25 de octubre de 2009

Al paso del tiempo nada

tienes un mejor lugar
quieres un mejor dormir
ya no tienes cuenta en el Sol


Mientras empiezo a escuchar el primer cd del doble de Spinetta y Los Socios, al frente el vecino y los amiguitos de siempre siguen el Boca-River de hoy. Vengo de leer algunos articulitos de una recopilación de Bayer, y nada me queda en la mente sino que la historia sigue siendo la misma de siempre. Sí: muchos datos, mucha precisión, mucha cita. Horror distribuido, el de la información, de un tono ecuánime que hace que el asunto empeore y al mismo tiempo se disfrace. Chico Buarque cantará siempre su canción-misiva.

Prendo un pucho. Recuerdo a Amigo: sus senos turgentes, su pelito corto, su voz chillona y suave a la vez, qué raro. Estuve en Buffis tres veces esta semana, y me colgué cada vez más. Resultado: nada pasará, cambiaré finalmente de bar, delirio de las mozas/Musas. Porque la cerveza es mejor así, en mesas de contemplar gente pasar, de fumar en mesitas al aire libre, de acomodarse al paso del tiempo nada, pasatismo tranquilo.

Mi amiga me confirmó que sus sospechas de que andaba sidótica las elaboró en un cuelgue de lectura en la red. Tendría, por las dudas, que hacerme un análisis, esperar el resultado, no volver a apasionarme en la cama. Fue una buena discusión: ella, contraatacando, y yo, dándome cuenta de su técnica, volvía a centrar la deriva de palabras enojadas e impotentes. Total, sería gracioso que por media noche de sexo drogón me encontrara siendo posmoderno total.

Termina una canción y escucho los gritos de al lado. Qué bueno no tener televisor. Aunque la primera Paula afirme que me quedé "fuera del sistema" (sic), sé que voy bien. Total, miro, cuando paso por lo de Piedra Limada, cada día más extrañado las emisiones, todo Tinelli, todo la fama de los 15 minutos y menos tiempo aún, todo la publicidad de lo que tenés que tener, llame yá. Total, las grandes cuestiones de la política y de la economía no se discuten por tele, y la cultura que por ahí pasan se clasifica en términos de entretenimiento.

Domingo sin escansión, pero es canción ("¿serás tú mi magnolia para siempre?"). Hace dos días se levantaron tremendas ráfagas de viento terroso. Yo estaba en la Alianza, y cuando, en la pausa, salí a fumar un pucho, vi en la calle pasar a gente que entrecerraba los ojos y se los refregaba, y a mí me tocó también.

La gente en la calle. En el centro camina muy rápido; en el barrio, paseándose. El centro es lugar de paso, de trabajo, de oficio. Sólo la noche trae otro andar: salen los chicos (salen las chicas), se visten para seducir, para calentar, para histeriquear, tienen su plata contada y saben lo que pueden y lo que no. Gran promesa vacía, la noche: y en ese vacío, en ese girar como mariposas hacia la luz, se condensa un sentido de todas estas épocas y sitios. Yirar de luz.

21 de octubre de 2009

Y en busca de qué

Chateamos con Franco sobre nada. Franco se aburre: nada le interesa. Por ahí se generan silencios, y me lo imagino sin imaginarme, él, un rato más, sólo un rato más, para llenar el vacío. ¿Es vacío? ¿O es una insoportable apatía -sus vacaciones- que ara libros, que ara silencios, que ara mates? Eso fue ayer; y es como si dijera, con el anglosajón, mañana será lo mismo.

Ayer le preguntaba a Marcos si conocía a Godowsky. Tengo un único track de él, de un cd de una revista de muestras de novedades -"de"-, gallega, ella, un estudio o lo que fuere, a partir de Chopin. Me fascina. Como sé que mi amigo es de escuchar música clásica (allá en Atenas, ahora, en un barrio que me dice que más o menos equivale a Nueva Córdoba), se lo comento, lo invito a buscar, a pispear a través de la red o en alguna góndola. A vuelta de mail, me envía un site sobre el compositor. Veo las fotos. Aire francés de esa época, el de su peinado, el de su vestimenta. Acá está fresco, estoy en calzoncillos.

Una amiga me asegura que es posible que tenga sida. Claro que es posible, amiga. Cuando le empiezo a preguntar, vía sms, si es que se lo dijo el doc -está haciéndose estudios-, o si simplemente se colgó con algo encontrado en internet -hipocondría, ven a mí-, se desentiende, no contesta. ¿Y por qué no cáncer, o la lepra, che?

Fumo. Marcos me ha dicho que haga de estas Anotaciones -las últimas, digo- algo más elaborado, más armado, narraciones completas. No está mal la idea, aunque por ahora vienen saliendo así. ¿Las verá desestructuradas, las encontrará desordenaditas? Justo cuando logro que estas Anotaciones sean verdaderas anotaciones...

Fumo. Del pasaje se siente un perro. Pasa una moto, no sé por dónde, y luego un auto silente, por acá por el frente del depto. Un vientito arrastra un toque una bolsa de nylon -¿o es la gata?- tirada en el suelo de hace días. Se esparce con precisión el humo que se desprende del pucho, luego se deshace, no lo vemos más. Canta un pajarito breves gorjeos, o son dos, que se comentan las cosas de la mañana. La duración.

19 de octubre de 2009

Donde, mira por dónde, empieza en Pepper y acaba en Rescher


Qué bueno que Art Pepper haya hecho música; tenía que encontrarlo, hace más de diez años, grabarlo de casualidad, y escucharlo, escucharlo... Vi la colección, casa paterna de la Cuqui, pila de discos burguesamente clasificada en mueblecitos 'ad hoc' y que no tenía mucha pinta de muy ser escuchada -no, al menos, regularmente-. ¿Sería la de la Blue Note, alma quiosquera que nos conforma? Lo pirateé en TDK, o en Sony, no me acuerdo -épocas, aquéllas, de duplicar así, equipos de música con su obligada doble cassettera, ya no se ven(den)-, y así fue como conocí "Las cuevas de Mario".

Humor inagotable, el de Pepper. Vida ejemplar: la eterna campera de cuero, el infaltable puchito, heroína por una década -y ya de grandecito-, la cárcel. Su rostro, pose, estampa tan particulares: bares y la noche, soledad y la desazón, y, con todo, un ironizar permanente en esa música. ¡Y "Lost Life"...!

(Aparte. Mi muy estimado vecino, el Diego -¿honor a Maradona?-, puesto se había, con los dos amiguitos de siempre, a jugar un fulbito en el patio común. Pelotazos en las rejas de mis dos ventanas, gritos, risas, prepeadas amistosas; y la pelota, al techo.)

Leo la Antología, fumo irregularmente. Todo el día con libros: terminé de leer el de Bayer sobre Di Giovanni, continué con el manual. Proceso curioso, el del Canadá francés, el de Quebec: en tanto primera minoría, allá (a confirmar), los francófonos (¿y qué habrán hecho los autóctonos?: nada de sus lenguas se dice, o por lo menos hasta ahora -la 101- no), si mal no entiendo cómo es la cosa al norte del Norte.

Por la mañana, fui a lo de Piedra Limada, a manguearle algunos pesos. Al vago últimamente se lo nota más feliz que de costumbre; quiero decir: menos chinchudo (¡uf!). Planea comprarse un auto último modelo, y así, por fin, viajar rumbo a Misiones. ¿Qué le llama de ese lugar? (No provincia, no ciudad: el sitio.) ¿Los parientes que quedan de la tía? ¿Alguna viuda? ¿El paisaje? ¿La soledad prometida, el alejarse de todo esto ya: de Córdoba y su malhadada hija, de todos nosotros? Amenaza, amenaza, el viejo y decrépito pero aún lozano Rey.

Un trío sin piano: saxo, bajo y bata. La cerveza, hoy, se porta. Caminé tipo siete, hasta las vías, ida y vuelta, media horita, como para empezar, de nuevo, a hacer el recomendado ejercicio, doc. Las pastillas, la cerveza, el qué, me tienen desventrado feo mal. Pero está agradable la vida. Hace días que no escucho la radio. Para mañana y pasado decían de que hiciéramos huelga, quiero decir, no usar bondis, lo propalaban... Iniciativa "ciudadana" que malicio, claro, digitada. Como sabe decir Rescher: cada quien lleva agua a su propio molino (en este caso: político). Pero no sé. Y qué buen termo, Pepper.

18 de octubre de 2009

Contramantra

Toda la tarde con la Anthologie de la littérature québéquoise, leyendo ociosamente redacciones accesibles, cuadros de síntesis, selecciones de textos "representativos" (pero, Tam!, cómo no lo van a ser, qué inquina cultural, tenías que ser un leído), y preguntas y ejercicios para los chicos del norte lejano, tierra que no conoceré, pongamos.

Tengo un llavero de metal de por allá, regalo de un tío, que me contaba cómo andaba interminablemente en tren, de oeste a este o al revés; y por qué Canadá, por qué eligió ese país para hacer turismo, y no hace tanto, qué curiosidad.

Tomo ya mi cerveza-nochecita, fumo mi Philip Morris, le doy, una vez más, a Perros locos. La Molas es tía del Azul, y me retrotraigo en el tiempo para recordar cuando me trató de borrachín, hace muchos años ya, en el Paseo, encuentro casual, y éramos de un mismo ambiente, difuso y personal. Cuando escuché el disco en lo del Ger, le decía que me parecía una voz un poco fría, un poco "sin alma", como sabe decir Tim. Gerardo me destacaba la producción, los musicazos. Claro: lo escuchábamos en su tortuguita, y pocos detalles podían ser percibidos. Pero me lo prestó, y ahora, en el equipito, le escucho cada vez más la fruición posible. Como una calidez tranquila. Porque, sí, la voz de la Molas avanza cuidando cada detalle en la melodía, matizando, ardiendo lentamente, en el rescoldo.

Noche de niñitos, anoche. Juro que vi bolichear, cuatro de la mañana, a una nenita de diez años, pintarrajeada y ataviada a lo flogger. Ya nos batíamos en retirada, con el Ger, ante tanto espectáculo. Pero vino, salvador, un culo hermoso, enfundado en un jean negro que bien lo resaltaba -¿cómo decía Spinetta?: ¿"tengo envidia de ese jean / que sujeta para sí"?-, a sentarse al lado de mi rostro. Por eso, por lo demás. Por la estética de la mirada que deambula cuerpos vestidos, contacto a la distancia, intactos, a distancia.

Aparece la primera Pau, hecha una furia, en el chat, luego de haber sido saludada hace por lo menos una hora. No puede concebir que entre en contacto con ella, que le ponga "hola". Discutimos, pone mayúsculas, se tara. Su día de la madre termina mal. Me deja adrenalina latiendo. Escucho a la Molas en una triste canción, nada resuelto. Daño que nos hacemos los humanos, regusto por ensañarse, nada de pena, pena, algo de pena, nada.

Tenía que ser así, tarde tormentosa; algún rayo que se descargó.

17 de octubre de 2009

Como que transparencia

Tranquilidad de sábado a las siete. A lo lejos, la "endiablada chillería de chiquillos" de Jiménez: ¿a qué juegan? Pasa un auto cansino, acelera al superar la cuesta. Se siente de a ratos un ave, gorjeo como lluviecita.

La Marce cae cuando justo se estaba yendo mi vieja. Viene con el djembito, viene con su flequillo elemental, viene trepando la cuesta, piensa en nada. Nos saludamos. Charlamos, cocinamos: está muerta de hambre. Si hasta se compró, en lo de Belén, $2,00 de aceituna, y la vaga subía por la vereda mascullando un carozo, que se quitó morosamente de la boca para saludar.

Y cocinamos: milanesas, ensalada Tejedor. Estamos chochos: no nos salió mala la comida, es mucha, la hicimos bastante rápido. Curtimos Coca y hasta tenemos miñón. Y viene la modorra: la vaga se me instala en Magnolia, yo me echo en la yacija, Ponge y puchos. Al ratito -venía sonando el de la Molas- me entreduermo: y ya tiene que estar el cuarteto de la vecina, al tope, atravesando todo. Pero me entreduermo y sueño con la realidad.

Cuando despierto, todavía la Mar está navegando. Cebo unos mates, logro, luego de insistir un poco, despegarla de la compu, al rato parte para el Paseo. Me quedo leyendo Ponge, no me echo (me volvería a dormir), ya voy por la 147. Nada, escribo: siento la brisa en la espalda, ventana que amo tanto tener abierta, el cuarteto caducó, la bellaquería y el ave se callaron ya. Momento de la tarde en que ésta (el sol) comienza a desprenderse de su función lumínica, calentriz; momento de sentir, es lógico, un aire más ameno.

Fumo. Días de nada pasar, de atento al texto, disfrutándolo. Días de las cosas sencillas, las que se quedan bien quietas, ahí: como mi cenicero vincular (por decirlo de algún modo), como el platito con la vela, apagada, del otro sábado, y espera. O como mis zapatos de Van Gogh, que uso sin cordones. Como que transparencia.

Mí poka krédito

Leve dolor tortícolis incipiente hay que relajarse. Día no tan largo. Tomamos con la Mar una cervecita en la peato de la Ayacucho, después de que yo saliera de la Alianza. Antes, nos arrimamos un ratito a la Plaza de la Intendencia, donde había un recital varias bandas. Tanto hacía que no escuchaba música en vivo. Los bronces (tres saxos y una trompeta) leían sus arreglos de sendos atriles con partituras que el viento tiraba (¿y los broches, queridos? Hasta Fogwill los usa). La minita que cantaba, rubia linda, lo hacía bastante bien. Un poco de gente joven.

Pero no. ¿Sentarse en el cemento del suelo, no tener nada para tomar? La Mar quería quedarse un rato, yo tironeaba hacia cualquier bar. Así que transamos en una cuadra de distancia del recital. La Quilmes estaba más que aceptable. Declinamos las aceitunas a $8,00. ¿Teníamos plata? "Un poco", los dos. Siempre, y sólo: "un poco"...

Agustín me encontró una Antología de la Literatura Quebequesa. Tiene onda de manual de secundario, con mapitas, esquemas, cuestionarios, fotito de cada escritor. Una edición de papel lindísimo, en colores, qué envidia que me da. Compra asegurada: siempre tener Lengua y Literatura cuando tenés 15 ó 16, siempre tener que adquirir un manual, tentarse con el nuevo, con el recién horneadito, recién ordeñadito. Los chicos canadienses, la literatura "nacional": otro pasado, la misma cosa a odiar.

Por otra parte, también saqué un librito de Francis Ponge, prosa irónica, benévola o piadosa (no es esto lo que quiero decir), clara, y algún que otro poema. Lo tengo pensado leer dos o tres veces, en este par de semanas que viene, y no esquivarle al diccionario. Qué mierda que el traductor de Mars attaks (¿se escribía así?) no esté a disposición para abrevar de la literatura universal.

Pero salí a las seis y media de casa, y en realidad tenía clase a las seis. Y ya me estoy tomando un remis trucho en lo de los proveedores de droga del barrio (según murmura el vecindario). ¡E ir por Lima, con la demora que, a esa hora, la cosa implica!: total, le estaba vedado al vago ir por la 27. Y, en el recreo, me voy a fumar un pucho y luego voy al bar, y me hacen lugar las chicas-que-estudian-el-francés. La de al lado, que resulta llamarse Carolina, toma mi Ponge y lo hojea, y luego la Antología. Me entero que estudia gastronomía, y algo dice de que no se puede leer poesía en otro idioma, con lo que seguramente quería significar que no se la puede traducir. ¿Está nerviosa? ¿Se tilda en la vida? Conversamos un rato, mientras tomo de mi coquita, y ya el profe -¿tanto nos demoramos?- nos arrea.

Escucho algo de los IKV de Chaco que ahora propala la Pobre Johnny. Tomo mi mate, ya bastante lavado, fumo un pucho nuevo. Agregué a la lista de blogs de La lección un par de cosas locales, que me llegaron vía mail.

Pensar. Este post no ha alcanzado hondura en ningún momento, y un poco añoro esa búsqueda. Noción propia de fondo aceptable: algo que los lectores no tan necesariamente perciben, y sobre todo cuando el estilo, escribir, es máquina: uno es uno, y los propios textos son, sabés, el mismo.

La temporada idiota, al decir de Éluard. La tortícolis se acentúa: a la derecha.

15 de octubre de 2009

Platita y sus demás

Cansado, no vacío, sí de palabras en la mente, no claridad febril sino como en piloto del hedón (que no del hedor), tomo mi cerveza de todas las nochecitas, noche ya, más de las once. Fumo mi merecido tabaco, y el humo se desprende dolidamente (volutas en evolución, en extinción), ya me saqué los zapatos y ahora estoy en medias -se rompieron las ojotas, ¡buaaa!-, siento en los pies el frío del piso, del aire, de la leve tensión de mis piernas, que no alcanzan a adquirir el grado absoluto de la     relajación. Felisa se afila las garritas en la biblioteca vieja, luego parte. La vecina pone reggaeton (excelente, repetiré por algunos años todavía, para bailar), la luz cansina de esta habitación me muestra mi rapada sobre el teclado, sombra que miro con párpados a media asta, dejar pasar el tiempo. Aspiro, exhalo tabaco, y me dirijo a un nuevo párrafo.

Marchaban los del PO reclamando contra el cospelazo, que, de $1,50, vaya a saber a cuánto subirá. Porque una cosa es cierta: es necesario, elemental, que aumente. La práctica habitual, las presiones habituales, los tironeos y aflojes típicos de algo que se reitera regularmente en Córdoba. Y ahí va la batucada, con sus redoblantes marcando el paso y el avance, los guasos de los morteros, con un pañuelo a lo forajidos de la protesta, las pancartas, los cartelones de tela y letra -rojo y negro, lo exige la etiqueta-, avance que es serenamente vigilado por la cana, protesta que ha tomado por la 27 de Abril, en el sentido de los autos, claro está, y que me dejó sin colectivo, por un rato, para el psicólogo. Los pelos largos, la ropa, la que te ofrecía el periódico institucional, cuadro querido, cuadro despreciado por los automovilistas, no sé si habrá habido roña. Pero, que aumenta, aumenta.

Así, me pongo a esperar el E5 para Urca, chetura de mi analista (de lo que le voy sabiendo, y a efectos de un pronto entendimiento prontuarial: Jacques Lacan, Oscar Masotta, Germán García), que logra mantenerse con $30,00 por sesión. En lo que a mí respecta, claro. Ya había pasado la manifestación, ya circulaban algunos coches, y la espera. Y nada: a taxicear, goloso el taxista con esos $15,00, rápido va. Pasamos al lado de un comerciante que tiene apretándole a un pendejo la garganta con una mano, bien fuerte, y apurándolo, y miramos, y salta el vago: "pero torcele el cogote", sin signos de admiración siquiera, formulando la aplicación de la ley más vox populi de los taxistas. Callo.

Y después estoy de nuevo en el centro, de remera y hace frío, y voy a visitarla a la Ari. De ella sólo observaré que odia a su heladera porque le afecta la tele-expectación.

Juegan al fútbol, afuera. Chicos. Tomo mi cerveza y fumo. Porque esto que practico ahora es no ponerme en sináptico, cosa que de hoy en más haré a sabiendas. Crezca mi panza más aún, cultive mi alcoholismo, mi tabaquismo, y a no morir.

De la lecture avant toute chose

Anoche no me dormía, anoche estaba activo. Me obligué a quedarme acostado en la cama, a no saltar de ella -todo lo que queda por hacer-, a pensar. En un momento de la tarde no era la nada: era el stress, la adrenalina, fluyendo a lo largo del día, del cuerpo, haciéndome chivar continua, secamente. Me desmayé en algún momento, después, y amanecí así: muy contracturado, cuello torcido, sangre en los mocos que hurgueteé como al pasar, costumbre de recién levantado y grogui todavía.

Tengo el viaje atrabiliario, hoy, como todos los jueves. Será la media hora de terapia a cambio de las dos horas y media de viaje. Que alguna vez me reciba, tal como lo hizo en dos o tres ocasiones, con un mate. Que me vuelva a prestar Aldo Oliva, poeta de libro gordo.

En un blog escucho hablar, prosa sensata, parsimoniosa, de alguien hasta ahora total desconocido por mí: Hubert Aquin, quebequés y escritor, aparte de otras cosas más bien llamativas. Consulto a Agustín a través de un mail y me quedo a la espera de saber si hay algo de Aquin en la Alianza. Ya tuve mi semana de revisar historias de la literatura francesa y enterarme de los nombres relevantes, los curiosos, los descorazonadores. Ahora, un perfecto desconocido: a ver si me sorprende, el guaso.

Subo una imagen del Aquin escribiendo, para ser prolijo, y me pregunto si no la pifié, si no es otro: sorpresas que te depara la búsqueda de imágenes en Google. Pero no: el que escribe tiene los mismos rasgos, la misma fisonomía, que el de la foto del blog que linkeé más arriba. Me fijo en el papel o lo que sea que decora la pared de fondo en la fotografía: onda mediados de siglo, onda casa de clase media de películas en blanco y negro: sí, es él.

(Esto de anoticiarme de nombres a leer a partir de libros de historia de la literatura de tal o cual país ya lo había hecho para hacer las tareas con los escritores de Argentina, de España, etcétera: los del castellano. También leí las historias de Borges en colaboración, más que nada porque eran literatura hecha y derecha. Lectura metódica, enciclopédica, que hago "perke me piache".)

Aparte. Romina arrugó ayer; supongo que se le imponía el fútbol. Cuando Palita ganó, acá en el barrio se elevó un multitudinario grito -como que borroso o lejano, mediado como estaba por paredes- de victoria, de alegría, de revancha. Ahí andaría Romina, pongámosle, participando de la fiesta nacional. Quedamos en que viene hoy, pero ya hoy, y justamente, me estoy quedando corto de platita. Qué molesto, ese pequeño detalle: tener que depender tanto de ella, la platita.

14 de octubre de 2009

Los malos libros

Fumo. Ocioso, me doy a modificar la apariencia de este blog. Y ahí pongo a Pampita, de cabecera, sustituyendo el viejo "Anotaciones-...". La veo ondular serenamente, no seria ni sabia, pero sabedora de lo que busca exponiéndose así, posando, ante la cámara discreta. La puerta del patiecito cruje un poco por la brisa: poco aceite tendrá, sometida, como lo está, por la lluvia, por las ordinarias inclemencias de siempre.

Fumo. Romina no llega todavía. Me prometió estar aquí a eso de las siete, para acomodar un poco el quilombo, para que le pague, diez pesos la hora. Es hermana de Juancito, que supo trabajar con Piedra Limada en la carpintería, y, petisa, tiene una hija de 10 años que tuvo a los 15. Exposición del barrio, me gustaría tener una camarita para poder captar este San Vicente que tan legendario me resulta a mí mismo y a muchos otros de La Docta.

Apago el cigarrillo. Estoy descalzo, negro patas chorreadas, y me preparé un nuevo mate en pava nueva también: ya supe devolverle a la vecina la suya, a la siesta, y la agarré, supongo, durmiendo; la cosa es que tardó un poco en atender, y la soñé ligera de ropas, vistiéndose rápido para atender al pesado de enfrente, pero muellemente acostada, antes, sobre la matrimonial.

La vecina no tendrá por ahora un nombre. La vecina es la vecina: aquella con la que comparto cierta complicidad, ante los ojos acontecidos de su pareja. Ladra la perrita en el patio común, la de ellos precisamente, la diminuta, la cariñosa por eso mismo, porque es su única arma ante nosotros, los grandotes, y allá a lo lejos, desde el pasaje, le responde brevemente otro. Por allá vendrá, si viene, Romina, a limpiar de noche (nadar de noche).


No vuelvo, aún, a fumar. Escribo despacioso y me acuerdo de Gabriel Miró, venerado por mí por años. El pastoso, el tremendamente inmóvil, calculo que un básico de la derecha tranquila del franquismo, la lentitud pueblerina de sus prosas me entretenía notablemente. Pensaba que hallaba en su prosa una maestría de la palabra justa, a tiempo, sosegada. Paisajes, humo dormido, personajes quietos, fue una época en la que sólo tenía acceso a libros gallegos clásicos, de un peso, los de los saldos, ésos de lenguaje inaferrable para nosotros. Y, así, se me hizo un léxico muy gárrulo, caramba.

Hace poco leí La colmena, y me volví a topar con todo ese vocabulario gallego, encerrado dentro de sus fronteras por la dictadura, penitente. No está de moda leer a españoles. Somos dos continentes en combate lingüístico, Argentina y España. Y Romina no llega.

Prendo un pucho. Aspiro, exhalo el humo. Escucho un auto (soñemos: una chata de las de antes) pasar por la Agustín Garzón, y lo supongo a Piedra Limada contemplando el partido. ¿Contra quién jugaba Maradona? Ladra la perritita, le contesta a lo lejos otro. Arcane 17, de Breton, es un poco moquero.

Bonanza

La vieja, pelo largo teñido de rojo oscuro, cara que es máscara, no tiene vuelto de 100; me quedo, así, sin cigarrillos. Me dice: "lo lamento", al tiempo que me da la espalda. Reboto de ese lugar de mala onda, y me voy caminando tranquilo: sabés que, para fumar, te metés en cualquier lado, fumes lo que fumes. Me encuentro con Piedra Limada quien, apoyado en la reja negra y mientras uno de los inquilinos pinta de azul cielito las paredes exteriores de la casa, espera a que se hagan las siete: a que haya partido. Converso brevemente con él, me voy. Por el camino me encuentro con la vecina, ligo dos puchos salvadores: hasta mañana, no volverá a fumar, me dice, me sonríe.

Tomo un mate más que lavado, lo estiro de hace como dos horas. El aire está fresco, la heladera zumba su eterna cañeriíta de vaya a saber qué fluido. Siento autos andar, no quiero leer, no tengo nada por hacer, hoy. Ocioso que se deja estar, los libros son la repetición de los libros.

Ayer me junté con Alemar, la simpatía serena personificada. Está contenta: tiene faso a más no poder. Piensa, "elle songe à" hacerse dealer, y descarta la cosa. En cualquier momento se queda sin laburo, y juntos volvemos a proyectar poner una rotisería, una pizzería, algo. Sentados en la explanada del Buen Pastor que da a las aguas danzantes, me acuesto de pronto sobre el cemento y miro el cielo: apenas nubes copitos, dos, tres, chiquitas, hacia el oeste, y atardece. Tomamos de un mismo Citric, se nos hace amiga una perrita negra, los jóvenes, esbeltos, se distienden. Somos dos gordos treintañeros en un mar apaisado de adolescentes. Después vamos a La Alameda, y le damos a las empanadas, mientras hablamos de dejar (yo) el cigarrillo, de meternos a un gimnasio.

Días de esparcir las palabras, aguadas, a más no poder. Días de caminar con la brisa, de sentirme entero, sin fisuras, sin desdoblamientos al hablar. Fumo el segundo cigarrillo; tendré que esperar media hora a que abra Belén: otra gorda. Días de no sufrir.

5 de octubre de 2009

Conc.

Piedra Limada, camisa de lujo, está apostado frente a su casa, apoyado en la reja, y la brisa le hace llevadera la espera, o así se lo ve, al menos. Me le acerco, desastroso y con una birra en la mano. Le sonrío abiertamente. Nos saludamos. Me dice que se va, que lo han invitado. Nunca revelará a dónde, en ese momento, digo, pero mañana me contará todo lo que haya que contar. Me voy a la verdulería: cerrado. No charlaré con la gordita simpaticona. Vuelvo, saludo al viejo, me vengo pa' las casas.

Y pongo Schönberg. Un concierto para piano, primero, y luego uno para violín. Y me digo: "crispado". Los acordes, su expresionismo. Acordes crispados por los intervalos que usa.

Anoche lo puse para dormir. Antes había estado escuchando un concierto triple de Beethoven. (Recalcarás que ando con los conciertos.) Librito de mi viejo, que no le pude chorear. La onda es echarse, y poner discos hasta olvidarse, dormirse. Y Schönberg: una cierta exasperación, continua, variada, expandida. Exasperación expandida hasta la exasperación, me digo, tontamente. Y, sin embargo, la cosa no durará más de 20 minutos.

Toso. Veo pasar un mosquito. Anoche releía la poesía completa de Horacio Castillo y aplastaba a pequeños cretinos, recién "nacidos" del agua, contra las páginas del libro. Terminé reventado por el esfuerzo: vaya a saber cuánto tiempo de lectura en voz alta, poniéndome las pilas. No desolación, sino fatiga, dolida, del cuerpo: cuello, espalda. Apenas si me dormí a las siete, y entredormí hasta las once. Pensé que quizá se me estuviera viniendo la mamúa de la euforia encima (adentro), pero no. Simplemente mal descansado.

Porque el enfermo que bien se teme no sabe cuándo es de verdad y cuándo falsa alarma. Tomo mi cerveza. Adagio. Leer Sollers hasta decir basta (el muy culiado [sic, por favor] se mandó más de 600 pp., en su Femmes), alternar con uno de los de Bayer que trae el Página, toquecitos de poesía, y los blogs, que es como un trabajo.

Por lo menos, no adolezco.