18 de noviembre de 2009

Howland

Llovió, lloverá, Inx. Me desperté transpirado, quirquincho blando la nuca; acá en Córdoba brama a lo lejos el trueno. Abro la ventana al patiecito central -está a oscuras-, y veo las lajas todas mojadas, y una suave lluvia, que sigue cayendo. La cañería de los vecinos borbotea sin pausas, el ventilador distribuye el aire fresco que entra por la ventana, y ningún auto pasa por la calle. Ahora la intensidad de la lluvia crece, no mucho, y los truenos lentos, que se desparraman a lo largo del cielo, de sus nubes, vuelven a hacerse sentir.

Soy provinciano. Recuerdo muchos campamentos en las sierras; algo que no se repetirá, no fácilmente: estoy pesando casi 95 kilos, y levantarme del suelo está cada vez más áspero. Tampoco es que me la pase ahí tirado, despatarrado, Inx, no; pero aún quiero ser joven, quiero sentarme en las paradas, o atarme con chetura (otros dirán: con prestancia) los cordones, y ya cuesta. Más allá de eso: qué daría por sentir, ahora mismo, el aroma de una noche serrana, llovida, sin luces de ciudad, cobijado en alguna tapera.


Prendo un pucho. Te cuento que esta tarde me agencié Oda, de Fabián Casas. No dejaban de nombrar a este tipo en Diario de poesía, así que me lo compré. Precio: 32 (pero el librero me lo bajó a 30; debe ser que le compré Godino, hace cosa de diez días). Lo leí un par de veces, y pienso revisarlo cada tanto, porque quedé encantado con lo que trae: escenas continuas de una ciudad que por momentos dejan entrever un cariño parco pero palpable por lo que nombra.

Quizá me engaño, pero eso me sorprendió: una mirada feliz. No conforme, sino como que plena, o sin falsetes. Algo que escasea en mis versos, en los que, por el contrario, priman la pena, el malestar, la incomodidad.

Lección: no arruinar las cosas más de lo que ya lo están. ¿Será así? En realidad, lo que digo es bastante cosa de viejo, y quizá no sea necesario, aunque sí sensato. Y lo sensato... De todos modos, por estos días y por otra parte, no hay fuerza, en mí, para escribir nada. Nada debe ser dicho, por más que me embole. ¿La gratuidad? Una cartita para vos, colada aquí, en la ilusión de que quizá merezca hacerte parte de estas cosas. Vos disponé.