29 de febrero de 2008

La música y la siesta

Jason Moran. Estoy tomando unos buenos amargos y navego, después de estar recostado, en mi pieza, leyendo. Mi holgazanería es bíblica, es digna de ser cobijada por algún mito, simpático, propio. Leo un blog llamado Catedral de hormigas, y me gustan esas pequeñas reflexiones en torno al uso de los silencios en música, entradas de estos días.

Me acuerdo de la respiración: un pequeño gesto corporal que se hace, por ejemplo, en violín para "atacar", para comenzar una nueva frase. Es verdaderamente una respiración, una aspiración; y el torso se mueve, y empuñamos mejor el instrumento, y elevamos el arco, para así retomar mejor. Muchas veces las notas que siguen dependen de ese pequeño ataque; como un impulso.

Me acuerdo de Ensayo de orquesta, y de cada instrumentista hablando de su instrumento, hablando de su relación hasta íntima con el instrumento. El gordito del oboe, por caso, siendo el oboe tan espiritual. Tan ese sonido, ese timbre, únicos. La orquesta como una sociedad turbulenta, como bien muestra esa película. Y el metrónomo, futurista.

Jason Moran. Pasa un auto, allá, en la calle, y luego otro. Pero pasan cada tanto, espaciados, y el final de esta siesta tiene como un dejo de tranquilidad acordada. Buen barrio para dormir, para leer, y para jugar al chess.

Calma

Escucho interpretaciones de Pau Casals. He comenzado un buen mate, y algunos cigarrillos todavía me quedan. Antes, estuve leyendo un poco más (un par de capítulos) de El espejo enterrado. Tuve este libro hace mucho, pero me lo perdieron. Mientras leía, recordaba esa otra época en que podía, de un solo saque, retener datos mil y pensar las ideas y frases que el libro de marras comentara. Ahora mis ojos resbalan por los textos, y éstos se han convertido en algo evanescente, sonoro, fugitivo.

Voy terminando el cigarrillo actual. Leía hace un tiempo un libro de historietas de mi cuñado, y una de las tiras ilustraba "el loop del cigarrito". La última semana he fumado más de 40 por día, a veces acercándome a las tres etiquetas diarias. Principalmente de CJ: ya todas las marcas me saben igual, por lo que me dedico al ahorro, y le doy.

La gran narradora, en la cocina, teje, después de hacer bombas de crema. La cosa ha estado un poco movida, en la casa, los últimos dos o tres días, y ahora reina una gran calma, y no se presagia nada malo. Siento el aroma de la casa: rancio, corporal, y sucio y húmedo. Y me siento cómodo, a gusto, más bien libre. Innumerables cocciones y grasas y tufos se han ido acumulando y sedimentado a lo largo de los años, aquí. Es un hogar con todas las letras: tradicionalistas, de gente sencilla.

Comienza un concierto, en el compact, en los auriculares. Retomo el mate y lo saboreo, y pienso en prender otro pucho. Emoción de la música, decisa.

28 de febrero de 2008

Operaciones verbales: un ejemplo ilusorio

¿Por qué, si es desazón el roce destemplado o cuerpo, persiste en amenazas hueras de lo propio? Calígine mutada, un recupero crece en mí: melancolía propia de lo propio, persistencia que duele estambres y que se atrincheró, y propiedad de moros demorados.

Daña la tecla de la meditación; el verbo innato o sirte -pacientes, claro, almejas-, se me acolmena: como una marejada de alguien que dice, hirsuto, que todo pasará, y que incluso lo que se vierte, hallado, en un sentido de oración es pasatismo y fuelles. Desacomodado reloj, fatiga incierta y giro de manubrios que ya no me reconocerían, me entretengo.

Mate, o de la cápsula y medida de que lo que acontece es alce. Ilusionado reloj, medida del atrincherado, hormiga, me descompongo en ciernes por decir.

(Por decir que el lenguaje es falla, y que la temporalidad es cierta, y que todo es dicho como incógnita e inicial, y que todo, es claro, es otro. Acomodado reloj.)

Anotación al pasar: inútil no contraproducente, fin de la siesta

Tomo un mate excelente. No hay mejor yerba que la que estoy catando ahora. No será Ladina, pero es de buena procedencia. De ojotas, de remera Acertijo, de pantaloncito corto, beige, palidez.

Anoche -la noche duró hasta las ocho de la mañana- la pasé extrañadamente. No mal. Tuve que dormir hasta las dos -¡qué lindo lujo, el mío!-, y me desperté renovado, con cosas por hacer -anotarme en la facu, por ejemplo-, con comida preparada. Pero alargo los mates de mi desayuno, y escucho el Sanfona de Gismonti, y las nubes, que empiezan a agolparse lentamente, allá arriba, prometen frescura pre-otoñal.

Mi querida hermana me está dando lindas gambas desde el sur. Por fin dejamos de hablar meramente boludeces y nos ponemos en algo concreto. Da idea de serio, incluso.

Me prometo continuar con Libertad bajo palabra, o quizás con El espejo enterrado (mexicas, estamos), y por ahí poner alguna otra musiquita.

En fin: todo transcurre suave.

27 de febrero de 2008

A partir de un pucho y un mate se puede derivar, insospechadamente, hacia el asunto del desierto del consumo

Prendo un pucho. Un buen Next, uno extraídode una de las dos etiquetas compradas a las nueve de la mañana. Un pucho en un aljibe de cerámica o cenicero simpatiquito. Aljibe con hornero que espera frente a su barro. Pucho que se resbala y posa apenas su filtro sobre la mesa. Un pucho.

Y el mate, ya demasiado lavado, y Chico Buarque, bien añejadito, a través de los auriculares, y una pequeña sensualidad y goce del consumo.

Cómo es que crece el desierto, si nuestros valores son otros, si no estamos en ningún Sahara de fatigosidad y espanto.

Seamos serios. Algunos recitan sus frasecitas aprendidas en lecturas al voleo, y dictan dictaminan el bueno y el malo desde su facha pronunciando, por caso, despectivamente, un término, espetándolo, llevándolo como medalla de su itinerario.

Y qué palabra se logra, con esta poesía del reviente, con el reviente que impera, con el reviente. Qué trabajo de la palabra acompaña a esa actitud-desplante.

La ironía llevada a cabo de memoria, por rutina y no porque tenga que primar, en un determinado momento. Paso.

Leés Juan L. Ortiz y no captás qué dice. O lo hacés por un ratito, y pasa; porque volvés a tu desierto, y conocés tu desierto, y te entregaste ya a tu desierto. Desierto del que lo lleva bien, con otra figura, snob, y pasa.

En fin: que estas palabras pobres te hagan detenerte, no en el camino, sino en la forma en que andás, lector que es un modismo.

26 de febrero de 2008

Tomo unos mates. Ricos, gustosos, ya comenzándose a suavizar. Por fin me instalan internet en las casas y, cosa inaudita de hace rato ya, mateo y fumo con total impunidad. Aparte, escucho mi querido concierto para corno de Mozart (el primero), con los auriculares, en el living y mirando al comedor, y estoy solo. Puedo querer algo más, claro: no nos engañemos con las retóricas automáticas; pero mal no la estoy pasando, y pintan buenas perspectivas.

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Justo una prima encontró algo así como la Traducción del Nuevo Mundo de las Sagradas Escrituras, en una verja, abandonada (la Biblia). La llevó.

Estamos hablando de Testigos de Jehová. Ella, por su parte, es evangelista, y donde estoy, católicos, mientras que a mí me sale practicar un ateísmo encendido cuando calculo que la discusión puede ponerse divertida y no violenta. Por lo general, soy lector y melómano.

Bueno, según El Canon Occidental, la Biblia está buena. Le tengo fe a Harold Bloom: me gusta su manera molesta de argumentar. Y es divertidísimo tirarles a los cristianos la idea de que, sí, la Biblia está buena, pero como ficción, o como impostura (tal cual, dice, los escritos de Joseph Smith).

Así que anoche terminé el "Génesis" y me quedan como 1500 pp. más (peor que ese deber, el de En busca...).

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Recuerdo unas vacaciones en que viajábamos en el Torino, y yo iba leyendo la Biblia, exactamente la parte que leí ahora.

Y la razonaba. Y me la preguntaba, y me la explicaba. Y veía lo que ahora digo: "narrado", como posible (no como real: como posible). Como razonable. Una sensación muy grata: tener un libro cierto. Hoy disfruto del mismo modo -pero no es lo mismo- los libros de divulgación científica. Pero lo que mejor es leer es la literatura, claro: hace referencias a cosas del mundo sin presiones y sin cola de paja. Bah, depende.

Lo que sí, la literatura es escritura de autor, la gran mayoría de las veces. Está marcada por lo personal, por lo vivido y por lo leído. Y ninguna otra cosa del mundo depende de ella.

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Pasa la cadencia del tercer movimiento. Cierta culminación, la del clasicismo. La Biblia es demasiado literatura "en comenzando"; y no lo digo porque trate de supuestos orígenes, sino por su seca, mala, árida, reiterativa prosa. Es al pedo: sólo el refinamiento aporta gracia a la cosa.

23 de febrero de 2008

Es desesperante no poder terminar de aceptar el inglés. Como idioma. Hay algo que me dice: "No" cuando quiero estudiarlo. Lo percibo como un farfulleo incomprensible y enfático. Me agota.
Tengo un par de amigos del país del norte. Los dos son muy piolas, y con uno de ellos, que vive aquí, me pongo cada tanto a querer aprenderlo. Encima, es profesor (nativo, sí), que habla un excelente castellano con muchos toques de cordobés, en lo cual lo admiro. Pero no hay caso: termino desistiendo, abandonándolo, renunciando a su comprensión.
Con alemán no tuve ningún problema, en el colegio y después en el Goethe, y aunque ya olvidé totalmente el vocabulario, veo cualquier texto en ese idioma y sé cómo está ordenado gramaticalmente. Con el inglés también -ya son varios los idiomas, digo, parafraseando el Cuchi-, pero ¡ese sonido, ese farfulleo, ese acentuarlo enfáticamente todo!
Recibí una propuesta de publicidad para alguno de mis blogs -o para todos ellos-, pero me amilano. Primero, porque no entiendo a qué apunta, y segundo, por eso mismo: por el inglés.
El inglés, el inglés. La inglesa es la mejor literatura, según Borges (mirá que dictaminarte algo), pero, para mí, sólo es un montón de libros traducidos que dejo de leer en el original porque, justamente, hay que leerlos así.

22 de febrero de 2008

Leo algunos blogs, prefiero dejar de leer otros. Reenvío a amigos y conocidos un pps que me pareció curioso: fotos de cuerpos pintados, representando imágenes o mimetizándose con la de fondo. El cýber pasa, por esta vuelta, música un poco mejorcita; con los auriculares puestos, por costumbre y para escuchar los clic clic clic de algún link presionado o de alguien que entra o sale de los messengers (cultivo -por no usar el verbo "curtir"- dos). Con una botellita de pepsi-cola (¡digamos "pepsi-cola", así, a lo viejo!) rellenada con una buena agua 'e canilla, que más al natural no puede estar, disfruto de un buen mediodía pasadito, nublado en Córdoba, deseoso de escribir.
Pedro Kuy escribe un lindo soneto en uno de sus sitios (¡yo que tenía noticia de dos, y los seguía, y al hacer el link anterior me vengo a anoticiar de que tiene como 5 blogs 5 a toda orquesta!). Ya voy aprendiendo, poco a poco, de su estilo (su estilo: sus gustos, sus palabritas, sus rimas, sus angustias, etcétera), y me prometo releerlo.
Así como la vida del cheto es dura, del mismo modo es muy trabajosa la vida del blogger. Si se tiene el prurito de estar al día, todo va mal: no podrás cuidar tu jardincito. Yo sé que lo que muestro en esta página como blogs visitados regularmente por mí es un desastre (porque es un desastre), pero, realmente, viniendo a un cýber y pagando por ello, poco mejor puedo hacer, siendo yo como soy. Prefiero pasarme las horas chateando con la dulce Mara, la flaca, la bronquerobardera, la estrepitosa. Y así se pasa la vida, la del blogger que no se esfuerza, la del tomador (o ex-tomador) de gaseosas y diseñador de poemas reiterativos y de extrema pobreza temática.
Que los hados te sean propicios, querido lector. De mi parte, nada esperes. Y, dado que me pongo en tuteador -argentino como vengo a ser, oh César-, sé cauteloso conmigo, recházame, abjura de mí y olvídame. Nada bueno esperes de los escribidores: apelan a tu paciencia y cordura. Cuando más, a tu ecuanimidad. Alerta.

20 de febrero de 2008

Pasa el tiempo: cosas intrascendentes

Pasado de despierto, en el cýber de Colinas -al parecer, el único en cuadras a la redonda-, sin sueño pero apenas respirando, escucho música y escribo aquí alguna pavada, como para cumplir. Apenas hay gente en este día nublado, caluroso, húmedo, en este mediodía de toda la ciudad de Córdoba y -dicen- de varias otras más (olvidemos el campo).

Esta noche habrá eclipse lunar -no podría haberlo de sol, pero así reza la información recibida-. Probablemente duerma y, si no, me olvidaré: estaré mirando algo malo en la tele, o leeré algo no demasiado sesudo (devolver Descanso de caminantes y Falconer), o seguiré lidiando con mi VectorLinux, el cual, aunque recomendado para máquinas más bien chicas, es demasiado pesado para mi compu (¡pobre de mí!).

Supongo que estaré aquí un rato más. Tengo listos dos poemas, que no traigo al cýber de olvidadizo o desganado puro, que no publico en El tren, en donde publico cosas tales. No sé para dónde deriva esa tarea (sí: es tarea, ocupación, ejercicio, rutina, la escritura poética; sin que eso quite la inspiración; o: estoy dispuesto a escuchar otras opiniones, como la que tiró Mara en un comment), pero la ejecuto tranquilo, sabedor de que poemas en la red consiguen más lectores, aunque cero plata; ecuación interesante si escribís justamente poesía y no te desvelás más por figurar en la farándula cultural de turno.

Escucho un mal tango, mezclado con algo así como son, o tengo el oído roto.

14 de febrero de 2008

Es un idiota. No quiero decir cretino. A su mujer una psicóloga "le explicó" que él debía tener la mentalidad de un niño de 5 años. Pese a todo, trabaja, tiene una hija ya madre (quizá venga el segundo), mira infatigablemente el cable, canales "de motores".

Hemos jugado algunas veces al ajedrez. Logra concentrarse y armar, pero pronto dona la dama o pide el mate. Exhibe orgulloso sus colecciones de compacts de rock compradas paciente, prolijamente en los quioscos, y se va al trabajo dos horas antes de que le sea la hora. Ignoramos qué hace, pero lo llamamos Don Abram.

Cómo le grita la mujer. Por ejemplo: ella cocina, y le dice: "poné la mesa". Él lleva algo a la mesa y cuando vuelve pregunta: "¿qué falta?" El estallido de su mujer se da in crescendo: "¿cómo querés que lo sepa? Yo estoy acá, ¿no ves? ¡Siempre la misma historia! ¡No puede pasar una noche sin que me vengas con tus pavadas", etcétera. El reto dura por lo menos cinco minutos.

Es bueno y torpe. Le enseñó a la hija a andar en patines; la nena, en su momento, obtuvo un segundo puesto en algo. Él se va al trabajo en bicicleta y patina los domingos. No tiene voz ni voto en esa casa.

13 de febrero de 2008

¿Por qué no hablar de inspiración?

Si estuviera inspirado, podría, ahora, escribir algo con vida para este pequeño sitio. Recuerdo que, en la carrera de Letras Modernas, hace muchos años, en una clase de Teoría Literaria, cuando la profesora exponía nociones sobre "las condiciones de producción del arte", pregunté dónde quedaba, en esa teoría la inspiración; cómo daban razón de su existencia (puesto que, en esa época, la experimentaba como fenómeno muy palpable). La profesora optó por la ironía: "traés un concepto extraído del romanticismo a pleno siglo XX...". La clase festejó, creo que demasiado obsecuentemente, dicho impiadoso fusilamiento (la vaga estaba adoctrinando para la mentalidad universitaria: lavaba cerebros). Abandoné la carrera, aunque no exactamente a consecuencia de esa pavada.

Hoy creo en la inspiración. Hoy: en este momento. Uno puede "producir" textos, pero, si no está movido por algo, cosas chuecas le salen. Lo digo por experiencia: no me conformo sino con lo que sale de cierto tipo de impulso, de cierta energía en el cuerpo, que se transmite (realmente lo creo) a lo escrito. Me acuerdo de Nietzsche mientras escribía su Zarathustra, y no por lo de "escribir con sangre", sino por lo que contaba del "proceso de producción" de dicho libro en el Ecce Homo. Un frenesí, un rapto: asombroso, de ser verdad. Tomás Abraham me avisó, en Los oficios de Nietzsche o algo así, que el guasito se daba bien, y por qué no, pongamos que con opio, o con láudano. En todo caso, lo que lo ayudara a rapsodiar más ¿sublimemente?

Anoche releía, después de mucho tiempo de haberlas leído, las primeras páginas de Libertad bajo palabra. Octavio Paz habla allí de canto, de poetizar como cantar; esa vieja idea romana (Horacio), o grecorromana (claro: "canta, oh Diosa, la cólera del pelida Aquiles...), se hace presente nuevamente en ese poeta. Y, como la cosa es nombrar nuevamente por primera vez, fundacionalmente (fundando no una ciudad, claro, sino el lenguaje, al renovarse), Octavio Paz va a lo más sencillo: a los elementos, y al descubrimiento de la otra persona, singular y universal a la vez.

En fin: un par de ideas tiradas.

10 de febrero de 2008

Me vine del cýber, al mediodía, bajo una breve lluvia torrencial; ahora está despejado, y son las ocho. La lluvia comenzó a poco de salir del cýber, y duró hasta poco después de llegar a casa. No elegí caminar bajo la lluvia. Aparte, de remera y pantalón corto, sentía esas gruesas gotas frías, y me daba el viento, y algún que otro chucho. Generalmente, cuando pienso en "gotas gruesas" (frase que me gusta; como "baldosas transpiradas" -las rojas, claro-), las tengo relacionadas con días de excesivo calor, con el rotundo verano cordobés, sobre todo el presente; desde hoy comenzará a comenzar el otoño.

Niños, niños y más niños en el cýber. Me incluyo: tomo una "pepsi-cola" de medio litro (20 ctvs. más barata que la coca), y tengo en la mesa de la compu los poemas de Pizarnik según Lumen. Allí aparecen los escritos póstumos, y recuerdo ahora un largo fragmento en prosa, muy delirado, de, pongámosle, una estadía en cualquier loquero. Estaba hecha bosta, la mina; ahí, por lo menos. Sabía ser delicada, pero, si uno ve cómo encajaba sus poemas en alguna que otra obra de teatro, parece que los entonaba sin piedad.

Eso: uno al leer los breves poemas de Pizarnik imagina muchas veces una infinita piedad (¿será el "pobrecita de mí", será otra cosa?), pero ella misma tiende a tratar despectivamente esos "escrititos" cuando los encaja en alguna obra de teatro. Todo, según lo que recuerdo de viejas lecturas, de un viejo amor.

Por contraste, el ABC de Descanso de caminantes es un escritor de oficio. Sabe perdonarse, y durar. Tiendo a pensar que la duración es la cuestión central de la existencia.

7 de febrero de 2008

Por fin abre la biblioteca del Centro Vecinal de donde vivo ahora. Saco Descanso de caminantes (Bioy Casares) y Falconer (John Cheever). De éste es lo primero que leo. No me sorprende mucho el contenido, pero aprecio el ritmo de narración. Con Bioy Casares se da que lo leo rápido, riéndome cada tanto (como corresponde), embolándome con la suerte que tenía con al parecer innúmeras mujeres, disfrutando de su lenguaje (que debió haber corregido seguramente al menos un poco).

En fin, lo mando a pasear a Proust, gran boludo.