28 de diciembre de 2009

Al voleo

Salgo a fumar. Leo cuidadosamente las instrucciones de lo que se debe hacer en caso de incendio. El calor es sofocante. La superficie de la estación de servicio no reverbera todavía, pero falta poco. De pronto pienso en esas películas en las que un auto llega a una estación en pleno desierto de Arizona, a la siesta: todos sudados, todos malhumorados. Apago el cigarrillo con desdén y vuelvo a la 4.

Un chiquito juega a los tiros en la 3. No tendrá cuatro años. Toma una Mirinda y cliquea matando. Más allá, en la 1, un empleado de Oca, apoyado el mentón en una mano pensativa, navega absorto. La 2 no funciona. Está sin andar de hace días, sin ser reparada.

Calor, entonces. Nikita volvió anoche a casa. La habían encontrado los vecinos, y la tenían en la pieza. Llegué a casa, a eso de las tres, tres y media de la mañana, y la oí maullar. Me puse a llamarla, y fue entonces cuando los vecinos me la devolvieron. Se había escapado la otra noche, y no tengo idea de por dónde habrá andado. Debo haber dejado una silla cerca de una ventana abierta, y se fue a curiosear.

Nikita es mi nueva gata. Debe tener tres meses, y se la pasa hinchando las pelotas. Anoche, mientras dormía, se la agarró contra mi único cactus. Desparramó toda la tierrita, jugó con la maceta, con los cactus. No ordenó nada después.

Piedra Limada enfermó. El sábado tuvo comilona con parientes. Ayer amaneció con un tremendo dolor, como un ataque al hígado. Con mi vieja sospechamos que es la vesícula. Anoche lo estuve cuidando. Llegué al galpón, lo encontré echado en la cama, vestido. No toleró quitarse las zapatillas. Cuestión de orgullo (como preferir morirse vestido, listo para el cajón.) Era un anciano dolorido. Se entredormía y en sueños se quejaba de a ratos, lastimeramente. Dormía boca arriba, roncando levemente. ¿Irá al médico? Hace más de un año que tiene un dolor en una de sus rodillas, dolor que por momentos es intolerable, y no va al médico.

Aparte. El nenito que está acá al lado le comunica a los gritos al padre que jugará a un juego que a este último no le gusta. Seamos mayores de edad para asesinar.

27 de diciembre de 2009

Llegó Nikita (próximo post)

"¿Voy al baño y vuelvo?", le aviso a la que atiende, acá en la Estación de Agustín Garzón y San Jerónimo, mientras veo cómo ella termina de preparar dos hamburguesitas para un gordo tremendo de remera y pantalón negros, anchísimos. "Síii...", entona ella, sin desviar su mirada de las hamburguesas. Ya confía en mí: anoche vine, y estuve más de una hora navegando.

Salgo, meo brevemente, vuelvo. El gordo tremendo está subiéndose a un remis estacionado a la entrada del drugstore. (Nunca digo "drugstore", pero busqué la palabra precisa; el bar de la estación habría sido más natural.) Vuelvo y me siento a la 3, mi compu; y de mi remera verde con motivos bastante desdibujados ya de las figuras de Nazca se desprende un vaho a sudor vencido, sudor de dormir seis horas a la tarde, con el calor que hacía, de remera.

Tomo una coca. Al volver del baño vi la no muy densa pero sí apreciable nube de insectos que copaba los faros centrales de la estación. Está nublado, creo que desde ayer, y el calor navega y nada por debajo de las nubes, y nos pegotea las ropas, y hace que deseemos bañarnos una vez más con agua fría, que por minutos bastante caliente sale, cuando hay sol. (Menos de veinte pesos por el gas, esta vuelta.)

Calor, entonces. El barcito de la estación, tiene, sí, su aire acondicionado, y se lo recuerdo a la chica cuando hablamos del calor; pero ella me recalca lo que es estar trabajando con el horno a full. Cada uno, su pesar; "nadie está conforme con lo que le tocó", cantó Silvio.


(Silvio. Sus canciones, que me emocionaban. Por puro amor enceguecido. Escucharlo, ahora, como repasando un marco de lo que fue, un sitio sin nadie ahora. Silvio, con sus rimas y décimas, con su voz finita, con su épica certera y su lírica amorosa arrasadora, sigue componiendo. A una ex-novia mía su padre le dijo, en pleno cumpleaños, que Silvio se había suicidado. "Ya no podremos creer en nada más", algo así me decía la Cuqui, mientras me miraba con ojos vidriosos, vidriosos también por las cervezas. Pero era otoño.)

No hay música en el barcito. La cafetera sopla de continuo, y la iluminación, penetrante, me enfrenta a una pared pintada de una especie de rojo. La Navidad ha pasado quemándome la UCP de la computadora y trayéndome un "chanchito" (dícese del equipito musical accesible, de forma y tamaño característicos) en compensación. Antes de venir, salí al patiecito central, con una de las sillas verdes (cuyo respaldo está remendado con piolín), la mesa ratona de la Abuela Mecha, agua helada (en lo posible), un vaso y los implementos de fumar. Puse Argentino Ledesma en el chanchito y me puse a mirar la noche. Las últimas lluvias habían quemado el foquito de afuera, así que todo yacía en una suave oscuridad, "y el espíritu de Jehová se cernía sobre las aguas"...

Al rato salieron los vecinos. Se iban a lo de la madre de la Nelly, y partieron como llevados por algo. Ledesma cantaba "Fosforeras, fosforeras...", y yo me deprimía de a poco. Ya había leído demasiado Bayer, ya había releído el librito de Ceferino Lisboa, ya sólo quería estar conmigo y tener, por fin, un pensamiento vacío, transparente, quieto, en lo posible sin ecos. La melancolía de los tangos no me embargaba. Y pensé: "ya no escribo; ya quedó atrás la poesía".

Algo queda: bajo el calor agobiante, saber del panorama de insectos bajo el foco de la estación, como un enjambre inhumano cuyos caparazones brillan y que secretan breves jugos que pronto se secan. No mucho más.

8 de diciembre de 2009

Testigos

Prendí un cigarrillo, una colilla. Me puse un pantalón y abrí la puerta. Ahí estaba el Testigo, inmutable, sonriente. ¿Pasaba porque es el día de la Virgen? Le recibí el folleto. Despachó rápido y continuó con los otros departamentos de La Vecindad.

Iba mejor vestido que muchos de sus colegas locales. Camisa celeste, como a veces se los ve en las producciones fotográficas de sus publicaciones. Bien peinado, sonrisa neutra, todo un empresarito de las almas.

Leí un poco el folleto. Flor de diseños a los que apelan. Claridad expositiva, muy correcta diagramación. Color de fondo: papiro nuevo. Naranja arena desierto.

(Pero yo espero a que sea Vicky la que caiga. Con su falda, con sus caderas, con su pecho rebosante y toda su edad apenas maduradita. Para decirle, confesarle: "sí, dame tu cursito semanal, vení de nuevo, así te preparo mate, así me hablás de tu perrito entre Isaías y Hechos, así vuelvo a hacer que te sigo, así te me declaro".)

3 de diciembre de 2009

Floreros

Me desperté a las seis de la tarde. Catorce o dieciséis horas de sueño (no las conté) me dejaron hecho una sedita: mejor que el sexo. Tomé a las apuradas un poco de agua fría. Uno de los estribillos de la narradora, a la que le basta simplemente enunciarlo para generar complicidad, es "el agua helada del fumador". La dispone en una jarra de metal, que ocupa un lugar preponderante en su heladera y que me gustaría que fuera mía, petisa y gordita como es, parecida a la dueña. Hace un tiempo que no la veo a la narradora. ¿Tendrá alguna nueva muerte que contarme? Porque ella disfruta de las necrológicas, y ríe y llora al comentar las diversas historias, marcando el relato con muecas de ominosidad que ya no me incomodan y que ahora considero hábilmente engarzadas. Tal ya está pidiendo pista, tal otro partió a devolver el envase: la Muerte, al contrario de lo que nos hacen creer los suplementos literarios, es tema omnipresente de toda comadre de barrio que se precie.

En todo caso, estaba sin cigarrillos. Tomé dos lithiun y un olane XR con el estómago vacío y evité la suave arcada que al tiempito llegó. Partí a comprar puchos y luego, ya en casa, desayuné: habían quedado algunos criollos de anteayer que estuvo Tal Gabu, y mastiqué algunos pasándolos con más agua helada. Procedí a comenzar a atabacarme. Todo: frente el monitor insomne.

(Es curioso: el monitor generalmente es "insomne" en el caso de que nosotros lo estemos. Debe ser que ahora son las dos de la mañana pasadas, que afuera es de noche ya de hace rato, que lo único que se oye es el meditar de la heladera, siempre variado.)


Después de intentar retomar El ser y la nada (de algo hay que morir, narradora), me fui a lo de Piedra Limada. Encontré el portón abierto, por lo que toqué timbre y entré. Al frente estaban los inquilinos, como despulgándose (es una imagen; pero los creo bien capaces): pachorra elemental del matrimonio y el cuñado, haciendo las horas de la tardecita a la sombra del muro. Pasé al fondo. Piedra Limada estaba con un tipo de mameluco que pronto se fue, y ahí nos dimos los dos a nuestra conversación variopinta de todos los días: a quién has visto, qué sabés de, primero, para luego hablar desde el lenguaje: rimas eternas y estúpidas con las que nos divertimos, sexo y recuerdos entremezclados, pasar el tiempo de un modo dicharachero y contumaz. Nuevamente me olvidé de alcanzarle el tomito que tengo de Nicolás Olivari. Me pregunto qué pensará de ese poeta patético que se deleita redactando (porque los redacta) pobres versos a partir de pobres heces, pobres desechos, pobres cosas.

Por eso, por lo que en los viejos libros se llama "espíritu de contradicción", al llegar a casa, y luego de lastrarme cinco buenas empanadas árabes que me agencié en el nuevo delivery baratongo que han abierto en la otra cuadra -era la medianoche-, abrí Olivari y leí.

¡Por el can! ¡Qué pedazo de porquería! El ritmo de los versos de estos poemas me revuelve el estómago. Me molesta que rime y que, por rimar, el ritmo de muchos de sus versos se vaya al carajo.

Habitualmente cada verso de Olivari presenta unidad gramatical, pero a veces escribe CUALQUIERA sólo por mor de la rima. Qué le habrá visto Güiraldes, que en su momento lo respaldó. Es feísta mal, el guaso: ésa es mi definición. Díganme nomás que tengo que situarme en la época. No, gracias; no quiero contemporizar (sí, elijo ese verbo) con el poeta. No quiero ser parte de la estafa de la crítica.

Estoy siendo tajante quizá de más, pero me parece que Olivari es un choto que la crítica rescató porque hablaba de la mala vida. La prosopopeya de sus versos es empalagosa, y eso hace que se vuelva bien rápidamente viejo. Prefiero mil veces a Paula Jiménez -¿cómo no preferirla, si escribe bien?-, aunque me pregunto si ella también, con el correr del tiempo, caducará, precisamente por la temática. No hablo de todo ella: apenas la he leído, pero su "La mala vida" la tiene infinitamente más clara.

En fin, no voy a hablar más de él. Hablar con claridad y precisión de Olivari (o de cualquiera) implicaría estudiarlo, y yo no estoy en hacer estudios de nada ni de nadie. En fin, convengo en que es un libro para otros: para Piedra Limada, por ejemplo.

(Yo que pensaba estar escribiendo un post más o menos rescatable, y el recuerdo de ese guaso me empaña el texto, me lo embola).

Me levanté de la cama, dejando caer el libro a un lado (tenía las piernas levantadas, apoyadas en una mesa ratona un poco alta, porque me duelen), y me vine a la máquina. Y me encontré con un buen mail de Kuy, quien, vaya a saber desde dónde en Buenos Aires, me contesta a uno mío de ayer. Tuvo la delicadeza de enviarme, antes, un texto, parte de algo que está escribiendo. Lo comentamos, y me puse a pensar en lo imperdonable en cada quien: eso que repetimos ciegamente en lo que escribimos, eso que nos gusta volver a oír de nuestros propios labios, y que será (eso, no otra cosa) lo que finalmente llegue a los otros, si es que nuestros textos duran. Y que es imperdonable, con lo que se vuelve ítem apto para la memoria.

Me gustaría saber cómo se llama el insectito verde chiquito que se extasía y brinca en la pantalla del monitor, sin poder abandonarlo. Mejor que el sexo.