9 de mayo de 2009

Micronesia de las constataciones

Monedas y dromedarios, rígidos mausoleos que alumbran, pulcro tu neceser, varada la distancia; y eucaliptus. Monedas o la suculenta molienda de otras fuentes, monedas de la ríspida deshidratación, tibio reparo. Ínsitos crisantemos que nadie varará, ínsitos vislumbres al través de tu frontera henchida, migraña y feldespato. Arrimos a un no ser de patas chuecas, monedas y escapularios -vencidos, resistentes-, colosa, duermevela.

Cada vez que de tu semblante enhiesto se desprenden oropéndolas de ocasión, eslavos amancebados mediante la resolana, miríadas encarnadas de nada que ver, nada que palpitar, nada a que asistir. Oropéndolas como las habladurías y rejunte de desplantes, última mishiadura -la frase incauta-, molécula capaz que se desdice contra los acantilados del quién; y el quién que caminó, y que condujo a las itas hacia una doble escansión bituminosa, magulladuras e insípidos cristales, arde la mano.

Máxima estornuda, Máxima se sorbe los mocos, Máxima sonríe a la cámara desdentada. Sudor de espalda o cuenco, miniaturas y desgaje de la alcancía, pasamanerías y escalpelos que hallamos al desgaire, libros como el plástico que no terminamos de hundir entre las sienes, armas de un filo menoscabado que dejamos desvencijarse en la acordada extensión de la pereza, una risotada es como un ángel, un gemido es como la pared contra la cual dormimos, otro bostezo es como la disección gastada de las penas sobre el coral de la madrugada. Y no concederemos el esparto.

Así, desaforados y obtusos, pasan los monos de la adivinación en andas, y pasan los almaceneros de la sonrisa desvaída, y también pasan las alondras que nada quieren de nosotros. Como una vigilia de la condición suntuaria de los alces, tememos relinchando. Como un quiste oxidado y arrastrado a través de las galerías al uso, tememos el sopor de la indecisión en Luna, rapto veloz.

Porque ante cada colosa que decapita, nos inclinamos como los malintencionados de antaño, y somos la garita infiel y seca en la que yace el albino, y a partir de nuestra manoseada conducta concluimos penosamente que somos el olvido de lo que sucederá. Torres: aroma, y detención.

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