10 de enero de 2008

Mujeres: niñas, jóvenes, pasadas

Una niñita, al costado, chilla dulcemente una canción cualquiera. Como ahora ando tras una mujer varios años menor que yo, una mujer-amiga que está por parir advierte que deje de interesarme por las menores. Querrá que busque a viejas como ella (no a ella). En todo caso, veo a la niñita de acá al costado, con sus auriculares adosados a las orejas, y no me despierta ni afecto, sino incomodidad por sus chillares y demás contingencias parloteriles, y devaneos chateadores en busca de algo que ni ella ni yo entendemos: el amor.

Leo en Proust (II), en mi incansable Proust (siempre termina venciéndome con su elongamiento de prosa) que es eso lo que tienen las quinceañeras, o las de 18 (¡nunca dice el número de las edades!): que esas muchachas en flor son lo más voluble, lo más maleable por las emociones, los desaires y las alegrías que entre los humanos existe. Edad de la variabilidad, luego terminamos de conformar nuestro rostro, nuestra máscara y, rígidos o blandos, siempre, de todos modos, sonreímos o fruncimos el ceño de memoria.

Las rabiosas niñas, a lo Emilia de Monteiro Lobato, las de carácter, las gritonas, las de 4 ó 5 años y rebeldía ante el menor "no", ésas sí que me encantan (las veces que no logran sacarme de las casillas, que, la verdad, son ahora pocas). Pueden ponerse a bailar ante la caída de un libro: tal cosa es impagable. Como lo son sus discursos a veces incoherentes, su veleidad aprovechada, su nada de cortesía.

Salud, entonces, a la que parirá a alguien que no transmitirá su apellido (somos de Tercer Mundo), tal como ella, una generación atrás, sólo puede confiar en su hermano y someterse a las reglas de nomenclatura del parentesco. Claro, de eso hablamos.

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