31 de marzo de 2011

A la porra. Y gangrena.

Fumo, en la mañana. Suena The Montreal Tapes (Charlie Haden y otros dos, cuyas señas, para oponerme a la fatigosa prolijidad, obviaré). De repente pienso que vengo escuchando mucho jazz, los últimos días. (Las escobillas esparcen como que deliciosa, suavemente el tempo del tema. El contrabajo hace algunas cositas menores. El saxo está bien adelante, improvisando, hasta que, al entrar el solista, de algún modo, en materia, el acompañamiento se complejiza, se permite mayor acción, despliegues.) Esta música que pongo para escribir posibilita, y mucho, que mi mente deambule, sin rumbo muy predeterminado que digamos -contrariamente a lo que afirmarían algunos psicoanalistas-, por diversos asuntos, y anoto sin más el derrotero de marras. Escritura sin destino, disfrute del ocio que se traduce en serena actividad, la de ir poniendo una frase y ver cuál le sigue (¿hay necesidad?), la mañana me ofrece un horizonte limpio, amplio, distendido en que buscar el cierre de la jornada.

Juan Benet 
Ayer por la tarde leí un capítulo más de En la penumbra (Juan Benet). La suya sí que es una escritura "con destino". De hace años que vengo leyendo algunas cosas de este gallego (creo que ya de no ser), y hace un par de días me enganché con la relectura de la novela que digo, y que me vuelve a dejar con la boca abierta.

(Agrego, sin apenas leerlo, el link al artículo de Wikipedia sobre el escritor. Apenas si alcanzo a enterarme de que, sí, ya se murió.)

¿Habrá sido leído, valorado, en Argentina, Benet? No recuerdo haber leído, escuchado sobre él nunca en mi vida por ningún coterráneo. - Hace unos doce o quince años, yo, pobretón y bastante más flaco, era un fagocitador infatigable de los saldos de editoriales españolas, - dichosa importación, contenedores portuarios. Las librerías del género (especialmente Mundolectura, en la Gral. Paz, entre 27 y Caseros, pero varias otras también), y porque el saldo es un género -como una tela, como existencias a liquidar-, apilaban prolijamente tomitos y más tomitos de tapa un poquitín pasada de moda, cuando no "entrañablemente" vetusta. Había mucha literatura que había caducado ya, restos a la deriva de autores que habían estado en la agenda cultural de un país remoto. Había, también, mucho clásico menor, obviable. Lo peor que recuerdo ahora es una obrita de teatro llamada Raquel, pongamos que de la época de la Ilustración Española. (Anotemos, sin contemplaciones: Jovellanos, Meléndez Valdés, ¡Quintana!) Compraba y leía, compraba y más leía. Los precios eran insuperables: a $2,00, por ejemplo, había fastuosos tocos de los que manaban, sin solución de continuidad, aquellos famosos libros "no lo leí".

De más está decir que fui haciéndome de un vocabulario insoportable. Lo que escribía era el vómito correspondiente (pienso, yendo lejos, en el de Deleuze, al decir de Groys) a ese ingente atracón, que se prolongó por años, de palabras y giros que no pertenecían al cordobés básico precisamente. Enumero, para mayor escarnio: hato, chabola, gazmoño. (Hace unos días el Ger me mostró unas fotocopias que reúnen un conjunto de poemas pasados a máquina, de mi autoría, que se titulan La Pérdida De Un Reino y otros poemas y que le pasé por allá por el 2004 ó 2005. Los había olvidado -negado- por completo. El aire que se respira en ellos es notablemente malsano: época de fulerísima depresión. Su vocabulario es algo más bien ajeno -galleguizante- al del idioma de mis coetáneos de acá.) - De esa época rescato, entre algunos otros, Benet, que me traje a San Vicente (esto es, las novelas Volverás a Región, Un viaje de invierno y la mencionada En la penumbra). En lo de mis viejos quedó una ingente bibioteca con los restos de ese pasado del que ya, por internalizado, me es imposible abjurar.

(Uno lee. Uno tiene que leer. A veces lee como ciego, y queda un fondo, un poso: algo que medrará, justamente, en la penumbra.)

Releo por estos días de a poco la susodicha novela, y a veces subrayo alguna frase, alguna que otra idea notable. Porque me nacen ganas incontenibles de hacerlo, por más que yo no sea de los de andar con el lapicito y la reglita a mano. Transcribo una de ellas:

Pero toda moral es brutal, no puede entrar en la consideración de los detalles, y procurará siempre retraer al individuo pues para emparentarlo y hermanarlo a su semejante es necesario abstraer lo que no tiene en común con él.

¿Qué es lo que me deja atónito de esta prosa? La frase, la idea, es contundente: como un dictamen; pero hay muchísimas otras mucho más complejas, mucho más exquisitamente elaboradas -especie de arabescos romanizados-, con gran despliegue de contraposiciones y matices, en un descomunal trabajo de la sintaxis, de la argumentación. Dichos análisis, llevados a cabo con suma precisión, con inobjetable pericia, me asombran, me maravillan de a buenos ratos.

Sí: son como ejercicios de casuística. (Casuística: lo que entendemos por tal los que apenas si conocemos de ella el mero término, su uso sumario, popular.) Digo: una indagación racional de los afectos a la vez que una crueldad helada que minuciosa vincula a los diversos personajes con la forma en que éstos se tratan, se evalúan, se miden. - Bueno, generalizo, porque esto se da sobre todo en el monólogo de la señora, especie de autoindagación que la sobrina puntúa con displicencia. (Es a la vez otra cosa: un duelo feroz y larvado, a la vez que familiar, entre las dos mujeres, todo un juego de fuerzas y contrafuerzas permanente, tenaz.) Pero hay algo rígido, rigidísimo, hay una como severidad casi inhumana que disecciona en vida lo que busca inteligir. Como personajes "que se sajan en carne propia" (como hubiera podido escribir Nietzsche refiriéndose a dichos ejemplos de retórica espléndida, despiadada), pero no de modo desbocado, pasional, nacido del impulso del momento, sino como que heredado, mantenido y refinado por generaciones.

En fin: Benet me atrae.

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Me baja un poco el cansancio. Pienso. Pienso en esta actividad mía de componer anotaciones. No puedo negar que escribir prosa tiene su gracia. Me doy cuenta de que apenas empezaba a aparecer algo (y qué podría llegar a ser ese algo, de continuar escribiendo), hoy, con lo que llevo redactado. Benet mismo me da el ejemplo de lo que puede uno alcanzar de prolongar el acto de escribir mediante la simple expansión, alargamiento de las dimensiones de texto que trabaja. Tengo algunos cuentos hechos, sí, pero el oficio de narrar medio como que no es lo mío. De repente pienso que uno descubre cosas sobre la marcha. No me interesa hablar de "género" y demás zarandajas para referirme a lo que vengo practicando en este blog, pero me doy cuenta de que algunos trucos he acuñado. (Trucos, digo, que me sirven para decir lo que quería decir, que es para lo único que sirve desarrollar tales habilidades.) ¿Cuál es la extensión adecuada de una entrada? La que pida la materia que se está trabajando. Hay una sensación de cierre que se presenta sin más, un indicador que se percibe (un "ya está, lo dije"), y uno debe aprender a respetarlo, aunque no a estar pendiente de él. El resto es pulir: nada más, nada menos.

Pasa un camión para Estructuras. Es un motor y un esfuerzo que trepan la cuesta de la Tejedor. Ya está sonando el último temita de The Montreal Tapes, y ni siquiera me enteré de qué, efectivamente, sonó. Eso tiene que ser la música funcional: algo que sólo se nota cuando no está. 

28 de marzo de 2011

A partir de un ensayo de Anadón, o ¿Soy un posmoderno?

Estaba un poco abandonado el blog. Pongo el segundo cedé de Don Ellis At Fillmore. Tengo un lindo mate, recién empezado, y reserva de puchos. En un rato va a amanecer. Allí estaré: escribiendo, corrigiendo, volviendo a escribir, de corrido, prosa, que no hace mal. 

Anoche estuve en lo del Ger. Compramos un vinardo ($8,50) y nos sentamos, con Azul, afuera, en el patiecito y bajo la parra, porque tampoco estaba tan frío que digamos. Al rato cayó el Flaco, con lo que se generó una mini tertulia. 

Yo venía de hablarle al Ger de las ideas de Daniel Ponce sobre poesía argentina, a partir de un par de ensayos que habían aparecido en varios números de la Hablar de poesía. Yo tiraba, un poco a bocajarro, la idea de que ahora pareciera que los poetas de nuestra generación, pero sobre todo los más jóvenes, no tienen ni idea de la tradición a partir de la cual sería incluso hasta más copado que escribieran, y que, más, se lee poco y nada. A Gerardo, claro -pobre-, mi postura le chocó. (A menos de tenerlas maduradas, es decir, internalizadas, soy muy mal expositor de las ideas ajenas, sobre todo cuando al que las escucha no le caen bien -las ideas del caso y, sobre todo y realmente, mi propia, torpe versión-.)

La caída del Flaco morigeró la charla, que degeneraba en enfrentamiento o desagrado. Pero inmediatamente mutó en el asunto de que "no se edita lo viejo". Gimoteamos, como es debido, por la desaparición del glorioso CEAL, y después la cosa se fue para otros lares. Cenamos hablando más bien de cosas pequeñas y gratas, y dejamos la aventura de especular para otro momento. El Flaco ya había partido, y el Ger y Azul se acostaron. Yo me quedé despierto, y me puse a pispear la biblioteca de la casa. 

Soy nictálope, noctívago o, simplemente, un habitante de la noche. Me encontré con unas poesías completas de Hölderlin, y comencé a leer. Y luego me acosté, y pasó el día de hoy sin pena de gloria, y estuve de nuevo solo -ya en casa desde el mediodía-, junto a la noche, con esos poemas (préstamo que agradezco). 

Pero hubo que hacer una pausa: después de dos horas de lectura, Hölderlin me decía mucho, me significaba mucho. Así que decidí variar de texto y me asomé a El trabajo de las horas. Y justamente Anadón habla, ahí, entre otros asuntos, de lo que anoche me interesaba plantear. Todo un hallazgo, una casualidad: mi necesidad de reflexionar sobre el lugar que tendría que ocupar la tradición en el hacer de un poeta se vio recompensada con un ensayo pipí-cucú. 

El trabajo de Anadón es sabio, paciente, con ideas e intuiciones que seguramente han sido maduradas a lo largo de años de reflexión y amor por la poesía. Es, además, panorámico, un poco sistemático -pero no aburre-, abarcador. ¿Qué puedo hacer yo, que fácilmente caigo en alevosías y exabruptos cuando se trata de hablar de poesía, más que pasar el link? Aparte, leí el ensayo de un saque; un comentario a sus apreciaciones pide la misma maduración, la misma paciencia para concebir argumentos, diagnósticos, evaluaciones, ejemplos. 

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Me cebo un nuevo mate. La yerba está espumosa. Se me ha enfriado un poquito, porque escribo mucho y tomo poco. Me quedo pensando en algo que comenta Anadón. Esto es: la dispersión. El estar sobreestimulados, distraídos en el peor sentido, boyando en la marejada de la vida contemporánea, con esa resaca que no terminamos de sacarnos de encima porque por lo general la creemos inevitable, forzosa, necesaria. Junto a ello, el estar como que obligados, por imperativos de la época, a ser exitosos, afanosos en nuestros objetivos, infatigables como maquinitas laboriosas o apabos funcionales. 

Quiero decir: estoy pensando en qué es ser blogger de literatura, de poesía. Porque, a fin de cuentas, eso es lo que soy para el manómetro mercantil (Blogger) que uso como "plataforma de trabajo". Un simple "productor de contenidos" en verso. 

De repente me aturde Don Ellis. Prendo un pucho. ¿La música, la escritura? Cómo se modifica la dirección de nuestras palabras según el espíritu (si lo tiene) de la música que hayamos puesto para escribir. (En mi caso suele ser algo instrumental, pero este disco en particular es muy ruidoso. Precisamente porque me devuelve una avenida de Broadway con profusión de neón, vidrio, metal: negocios.)

Corto la música. Me acuerdo de Hölderlin, y ahora ya no para contarlo (para narrarlo), sino pensando inmerso en qué clase de ámbito existencial debió vivir para escribir lo suyo. Manuscritos, tinta, abstracción. Ensoñación. Y vuelvo a repetirme algo de Anadón: vivimos en la distracción, en el frenesí, en el correr y atropellarnos como única finalidad. 

Oigo gotear el reloj, en la otra pieza. Ya venía pensando, y algo de eso dijo el Flaco ("hay que simplificar, muchachos"), en que quizá el escribir en la computadora, on-line concretamente, puede ser perjudicial, o al menos altera la calidad de lo escrito. Su materialidad y dirección. Su aire. Como que hace falta cierto rigor, cierta ascesis, cierta higiene para lograr hacer las cosas sin dejarse llevar por la freneticidad. Y pensaba en si volver al papel, a la máquina. 

Uno escribe sabiendo que al menos tal y tal lo van a leer. Y los tiene en cuenta, puede hacerlo. La escritura en papel, ya sea lapicera o máquina -no la on-line, en todo caso-, mucho me temo que da otra mirada, otra voz. Quizás estamos en medio del cambio (del Gran Cambio), y cada uno anda como aturdido, ofuscado y ciego, y hace lo que puede. No puedo abstraerme de la idea de que hay sub-redes (a veces muy chiquitas pero siempre significativas) de bloggers, y en una de ellas estoy anclado. Otros que escriben seguirán con el papel, sólo con él, y tampoco tendrán del todo claro (nadie puede tenerlo) de qué se trata este presente de aguas revueltas. 

Vaguedades. Se me multiplicó la duda en varios frentes. Relacionando, la falta de lectura de la tradición es palpable en la mayoría de los bloggers literatos. Por tales entiendo aquellos que pretenden estar proponiendo textos artísticos. Uno hace su selección a través de la lista de blogs que publica en el suyo, pero dicha estructura me genera un poco de incertidumbre: ¿ranking de "los más apoyados"? Puede que el del blog sea un género distinto, uno o más, con sus leyes propias. Aunque creo que estoy confundiendo texto con dinámica y vías de lectura.

Digamos que estoy pensando a mano alzada. Sí: una anotación más. Gotea nuevamente el reloj (vuelvo a ser consciente de su andar); recauchuto el mate. Más que si es necesario insistir en el valor de leer a los clásicos, veo que ahora me interesa más bien plantearme si el ser blogger altera mis poemas; digo: lo que ellos podrían ser de volver a trabajarlos en la máquina de escribir, como empecé, tachando, volviendo a pasar en limpio, tres, cinco, equis veces. 

Es la rutina, probablemente. Andar en auto o andar en bondi. Muletillas tendré, propias del medio. Vuelvo a decirme: rigor, ascesis, higiene. ¿Será tan así, esto es, que soy un posmoderno?