27 de noviembre de 2007

Gran narradora, no se arredra ante nada y da cuenta, incansablemente, de 5 ó 10 anécdotas a lo largo de un par de horas y mucho más, apelando al entresijo eficaz, al recurso grotesco, la hipótesis humilde, la ironía agradable. Es ella la que toma la palabra, y yo quien acota "sí", "claro", "¿quién?", dando pie a las diversas inflexiones de esa maravilla de barrio, columpio de entrecasa, de lavar platos mientras le cebo un mate, de contar y contar, inagotable, exhaustiva.


Esas 5 ó 10 anécdotas son retomadas en sucesivos días, expurgadas y decantadas, reelaboradas hasta lo elocuentemente sutil, y se renuevan de a una, pocas veces de a dos, para que la conseja continúe, puntuada por sus "dice", por sus "date cuenta".


Hay que estar preparado y de buen ánimo para esa prueba de fuerza verbal. Si no, apabulla y aturde. Y si sí, a no perder hilo, a no despistarse, a insistir con los "¿quién?", los "¿dónde?", los "claro", a ir elaborando un mapa de la continuidad, a no sorprenderse porque no tenga solución; porque, como los pollos con la comida, la cosa probablemente acabe muy tarde, al cortar la luz, al caer exhaustos todos en nuestras respectivas camas, constatando desde allí, cuando por fin podemos reflexionar, que el lenguaje no no quiere morir, que sigue, que, si algo somos, ese algo pasa por la narración: voraz, desbordante, "reiteración creyente".

23 de noviembre de 2007

Pésimo novelista, Sasturain. Pésima escritura, pésima historia. Pero efectiva, si lo que uno pretende es sentarse a pasar el rato como quien mira algo más o menos decente en la tele (a veces uno se puede convencer de que lo hay).

Encargué el domingo pasado La lucha continúa, que venía con el Página. A los dos o tres días se dio que el quiosco recibiera el libro, me lo llevara a casa. Parece que luego de este tomo (se "agradecen" las 347 páginas) vienen otros 5. Es una buena alternativa para cuando textos mejores pero más indigestos se te resbalan de las manos por hastío. Lectura liviana, lechuga obviamente frugal, dieta mortal para la propia escritura si abusás de ella -dicen las abuelas-.

Me quedo con Feinmann, más ambicioso, también propalado, antes, por el mismo diario. Lo que Feinmann tiene, claro, es que es menos querido que Sasturain y, así, de pronto disfrutás de que sea, al menos, más polémico. Y cómo significar que mi gusto elige sin dudar textos más exigentes que la media si del otro lado no hay ya previamente un idéntico gusto. Aunque, como ya dije, a veces la tele venga mejor, como una cerveza encontrada de casualidad en la heladera cuando ya Bartok te secaba. En fin.

22 de noviembre de 2007

De pronto se cruzaron direcciones de blogs, uno se pudo asomar a otras cosas que se hacían (siempre en paralelo, siempre en paralelo), y apareció una nueva "tarea": leer.

Y a mí, particularmente, me agarra fiaca. Porque, estando en un cýber la mayoría de las veces, con el calor inmenso de estos días, con la marcha y los chicos del lugar en sus play station y sus tiempo real, la verdad no me dan muchas ganas de quedarse largo. Aparte: cómo no preferir al impresionante Raymond Queneau, munido del diccionario petiso y gordo, un jazz a media voz, instrumental y cadencioso, y toda el agua o el jugo de la heladera, y las horas...

Uno siente medio como que compromiso ante ese súbito pulular de ocho o diez sitios nuevos. Si te invitaron y fuiste, ¿tenés que cumplir? ¿Pintó la cosa para una cooperativa de lectores/escritores? Como internet es algo que merece -¡bien merece!- ser llamado de crecimiento exponencial, ¿tenemos, encima, que trabajar para su cuerpo, para dotarlo de más medallitas y extensiones, furibunda?

La verdad, la verdad, leer era otra cosa.

20 de noviembre de 2007

Un sueño extraño, con final algo violento y trabajoso, con grúa de por medio -¡nos llevan el auto!-, y el "¡date cuenta!" de por medio; antes, casa con muchas mujeres con el torso desnudo.

Ayer daban La rosa púrpura del Cairo por cable -ahora pinta el cable-, y, mencionada por otros que fue en mi vida, me entretuve un poco algunos minutos. La escena del prostíbulo, bucólica al revés -"cielo al revés"-, me llamaba la atención. Me acuerdo de un texto de Iván Wielikosielek -que me perdone si le pifio a la grafía del apellido, pero tal cosa, en Argentina, es más o menos aceptable-, en el que un poeta dialogaba con una puta, desesperado y extrañada respectivamente. La película, por contra, presenta al visitante que no conoce otro papel, el de galán idealizador del amor absoluto. Se lo llevan pa'l fondo, con más gusto.

El sueño me hizo despertar con ganas de fumar. Luego me afeité, pacientemente, abotargadamente, y esa imágenes permanecen en mí. Por supuesto, si me acuerdo, mañana se lo narro al psicólogo, y algo diremos. Pero esta extrañeza que siento, esta sorpresa, es inocente aún, todavía no desbrozado ese territorio súbito. Si me acuerdo.

14 de noviembre de 2007

Mudado, no como Pedro Kuy a lo que según le entiendo es más bien campo o pueblo, sino de las afueras al asfalto, a casa de barrio, barrio tranquilo. No se la pasa mal: más de quince años rodeado de papa o zanahoria, luego soja, y un aeródromo que los fines de semana despacha paracaidistas coloridos, feamente coloridos, para pasar a vivir en un lugar donde, ¡increíble!, los cigarrillos se compran cruzando la calle.

Las costumbres, por lo pronto, se modifican auditivamente: hay ruido leve pero notorio de autos y colectivos que pasan, y que pasan, y que siguen pasando (como un poema sobre modelos leído en Diario de poesía). No desvelarse: de lo contrario contarías las medias horas, las horas de la frecuencia del transporte. Vecinos, y empezar a saludarse, a conocer. ¿Y a qué almacén le compro? Curiosa necesidad de compromiso: porque el otro te ve pasar, luego comenta. Y territorios reducidos: si antes vivía en una casa con una hectárea de parque, ahora mi habitación es de 3 por 4, y los techos, bajos, no favorecerán la frescura más adelante, más hacia el verano.

Cambio de horarios: porque sigo viviendo con otra gente, pero que tiene un ritmo diferente de alimentación. Cambio de comidas: casera, pero distinta (cada comida casera es distinta). Sólo algo borroso, ambiguo, maleable, persiste: mi yo, que asiste a la variación externa, y responde.

Porque hasta el aire es distinto, y las distancias, y los amigos. Estos últimos ahora visitan más regularmente, los muy chantas, porque, por un buen rato, he dejado de vivir en el culo del mundo o, al menos, de Córdoba.

8 de noviembre de 2007

Nublado en Córdoba. Pesado; pero ya refresca. Tiempos del cýber: espero a una amiga para chatear, y no aparece, y me distraigo redactando mails, y luego busco alguna pavada en Google, e intento pasar el rato oyendo mejor música -a través de la red- que la de la radio del cýber. Y ella no llega; y salgo a fumar, y vuelvo, y sigue refrescando, muy lentamente, muy pausadamente.

¿Conocen a Juan Filloy? Me agencié su Karcino - Tratado de palindromía. Un libro divertidísimo, para quienes no encuentran más poesía para leer y, sin embargo, siguen amando las palabras. Y este modo de amarlas es muy llamativo: frases muchas veces ridículas, o estruendosas -por las hipérboles, por la invención abusiva de nombres y apellidos-, que a la postre leés de corrido y sólo de tanto en tanto te ponés a ver si sí, si son reversibles, si el viejo ladino no hizo trampa.

En fin: tiempos. El viejo ladino reflexiona, en la introducción, sobre cómo es mejor perderlo, y encontró un modo bastante particular de hacerlo. Yo ya no tengo más mails por redactar, y encima no sé qué poner en esta entrada. Vivir lejos de ella no impide que pueda no aparecer, quiera no aparecer...