28 de noviembre de 2010

Principium individuationis

Es como una suavidad, un comenzar del descanso. Te mesás el pelo, ya sucio, grasoso, y respirás con lentitud, y Angel song te habla de una ciudad con puerto, amanecida y cansada. Pensás en el teclado, piano que te conduce, y escribís las menudencias tuyas del estar. No hay cambios repentinos: sólo que la quietud se distanció en tu espalda. Quietud de todo por hacer, y el optimismo.

Fumás un ritornelo, marea lenta y un poco voluptuosa de decir: "salen palabras". Era, entonces, la niña, la que quiere aparecer siempre en el primer verso, esa que vuelve y sobre la que te negás a pergeñar. El 16, esa magia castaña en camisoncito, atónita y sonriente en la mañana, y un bosque de caminitos calmos.

Superyó: el que te muerde y marca y descalifica. Mojón y conducción continuos. Cruje por fin el hombro, y luego el brazo, solos, no forzados. Horas de derretirse entre revistas, por poco te bañabas en el silencio. Lazo de desasosiego, qué podría ser dicho de tu prosa. Como alguien a quien asesinar, por qué. Simún del entrevero que nunca se dio, las dos vertientes comienzan a rozarse. Y demasías que entrevés, gozoso.

"Niña entre abetos, alce" y estación severa de hacerte de harapos para el desierto, partición y noches duraderas. Porque sos el de las zalemas y el rebenque, y el perro gira y gira, ladrando. Arrugo la etiqueta, ya vaciada, revés de un tiempo o golpe demenciales. ¿Qué haré con vos, estupro, villanía, dulce menjunje o labios prometidos? Carneás como fusibles desde Macintosh, y yo sigo las hormigas, sin veneno, de tu asistir a querencias fustigadas por el aburrimiento, la tensión. Y nada de señales, mala luz, y cursorcito indiscernible.

Era la niña, entonces, otra mina, un libro prestado, la insólita promesa de otro nombre. Un pabellón del siglo te la goteó en el brazo, y así, adhiriendo y manoseando vestíbulos a tu penumbra, mujer barbuda a la que penique tras penique sopesé, y que más valía cuanto más miraban, calígine tu rostro, dibujé.

Ahora te estanciás en el venablo. La pizza, dos cervezas: cómo disfrutaste de mis 100, de mi descapotable en andas, baldosa floja. De mi descapotable, digo, con mancuernas de óxido: Torino de la descomposición y obstáculos, callado caminaba entre densos caimanes de otro libro prestado, otrito más aun. Y tu postal, la que calcaba. Decencia: multiplicar estilos. Mingitorio: mi cenicero indio. Vínculo que ausculto sin mayores miramientos, oxitracia: callado caminé, viajaba de noche, la luna era una horma más que nueva. Y todo, apenas lágrimas, apenas conmoción de recalcitrante. Total: otro penique.

Me meso los grasosos, los helechos turbios de amanecer pensando. Gira tu disco en bits, y una vacía hojarasca de tentempiés corona el Winco. "Afuera, el mundo ruge."

26 de noviembre de 2010

Panorama de incestos

Despierto pasadas las doce, abotargado, acalorado, gordo. Preparo un mate, fumo un cigarrillo, quiero escribir. Escucho The Paul Bley Quartet y toso, intentando expeler las últimas flemas de una tos que me tuvo mal lunes y martes pasados. Sigo más o menos con los mismos libros, vago para leer, desguazado por la canícula. Cruje la puerta del patiecito, abriéndose y cerrándose apenas.

(Ya no es como caer. Ahora las cosas permanecen en su tranquilidad, en su distancia. Falta el incendio, falta la verdad de la pasión, la del abismo. Las cosas están allí: disponibles y juiciosas, como esperando que participe, yo también, de su apacibilidad, de su indolencia) 

Me he descubierto mal conversador. O me topé con otros que saben imponerse, cueste lo que cueste, y callo ante sus dictámenes. Así, los dejo hablar, y se dan al cabo contra su propia fragilidad, tenor humano. Pero eso, no porque lo haya buscado: apenas si observé que se daba. Fumo callando: la verdad no es tener razón. La verdad es algo torpe de raíz, algo elemental y ciego, desnudo como piedra en el desierto. Sí: existir.

(Esperé, por dos días, dos noches, digo, a que la Doncella se presentase al chat. Voz diferente, la suya, y muy juiciosa, holanda erguida de las horas del descanso. Hablar como deslindando un paraje: no tengo tales frutos, éste es mi pozo.)

Hace calor, acá, en Qusarat. Estoy de malla, descalzo, y prendo un pucho. Sé, y es así, que poco a poco he ido quedando vacío de ideas, de pensamientos. Como dije antes: sólo las cosas, sus imágenes. La música que escucho me inunda de un gozo continuo, embriagador, y sé mis posesiones "con secreto cariño". Podría hablar de Yor, de que me caga de gusto, de que nunca me dará bola, de que reboto y reboto, de que no me canso de buscarla. Pero eso sería, una vez más, comenzar con la escritura milenaria, la del amor del deseo, la de las vueltas, la de las desventuras. Mi cenicero indio me sobrevivirá.

(Tal Gabu ahora escribe. Es un topito de no más de 30 cm de altura, con cinco manos y un pezón maculado. Deidad provisoria de los desesperados, bebe con rigor, con sorprendida prolijidad. Litigia contra los desharrapados, y disfruta al quedarse con sus cartoncitos "Dios se lo pague". Un rap violento y de las mesas puede con este topito: manices y antorchas deshaciéndose entre los pañales. "A la hora de huir, preferimos los taxis.")

10 de noviembre de 2010

Vacío, vomitito

Como que para escribir hay que sentirse un poco triste. O vacío. Leo unos pocos poemas de Nicotra en la Fénix nº 12, luego de mis buenas horas de rebuscar en la biblioteca cosa potable, y me golpea su gélida belleza, seca, exactísima. Y no puedo seguir leyendo, y me vengo acá, a anotar algo. "Palidez, luto de rostro", escribí hace muchos años -era la primera euforia- para referirme, quizá, a tal estado.

Ronca Tal Gabu. Una moto acelera en la cuesta. Corre el reloj, lento, su goteo. Estos días estoy leyendo El Quijote de a pedacitos, y me río mucho, y me sorprende la vitalidad, vivacidad de su prosa: los diálogos, las acciones. También ando con una biografía, Marcel Duchamp, pero su lectura me coarta la escritura: el desgraciado conoce todos mis trucos; como que me ve venir de memoria. Vuelvo a leer poesía, me doy a la búsqueda infinita, al éxtasis por la palabra, y me topo, belleza, con el vacío. Y, como si ahora tuviera que rechazar lo de los otros, necesito hacer lo mío, decirlo, volver a forjarlo, a lograr la justeza, precisión que quiero para mis cositas; lo de lo bien dicho, bah. Y me vengo a escribir.

(Me acuerdo de Fulgi -ya de no ser, acaso-, y me pregunto por qué carajo tiene que saltar el rayo, el que desgarra, entre los que se atraen demasiado. Revés del magnetismo verbal, queda la fórmula, el tono, del otro: "como diría Fulgi", me encuentro diciendo a veces. La odio, la amo: Marcial rige como loco. Abismo súbito, partición de un mundo, que tan artificio dialogado fue, en dos mitades, y aquí yo con mi reino, y su presencia en el espejo.)

Me meso el peinadito. Me estoy dejando crecer el pelo. Me cansé del "afeitate, y vienen". Seré un hirsuto, un "guaso alpargatudo", al decir de Cognigni. Ando a vueltas, como quien diría, con el asunto de empezar a traducir algo, escucho muchas músicas, diversas, placenteras, y, en fin, vivo como si todo el tiempo del mundo me perteneciera. Admito, sin más: "sí, Kirchner se cagó muriendo", y asisto al efecto que dicho deceso ha causado en el País. Le pongo una cuerda nueva a la guitarra y canto Juan Panadero, desafinando sentidamente, y me relamo por anticipado con los criollitos con Tholem de cuando amanezca.

El tiempo es fácil, la gente sufre y se hace pelota, y yo, que no soy gente sino un mero cero a la izquierda que sólo espera el momento de darse a la escritura (¡una vez más, una vez más!), vuelvo al vacío inicial y pienso en el asunto de la estasis bloomiana y en por qué soy de ponerme tan a gusto con la vida, con este tonto estar, los últimos tiempos. Un amigo se pone serio con lo del fusilado, pero, cuando yo le cuento lo de un agusanado, convierte rápida y fácilmente  su asco y horror en chiste cínico, risotada brutal. La calle se desmorona de contranoticias, se levanta como puede y sigue andando. Pero de qué no podremos reír todavía, tiraba Nietzsche. El intelectual formado (¡cuadros, cuadros!) pronunciará "Auschwitz", y con eso creerá haberlo dicho todo, sabios cordobeses. Pero Tal Gabu ronca despacito, y yo necesito cerrar este texto, cosa que aún no se da.

Contranoticia: el no tópico: eso que no cuenta, eso que rescatamos de entre los intersticios de lo cotidiano, eso que se comparte entre pocos y habita en lo íntimo, en lo que se desmenuza a puertas cerradas, simple terrón de vida. Me encanta decir: "no tengo tele" cuando alguien me pregunta si vi el último 678, o si vi el último Capusotto, o si vi el último porondanga. Tal Gabu duerme bajo la colcha que me tejió Venenito: ronquidos suaves, espaciados, tiene en su sillita de luz un vaso de agua, el reloj, un cenicero, Freud, el documento, un 2, un encendedor. Los Parisiennes ya se los choreé. ¿Qué hay, aparte de eso, ahora, en el mundo, sino una habitación nocturna, un marcar de reloj, alguien que escribe, alguien que duerme? ¿Qué mayor placer que el de poner pura cara de acontecido y escuchar, haciéndose el sorprendido, las noticias de los teleadictos, y darse contra burradas y valoraciones como garrotazos?

Contranoticia: un agusanado. Un guaso muy de la calle, muy hecho bosta, que se ligó un coscorrón verdaderamente fulero en la cabeza, y las moscas hicieron lo suyo. Un guaso que, si por él era, no iba a hacerse ver, y lo tuvieron que llevar a la fuerza al Misericordia. Y lo dejaron ahí, cosa de que no se la agarrasen con el que lo llevó: paquete hospitalario. Así, millones de contranoticias. Qué mierda me importa Cristina, la verdad. Qué mierda me importa someterme una hora todos los días a la tele, sólo para "saber" noticias.

Y vuelve la indignación, cosa contra la que en vano, al menos hoy, me advierte Nietzsche. Y mira tú por dónde, Nicotra me saca esto del pecho. Pedazo de vomitito.

PS: Alejandro Nicotra todavía no está wikipediado.