22 de octubre de 2011

"Europa is dead"

Fumo. Tengo conmigo un amargo (Romance: está riquísima, Olguín). La noche está fresquita; pero no tanto. Me entredormí con la Pobre Johnny en los auriculares del celular, y me gustaba cada canción que sonaba: aprobaba y volvía a aprobar, y me parecía excelente que hubiera tanta música que tirara tanto buen ondón. Un estado extraño, ése, y gozoso, el de ir aprobando: y fantaseaba con andar así todo el tiempo, y que todo me pareciera bien (¿el agaromba?): "y vio Dios que era bueno". Claro que, al despertar, regresó -un poco, tampoco ando tan hecho bosta- la reactividad: y pude decir no, oponerme.

Uno juzga. Aunque le caiga mal a unos cuantos, uno establece juicios de valor. En mi caso, de valor estético. Que estén teñidos algunas o muchas veces de cuestiones ajenas al Arte, perfecto: humano soy, y no siempre puedo controlar los más sutiles movimientos del alma, que es de ser cruel y despiadada, hasta abyecta. En la conversación, la mayor parte del tiempo acordamos, por conveniencia, una frase común -Nietzsche hubiera sugerido: vulgar- sobre algo; por ejemplo, muchos dicen, de un autor cualquiera, que "su poesía es despojada", y pareciera que toda la poesía, de un tiempo a esta parte, lo es. Obsecuencias y pobrezas del comentar. Pero el juicio secreto, certero e inmediato, late en nuestro interior, y no siempre tendremos la entereza de hacer el esfuerzo necesario para formularlo en palabras, vacilantes, sí, y hasta temerosas, pero propias, personales.

Así la música. Pareciera que todos debiéramos estar escuchando determinadas cosas, y todo lo demás no. Pareciera que todos debiéramos compartir ciertos juicios sumarios que circulan y tienden a imponerse, ser 'vox populi'. Pareciera que, como en política, todos debiéramos pertenecer a la corriente mayoritaria de opinión: porque diferir cuesta; por el rechazo social; por el escarnio, la burla.

Hace muy poco le propuse a La Veterana que escuchase música clásica. Me sacó carpiendo. "Europa is dead", espetó, como diciendo una verdad; como diciendo: "son todos unos pechos fríos". Cosa que me dejó tecleando, porque confío demasiado en las intuiciones de la vaga (su "oscura lucidez") y, a la vez -esta vez-, sé que dijo una gran pelotudez, hija a la vez de su ignorancia y su soberbia, o algo así. 

Pongamos que yo esté dejando de lado lo esencial; que, por ejemplo, "son todos unos pechos fríos" esté diciendo algo que es cierto de la música clásica. Algo no totalmente cierto, pero que tenga su buena parte de verdad. ¿Desde dónde se dijo eso? ¿Cómo concibe o se relaciona con la música alguien capaz de tirar así, crudita, semejante barbaridad? 

(Fantasma: "Suponiendo que la verdad sea una mujer"... ¿Cómo? ¿No vengo siendo "dogmático", de hace años, al volver tanto, y tan obcecadamente, a ese único oráculo? ¿O al pretender objetivar, en este caso, un embole?)

"Europa is dead"... Artero puñal clavado en las encías. Y masco y escupo, pero, espinilla, no se suelta. ¿Mi gusto por la música clásica es tan un error? ¿Es tan algo que se apartó de la vida, de su cauce principal? ¿Vago por cementerios del sonido? ¿Soy un snob o pecho frío? La cuestión me escuece: no sé cómo responderla (con agudeza; desmontando con chetura el exabrupto) y, a la vez, no puedo permanecer indiferente a tantos nombres, tantos compositores, tantos creadores originalísimos de música bella y profunda. Me siento cuestionado en lo más profundo de mi ser, me cago en Dios, y encima el oponente me suele dejar paralizado: Primera Novia. 

Como el albatros, en cubierta sólo sirvo para que jueguen al fútbol conmigo. Me acuerdo de Contrapunto: alguien mostrando a otros lo sublime del cuarteto en do sostenido menor de Beethoven. Alguien haciendo sentir. Alguien introduciendo a los malditos ignaros en las cimas de la Música. (Alguien que, creo, inmediatamente después será cagado a tiros.) Pero el recuerdo no alcanza: porque sólo es memoria mía de una novela leída hace años (porque la vida no será como en las novelas), y porque sé que no podré poner a La Veterana a escuchar, digamos, la cuarta de Brahms. Porque se negará sin más, burlona y canchera, a someterse a ese mínimo experimento de sensibilización; porque la tiene negada: a la música clásica. 

Uno quiere ser justo con las personas. El viejo discursito, eso de que "todos estamos capacitados para captar la Belleza, sólo es cuestión de dar(les) una oportunidad", falla en tantas cosas... Idealismo de igualdad, la diferencia agresiva seguirá patoteando, de una parte o de la otra. En el fondo, el gusto es producto del azar; y generalmente es fuente de prepotencia. 

Me ronda ahora otra frase de Nietzsche: "pasar de largo". Qué bueno si la dejara hablar, si la dejara desbarrar, y escuchara, "como quien oye llover", sus barrabasadas ocasionales. Pero me conozco: lienzo rojo (o rosadito) ante mi ser, este todavía adolescente toro va al muere; y allí ella, verónica callejera, de nuevo me dejará jadeando, y tan sólo serviré de mal ejemplo. 

10 de octubre de 2011

'Morne'

Fumo, sí. Fumo y tomo mate. Y no sé nada. Sé que el foquito de bajo consumo ilumina pobremente esta habitación, acá en mi casa. Sé que se siente el zumbido de la heladera, y el lento gotear del tanque de Gisel, mi vecina -"que su nombre sea borrado", podría haber escrito Isaac Bashevis Singer-, sé que cada tanto se siente pasar un auto por la Agustín Garzón. Más allá de eso, no sé nada. 

(Como si todo pasara por saber: por saber algo a que aferrarse, y no sólo la pobre serenidad, vacía y taciturna. Como si nada de lo que es palabra, mera palabra -libros, conversaciones-, pudiera decirnos nada ya. Como si, después de los libros, después de las conversaciones -después del silencio-, todavía fuese necesario, y hasta imprescindible, decir algo: algo claro y sencillo, algo que permitiera un paso más, un volver a respirar; algo en verdad simple, directo, que iluminara de algún modo las cosas, abandonadas ellas a su no latir, a su haber dejado de significar, de tener consistencia de algún modo humana.) 

Vacío, falto de plenitud, de alguna especie de peso o intensidad. ¿El cuerpo?: una bolsa de órganos hábilmente disimulados por la superficie de la piel; algo que asiento en la silla buena, algo cuyas piernas cruzo y cuyo rostro -¡cuyo rostro!- es como una máscara tibia que ningún gesto recorre ya. Las manos, aptas para la escritura y para muy pocas cosas más, comunican medidos golpecitos a un teclado negro, sucio, receptivo; las manos, que de hace años no recorren otro cuerpo, manos de violinista que no ejerce ya; las de agarrar -sobre todo la izquierda- un mate que es herencia de una tía litoraleña, ya de no ser, las de apagar -sobre todo la izquierda- el cigarrillo en el cenicero indio, cálidas y yacentes; las de temer y temblar, y vacilar y dejar, callan: apenas si están vivas, todavía. 

No es tristeza lo que siento ahora, no es, quizá, vacío. Es simplemente sentir el silencio en esta entrada, es sentir la desconexión con muchas cosas, es darme cuenta de que, poco a poco, me he ido, nuevamente, aislando. ¿Qué son mis días? Levantarme a las seis de la tarde y leer. Y leer hasta las seis de la mañana siguiente, y abstenerme de escribir. Y desencantarme de hacerlo en los blogs: porque desvirtúo cada vez más eso que imagino que puedo llegar a decir. Y me doy a la ascesis (una vez más), y dudo, y el mundo atronador sigue rugiendo, allá, tras de la puerta. Y no sé qué paso dar, o si inmovilizarme del todo, y recluirme, callar y esperar (¿qué cosa?: nada que pueda llegar a la existencia, o a manifestarse). 

Prendo un pucho. Anoche, conversando con el Ger, hablábamos, una vez más, de poesía, y en especial del magro papel que ha llegado a tener la misma en la vida contemporánea, en la sociedad contemporánea. ¿Para qué idealizar? Todo es dinero y poder, arriba, y necesidad, precariedad y alienación, abajo. No hay tiempo para la poesía, ni ojos dispuestos, (bal)buceadores. El que escribe es un inútil, y debe vivir todos sus días del contraargumento, de la autojustificación ante los otros, buscando razones para hacer algo que la mayoría de sus congéneres rechazan. 

Pero éstos son pareceres pobres: tengo por dadas, lo sé, muchas cosas, quizá demasiadas, en mi vida de todos los días. Y no soy un profesor, o un intelectual. Cuando a duras penas alcanzo a elaborar un concepto, ya (me) lo socavan las dudas, las preguntas, el replantearlo, el vacilar. No me sale ser monolítico o férreo. Estaré, en el fondo, un poco orgulloso de mi actividad, pero -¿por qué no confesarlo?- tengo una tremenda cola de paja frente a todo interlocutor que no está en eso de leer y escribir. ¿Qué tiene de bueno o interesante, digo, contar mis penas en verso? ¿Qué gran virtud o alcance tiene ello? El siglo XX fue el gran desatarse, para algunos, de un materialismo, de un consumismo a niveles nunca antes vistos. Todos nosotros somos pop, o en todo caso me veo obligado a reconocer que buena parte de mi triste almita lo es. ¿Cómo no quedarse pensando en eso de Juanele, lo de huir, alejarse de la ciudad, el "mundo"? 

Releo ensayos de Paco Urondo, y me encuentro con declaraciones -por ejemplo las de Edgar Bayley- sobre el papel de la poesía en relación al hombre. Qué irreales que se me vuelven ese tipo de dictámenes. Me suenan falsos: impostados, utopistas, ensoñados mal: imposibles de ser vividos. Siento que la poesía se viene retirando del mundo de un buen tiempo a esta parte. El Ger me dice, Guido también, que hay como un renacer, una multiplicación de actividades y cosas así, vinculadas a "lo creativo", acá en Córdoba, en los últimos años. ¿Es sólo mi pesimismo lo que me lleva a hablar como lo hago? ¿Es algo propio de mi carácter, algo que no responde a lo que en realidad se estaría dando? Y, que la poesía llegue a tener algún lugar en el mundo, ¿es entonces cuestión de voluntad, voluntarismo? 

¿Por qué, en todo caso, volver a publicar en los blogs? No puedo evitar escribir, ya sea acá, ya, por ejemplo, en mi Diario. Será la pasión (no quiero usar el término "deseo", innoble, superfluo, propio de lacanianizados mal), será alguna especie de fortaleza o constancia que aún poseo. Un empecinamiento que aún me caracteriza, una terquedad. No pasa por hacer lo que la mayoría, no necesariamente; pero tampoco me parece algo muy alegre que digamos el escribir, o no es ése mi caso. Piedra Limada silba, cada tanto, una milonga, la misma milonga; le sale hacerlo. No quiero endiosar la escritura: es algo propio de los hombres, sí, pero no es lo único que nos es posible. Soy cada vez más consciente de lo accidental, de lo precario de mi escritura, y a la vez me afirmo cada vez más en ella. No pasa por callar, o por dejar de escribir: pasa -eso es lo que me toca hoy, al menos- por reevaluar el modo en que llevo a cabo esta ocupación. Algo, digamos, de índole existencial. Y esto de ser blogger muchas veces apesta.