27 de junio de 2007

Por suerte, andamos bien de sol, hoy. Por la mañana estaba bastante fresco, pero ahora, a la siesta, la temperatura es agradable. Se puede, por ejemplo, leer al aire libre: no hay casi brisa, los perros no te ladran ahí nomás. Costumbre de los perros de estar al sol, en invierno; y de los que van de vacaciones, en verano.

25 de junio de 2007

Una taza de café con azúcar, y del líquido se desprende el vapor al acercar la taza a los labios, se hace visible, se hace rico. Una taza de café con azúcar, nada de leche, nada de crema, y la computadora no peligra, porque ando bien -ahora- del pulso, y veo un pañuelito de papel, doblado, usado, y veo un mate abandonado, así, porque sí, o bien porque ya no daba más de sí, al lado del monitor. Una taza de café con azúcar, negra, que rozo con el meñique cuando aprieto las teclas de la izquierda, y siento tibieza y dulzor en el dedo meñique, estirado, estirado al escribir.
Tomo un sorbo de café, y es la siesta, la de la tranquilidad y el ocio, y me acuerdo de fragmentos de poemas amorosos. El otro día, hablando de pasados amores, tomé un libro, despectivamente, entre pulgar e índice, y dije: "esto es todo lo que queda de un amor"; yo lo había escrito, y dedicado, hace años ya, y la situación social de la cerveza con otros me permitió esa impiedad.
Pasan los minutos. Un buen cigarrillo solucionaría muchas cosas. Pienso en él, pienso en cómo terminar esta entrada, y se da el dilema: no quiero hacer algo con lo que no me sienta conforme, hoy, pero quiero, como siempre, fumar un cigarrillo más. Como siempre, el texto pulido queda para una siguiente entrada, y me limito a dar fin a este torpe ensayo, que si lo trabajara quizá mejoraría un poco.

22 de junio de 2007

No se piensa en nada cuando se escribe. Una hormiguita recorre mi teclado y se mete por entre las teclas, después sube a mi brazo. La aplasto entre los dedos. Por no pensar me refiero a no planificar la escritura demasiado. Y no es que quiera que esto sea un, como se dice a veces, vómito, sino que dejo correr las palabras, tranquilamente, quizá pasivamente.
El sol ilumina agradablemente el parque. Se oye a las loras protestar y, en la palmera, las palomas aguardarían. Sembrado de cacas, el piso alrededor, como un abono lento de la tierra que sólo favorece ese sector; porque no se lo recoge, porque espera y espera, y las raíces de la palmera crecen.
Una cama tendida, sin colchas ni sábanas. Lo que está tendido es el cubrecolchas, estampado de flores, y la almohada cerca mío. Cada casa se ordena y organiza un poco al azar, pero guardando la inercia de sus costumbres. Así, esto, que fue pieza de mi hermano y mía, ha pasado a ser la biblioteca, pero yo no sé cuándo, y no de repente. Aparte, es la pieza de la computadora, y algunos cuadritos horribles decoran las paredes.
Siguen las loras gritando, las muy jetonas. Aunque su pico es chico, ellas son así, y no sé a qué le gritarán. Excitadas de tan verdes, son lo único que no está en calma ahora; pero se las siente un poquito lejos. Ahora callan.

21 de junio de 2007

Se escucha un rock -o una de sus variedades, que son infinitas y que no conozco- en inglés, con un cantante de voz aguda. Debe ser famoso, pero no sé quién es. Llega el sonido de atrás, como ya una vez escribí, y es una pequeña bola sonora: saturada.
Dos chicas a mi izquierda consultan algo en una sola máquina. A mi derecha, hay un hombre mayor, haciendo lo propio. Pero no somos tantos: de las chicas me separan dos sillas vacías; del hombre, tres. Es la terminal, lugar muy de paso, a no ser que haya otro motivo para visitarla.
Como hace muchos años ya, cuando venía con mi novia, y leíamos a Balzac para Introducción a la Literatura, y lo leíamos en voz alta, turnándonos, soñando hacer toda la carrera juntos, totalmente a la par.
Leía hace un rato poemas de un heterónimo de Pessoa, y me daba una linda melancolía. Miraba cada tanto los colectivos que llegaban, o los que se iban, y esperaba. Pero falta un poco todavía como para tomar mi interurbano. Y Pessoa se merece que le convite unos mates, y leérselos a Fito -el perro de mi hermana-.
Perrito negro, inteligente y tranquilo, que me acompaña cuando camino por el parque, muy de vez en cuando, cuando me digo que voy a hacer ejercicio todos los días.
El tiempo pasa, pero no tan rápidamente. Ganas de abrazar.
Ella guarda silencio. Quizás haga otras cosas. Hojear desganadamente un libro. Irse con la música que eligió escuchar. Jugar a un Buscaminas que no sé si todavía existe, intentando batir el récord de los 10 segundos.
Esteban andaba por los 13 ó 14. Primero hacía tres o cuatro clics azarosos y, si estallaba una bomba, comenzaba de nuevo; lo mismo si no se aclaraba el panorama. Ignoro cómo firmaba sus récords. Pero podía estar horas enteras a la espera de una llamada telefónica.
Cuando Mariana llamaba y atendía mi hermana, ésta se burlaba de ese tono gangoso y snob de la gente del Cerro. Yo atendía la llamada, y quedábamos en vernos en el cafecito de siempre -el de las 4 ó 5 veces que nos vimos-, y nada pasó.
Desde un bar cualquiera, estamos los tres hombres, aburriéndonos con lo que leemos y con que las mujeres estén del lado de afuera, ése en que no se les puede dirigir la palabra, porque es regla en esta ciudad.
Ella hojea un libro, o quizá mire por la ventana, si es que hay una -o dos- en su pieza, si es que está en su pieza, si es que es ella, mujer, y no un hombre, por ejemplo; pero no podría serlo.

20 de junio de 2007

Otra cerveceada, casual, esta vez. Salgo de clases, y me encuentro con un amigo, poeta como yo -según decimos-, y decidimos ir a tomar una cerveza barata. No por la marca, sino por el lugar. En el camino, nos encontramos con mi profe de inglés y buen amigo, y ya somos tres para ver pasar chicas y beber.
Las cuales chicas, esplendorosas y bien abrigadas, van luciendo sus piernas y culo -de ida- o sus rostros increíbles -viniendo-, y no me deja de asombrar su variedad y hermosura. Cansa verlas, de tan bellas que son, todas, cada una.
Conversamos y vemos libros, y descorchamos -destapamos- y brindamos, y va pasando una hora, otra. Mi profe es de EEUU y se defiende muy bien con el castellano; sorprendentemente bien. Él mismo confiesa que los yanquis se miran el pupo y no saben nada de lo que sucede más allá de su país. Viven mentidos, y él lo dice por experiencia propia.
Leo un viejo poema de Lamborghini para los demás, y nos ponemos a pensar sobre si su fuerza poética viene dada exclusivamente por sus verdades morales, o si esa poesía tiene algo más que el impacto de su contenido. Mi amigo poeta prefiere a Gelman, pero para mí son tan distintos que no hay punto de comparación.
En fin, llega la hora de partir. El frío cala los huesos. Me espera la audición de un disco de Spinetta, agenciado horas antes, y dormir.

19 de junio de 2007

Día frío, noche helada. Y tomar cervezas en una mesa al aire libre, para poder fumar. Después de un tiempo, no se siente: como cuando te metés a un lago helado del Sur, aunque sea verano, o porque es verano. Nadar: ¿cuánto hace ya que no nado esas 100 piletas diarias, en la buena estación, la de los cuerpos deslumbrantes? La última vez, nadé 10 ó 12, y gracias.
Y después, me prendí un pucho. O dos, o tres, lo importante era respirar. Ahora mi espalda está bastante desastrosa; como le dije a una amiga, ando algo destartalado. O bastante, tanto para el amor como para la guerra -si nos ponemos en latinos-.
Tomo mates con el estómago vacío, lo cual es una aventura y un riesgo.

14 de junio de 2007

Aletargado, difuso, tomé un buen café en taza cabedora, dulce. Como para espabilarme. El día, un poquito largo, terminará con mi regreso a las once de la noche. Total, un turno con mi psiquiatra y luego mis nuevas clases, como para sentirme contento. Ha llovido un poco, acá en Córdoba, y voy a tener que salir con campera, cosa que no me gusta. Todavía no se ha modificado ese asunto de que estemos a merced del tiempo, del clima, de cómo se presente o pinte el arriba.
Las losas, torpes, que sirven de borde al jardincito de la pared norte, están mojadas. Las veo a través de la ventana de la biblioteca, y veo un limonero, de pequeños limones sutiles, y veo aparte un ciprés, más allá, donde, del otro lado, está mi colección de cactus a la intemperie. No los riego, los dejo crecer a como vengan, y ellos afuera y yo adentro, compartimos un mismo lugar. Del lado más favorable, tenía que estar. Aunque, esos cactus que crecen en el interior de las casas, sobrealimentados y sobrecobijados, deformes, no van.
Se va acercando, lentamente, la hora del almuerzo. Fumaré un cigarrillo, leeré alguito, me aburriré. Todo este post es de espera: como casi siempre sucede, cuando no se tienen intenciones literarias. Aunque, cuando se escribe algo literariamente, tantas veces he estado esperando, también. Ocupo el tiempo.

13 de junio de 2007

Un dolor de panza al tomar mates amargos, y nada más, después de haberse desayunado con un valnar y dos lithiun. No me atrae comer pancitos con dulce o cosas así. Desayuno gaucho, y a aguantarse.
Acaban de correrse las nubes que velaban el sol. Se acerca el mediodía, ladra un perro, y me duele la panza. Me rasco la rodilla, pienso si tomaré otro mate, escribo. Pequeñas cosas anotadas, que no pretenden hacer un mundo, sino estar, por aparecer, digamos. Como una hilera de hormigas más.
Ayer encontré uno de los poemas de Antonio Machado que me gustan. Lo releí, lo dejé estar en la conciencia, lo olvidé, y ahora miro el libro, que está acá nomás, y lo vuelvo a recordar. Un poema muy corto, que dice más o menos que lo peor de la caducidad de nuestra condición es que luego quizá toda nuestra vida, nuestras pasiones, todo lo que nos hizo, quede en nada. Está escrito con signos de interrogación, pero podrían haber sido de exclamación, de azorada exclamación.
Me pregunto cuántas pastillas habré tomado en mi vida. Hubo épocas en que tomaba 13. Mal signo. Ahora tomo 9: mejoró la cosa.
El mate se va enfriando: por escribir, lo abandono.

11 de junio de 2007

Mujeres que en invierno apenas sonríen si van solas en la calle. ¿Posan serias? ¿Hay seducción en ellas, aparte de su tacón que marca distancias regulares? Vestidas en diferentes tonos, para que, combinándose para la vista en su circulación, respiren la temperatura ambiente de ya ninguna bufanda; porque los días, agradables, piden tan sólo un pulóver, y la campera.
Noticias en la tele, que son nada más que el sonido, porque tipeo aquí. Martilleos incoherentes, tomados en el momento. Sucesión de noticias, que intento ignorar. Alguno habrá que mire el aparato, puesto más arriba, para que nos irgamos.
Rara palabra, "irgamos". ¿Estará bien conjugada? Quizá sea "yergamos". Pero la indiferencia ante la petición de corrección posible, hace que anote las dos formas. Formas como escafandras para un no buceo, para un permanecer en la superficie, a lo sumo en el 2º piso.
La noche va imponiéndose muy rápidamente. Número 2, mi máquina. Mi espalda, cansada de no hacer caminatas más que fumando, apenas caminatas, distancias cortas y apresuradas que hacen que me agite, y transpirar.
Dulces los sonidos de un grupo de rock, con un alto obstinado en la guitarra, marcando sólo dos notas, que se corta cuando pasan a la parte B del tema. ¿Te acordás, Edu? Intro, A, A, B, etcétera. Partes para la improvisación sencilla, partes para la prolijidad de la frase, tiempo joven de otra tarde en que, sala de ensayo, aprendíamos.
Y todas las mujeres no son su suma, y creo que tampoco serán su esencia, sino ese desfilar de rostros particulares, la sucesión de un rostro y otro rostro, en que se albergan sus diferentes medidas de querer o no.