagros? ¿Y si la Política es la posta -todo es política, muchachos-, y acá, como decía el tío del Gabo, se está muriendo gente que nunca antes se había muerto? ¿Y si los tiros de anoche, y entonces hay que ponerse a mandarse, uno también, La Gran Giannuzzi como mínimo y, como más, qué sé yo, no tengo idea? ¿A quién le sirve este post? 

Pensar a mano alzada: y con la freneticidad de un imberbe. ¿Qué pasa en el mundo? Esto, al menos: alguien escucha, por primera vez, una sinfonía de un sueco (ya de no ser) y escribe algunas cosas. Y fuma. Y caminó, por la tarde, y ahora oscureció; y es un desocupado. Alguien que es un desocupado escribe. 

Así, fumo. Se escucha un avión, una moto. La música se pierde en un pianissimo, y luego crece: de pronto. Ahora llega, lentamente, la soledad, la sobriedad, la meditación. ¿Qué estoy haciendo, yo, al escribir ahora, acá? (El pico, la pala. Ensuciarse las manos.) Pero no: uno busca Lo Real. Lo Más Real entre Lo Real. No hay modo de hacer otra cosa. No ahora. Este texto debe ser concluido, y corregido, y publicado. Y no hay otra cosa en el mundo más importante que eso. 

¿Por qué Gösta Nystroem hizo la sinfonía que ahora estoy escuchando? Había que hacerla. ¿Urgentemente? Si la cosa no le hubiera urgido, más le hubiera valido ponerse a carpir la tierra. Realmente, uno pierde muchísimo tiempo leyendo, escribiendo. ¿Para qué molestarse tanto, si no llega a urgir, a escocer? Y vaya uno a saber si es tan así. 

Prosa relajadita, ésta. Con pespuntes de confusión, de abismitos que quizá sean más bien pobretones, típicos de post adolescente -¡todavía!- inmadurito mal. Pero había que escribirla. Quito una máscara, juego con otra: tempus fugit; y nosotros con él. ¡Y qué asqueroso sería llegar al final habiéndose mandado tanto la parte...!

18 de enero de 2012

El Envarado y La Mejoradora De Mates (nº 4)

Hoy leí un poco de: la Rolling Stone; Spinoza; Parra. Fumé y tomé mate. También hice de comer, lavé la vajilla, ordené. Y ahora escribo. Y corre el agua, cascadita, del tanque del departamento de enfrente. Y es de noche, y estoy solo, y en algún momento dormiré. Y La Mejoradora De Mates partió: lejos, lejos, y por 20 días. 

Así que un poco escribir acá es para que no me pese tanto la soledad, y para que ella me escuche -ahora: sin leer-, y para justificarme un poco frente a los otros: los lectores. Digo: digo que escribo; más exactamente: cuando me preguntan qué hago, contesto que leo y escribo. Es, la verdad, un estribillo: como que de hace como dos décadas a esta parte contesto lo mismo. Y es real que algo se logra en mí al leer, al escribir, y por eso sigo. Así que ahora escribo: para ustedes, que leerán. 

En realidad, estoy en plena cejijuntez, en un "cariacontecimiento" total. Ella partió -no para siempre-, y la extraño. Y no he puesto música, y escucho cómo el ventilador zumba. Y pasa un auto por la Agustín Garzón, y me pongo a pensar que, hasta aquí al menos, este blog ha tenido mucha pelotudez, mucha, como quien dice, paja mental: cegado en medio de la Ciudad, intentando resguardarme de ella, sólo enamorado de la Poesía. 

El domingo pasado, sin ir más lejos, que iba a lo de mi chica, me bajé del E frente al Paseo Sobremonte, y me encontré con que los de Crese habían chantado camiones de su flotilla rodeando la Plaza. Toda, toda la Plaza. Según me enteré después, resulta que vertieron basura frente a lo del Intendente, y dejaron estacionados los camiones, y partieron con las llaves de los mismos, y "hasta la vista, baby". Cuando pasé por allí, subiendo por la Arturo M. Bas, vi muchos policías -y la CAP- apostados cada tantos metros, tan prolijos en sus puestos como los camiones rodeando la plaza. Y pregunté a uno de los canas qué pasaba, y me comentó -indeciso, petiso-, y entonces comenté: "ah, están haciendo fuerza", y él contestó sencillamente que sí, y lo dejé ahí, paradito y en silencio, en la calor del día, de gorrita y mofletudo. Y nada más, y todo. (Esa noche se sintieron potentes, dulces bombas de estruendo. Y después pongamos que se arregló, escribamos que por 15 días, y ya no sé más, y no prometo seguirla. Y por ahora no ha pasado Crese, acá por la Carlos Tejedor. Y mi novia partió.)

Prendo un pucho en la cocina. Me siento con tan pocas cosas... Por ejemplo, para ganar dinero. Pongamos que soy un artista (uno más) en Córdoba en pleno 2012 (quiero decir, en Occidente, hoy por hoy). ¿De dónde sale la platita? (Para comprar las cosas para la casa, para comprar los libros: mayormente.) Pocas cosas sé hacer; y me jode lo que tiró Robert Graves, eso de que el poeta lo es a tiempo completo o es un trucho. Estoy en la Ciudad, y nadie compra mucho que digamos poesía: Naturaleza muerta, mi tercer libro, recién salido del horno, no será éxito de librerías ni mucho menos, no será, para nada, best-seller: ponele la firma. Y trabajar es indigno, escribo dándome un gran gusto. 

Fumo. No sé si estoy dispuesto a cagarme de hambre. Y calculo que la Mejoradora De Mates no se bancará mucho que digamos andar con un muerto, digo, con uno que no quiera, porque no le interesa, salir de pobre. Pongamos que ella quiere -¡y yo, y yo!- una casita con tres habitaciones, y hasta patio. Y que de paso quiera tener un perrito, y todo eso. Y que quiera tener todas esas cosas conmigo, mi vida. Y pongámosle que yo siga queriendo ser artista (uno más, digo, de entre el montón de los que aquí en Córdoba queremos eso, muertos a los que no nos juna nadie: el quiosquero, la panadera, el almacenero, el Intendente y sigo restando). ¿No dirían, queridos lectores, que por lo menos va a estar duro? ¿Y que la cosa puede ponerse difícil -digo, la relación-, por no decir imposible? ¿Y no es verdad que al menos algunos de ustedes desean -¡confiésenlo!- que yo siga profundamente enamorado, tal como -¡por el Can!-, juro que estoy? Porque, convengamos que, cuando ejercito la verba amorosa (no la quejica, ojo), algunos de ustedes al menos, lectores queridos, dirán, ante esa entrada: "¡ay!, ¡ojalá que a este muchacho, a este ignoto blogger, se le den las cosas! ¡Cosa de seguir leyendo anotaciones como ésta, que tanto nos gustan!". 

A la distancia, la quiero. Y "el propósito de enmienda" me brota lentamente. ¡Qué puedo hacer, pobre de mí, con mis palabras! Escribir, tan sólo. Será que los artistas somos, para empezar, ciudadanos, ni más ni menos, ni mejores ni peores: apenas ciudadanos entre otros ciudadanos. Y que no hay privilegios especiales, ni caprichos que se les haya de conceder, ni nichos de salvación dispuestos desde el Parnaso para ellos -digo, en vida- por el que zafen sin más. Será que una casa de tres habitaciones con lugar hasta para un perrito cuesta su alquiler, y su luz, y su agua, y su gas, y aparte el cablemódem y demás chiches indispensables para que la muchacha de marras no se bajonee. Todo artista que se precie de ciudadano -por áhi cantaba Garay- se dará cuenta de que así nomás es la cosa, y que él no por ser artista zafará, pongamos, de barrer y pasarle el trapo al piso. Y puede que hasta le tome el gustito a la cosa. Todo: mientras no sea un best-seller más, mientras no gane la Lotería, sueño del pibe. Quizás entonces el artista -¡este artista, este escritor, muchachos!- le vea otra gracia a la vida que la del mero, fantasmático leer y escribir (¿qué?: Poesía). Por qué no. La Mejoradora De Mates se fue, pero volverá. Y no con los millones precisamente. Y la verdad que este escritor, como buen hijo de vecino, lo que más quiere es amar y ser correspondido. Eso al menos viene queriendo en los poemas que de siempre escribió. Ojalá la cosa no haya sido -¡pobre guaso!- llenarse la boca de Ideas, Ensueños, Mentiras. Y ojalá -importante- no olvide que un día escribió esto. 

10 de enero de 2012

Resistencia o negociación

Acogollaste los dicterios de arrejuntar engarces, demoledora yegua, contubernio feraz, y, de la estirpe o miembros que el rechupete lancinante, acondicionador, tirria de esputos contra el abedul en muesca ínsita, apadrinó contra los hicsos, seleccionaste o viste un estipendio patrio, putonas y lloronas y ordenanzas, aro de seda. 

Sí: tu regurgitar divinidades cancas, ese bacilo tuyo de absorber o el diez o las minetas, chancro o furor deciso que mi menarca lame, insoportable alacena, millares de volúmenes exhaustos y biliares escolopendras en sed y ella partió, asida de tu pan por entre las colinas/arce, fulcro y Ley que, marioneta o paso obligado, es picha. 

Vasito asquerosiento de los endriagos mil, erisipela y chata de bordar, numen atroz el bizcocho de tu chozna, cansina ella, rapto veraz o de lo formulaico. Tomemos a Cristina como emblema: la vejaremos fuerte entre los tablones de la juntura ardiente, obra y asado, juiciosa manyará de empréstitos como que inclementes, recordatorio vil de Mamita Capellina, del inclemente neceser de esporas, de todas las revolú canciones que bien mamaste. 

Ay, Cristina, velamen o bauprés, Cristina o el bando en la tormenta pulcra, Cristina en pie de labia contra el corso en agresor, padrillos y la fama de entenados, prosopopeya/abuso y un refilón de alcance o sándalo-ahí. Zapato conductor de lambeteadas guasas, gemidito quejica, estirpe de moléculas otarias, mate y materia de esa tu rienda omnívora de fuentes, cacique/esparadrapo o de la Cólquide que, entre tanto, amarrocás. 

Me rasco y me convenzo de guedejas, calaña occisa del envite o megaterio del Amado, salitas y modularcitos de esperar a que te sueñen por entre cocoteros de piel, piel como la jeringa y la canícula, canuto del enema valedero, miniada como la sirte que te aburre. Callada caminó: aguantadora cana. 

3 de enero de 2012

Un "no" no terminal

¿Una vagancia? ¿Una indolencia? Un no soportar la presión. Un abandonarme, soldado ruso que se deja caer en la nieve para allí morir, exhausto. Mejor: un no poder. 

No es, no, vagancia, ni indolencia, lo mío. Es querer estar, precisamente, entre lo mío. Es querer escribir este texto, no importa nada más. Después, sí, se verá: eso es después. Es necesitar -yo mismo conminándome- el cumplimiento de mi palabra: redactarla, desarrollarla, hacerla. Ahora es el ahora, y será mío; o no seré. 

Un no poder. Un negarme, obcecado, a lo que el Otro quiere. Otro/neblina, sin rostro claro o singular: tremenda efigie. Y me rebelo. Quiero decir: me niego, me abandono: para rebelarme. 

No será lo mejor. Pero saber qué es lo mejor implica, siempre, manejar duchamente la razón, ¡oh ecuánimes Ayudas! Y en momentos como éste no se aceptan consejos. Ni piadosos ni contumaces ni de ningún otro tipo. Porque todos serán de Vos, Otro desmesurado.

Así, queda escribir. ¿Para dar cuenta? No. Para respirar, para pasar en limpio un poco un par de equis. 

¿Devaneo, quizás? ¿Zozobra pobre, lastimera? ¿Quiero dar pena, acaso? Escribo como cegado de ilusión, o no: como buscando mi propio aumento. Tosco y deciso, de algún modo. 

Escribo siendo un bruto de la voluntad. Escribo para así poder seguir escribiendo, para así no terminar por fenecer. Un "no" que afirma, sí, y un viejo, rotoso impulso o clarividencia, que aún salvan. 

¿De cosas de qué tipo he de morir? Básicamente: de entregarme, por fin, a la corriente. Eso: de, por fin, ceder. De hacer de mi conciencia un sapo: millares y millares de luciérnagas: y preferir la consunción. 

Un "no" no terminal; sordo, continuo.