Estaba un poco abandonado el blog. Pongo el segundo cedé de Don Ellis At Fillmore. Tengo un lindo mate, recién empezado, y reserva de puchos. En un rato va a amanecer. Allí estaré: escribiendo, corrigiendo, volviendo a escribir, de corrido, prosa, que no hace mal.
Anoche estuve en lo del Ger. Compramos un vinardo ($8,50) y nos sentamos, con Azul, afuera, en el patiecito y bajo la parra, porque tampoco estaba tan frío que digamos. Al rato cayó el Flaco, con lo que se generó una mini tertulia.
Yo venía de hablarle al Ger de las ideas de Daniel Ponce sobre poesía argentina, a partir de un par de ensayos que habían aparecido en varios números de la Hablar de poesía. Yo tiraba, un poco a bocajarro, la idea de que ahora pareciera que los poetas de nuestra generación, pero sobre todo los más jóvenes, no tienen ni idea de la tradición a partir de la cual sería incluso hasta más copado que escribieran, y que, más, se lee poco y nada. A Gerardo, claro -pobre-, mi postura le chocó. (A menos de tenerlas maduradas, es decir, internalizadas, soy muy mal expositor de las ideas ajenas, sobre todo cuando al que las escucha no le caen bien -las ideas del caso y, sobre todo y realmente, mi propia, torpe versión-.)
La caída del Flaco morigeró la charla, que degeneraba en enfrentamiento o desagrado. Pero inmediatamente mutó en el asunto de que "no se edita lo viejo". Gimoteamos, como es debido, por la desaparición del glorioso CEAL, y después la cosa se fue para otros lares. Cenamos hablando más bien de cosas pequeñas y gratas, y dejamos la aventura de especular para otro momento. El Flaco ya había partido, y el Ger y Azul se acostaron. Yo me quedé despierto, y me puse a pispear la biblioteca de la casa.
Soy nictálope, noctívago o, simplemente, un habitante de la noche. Me encontré con unas poesías completas de Hölderlin, y comencé a leer. Y luego me acosté, y pasó el día de hoy sin pena de gloria, y estuve de nuevo solo -ya en casa desde el mediodía-, junto a la noche, con esos poemas (préstamo que agradezco).
Pero hubo que hacer una pausa: después de dos horas de lectura, Hölderlin me decía mucho, me significaba mucho. Así que decidí variar de texto y me asomé a El trabajo de las horas. Y justamente Anadón habla, ahí, entre otros asuntos, de lo que anoche me interesaba plantear. Todo un hallazgo, una casualidad: mi necesidad de reflexionar sobre el lugar que tendría que ocupar la tradición en el hacer de un poeta se vio recompensada con un ensayo pipí-cucú.
El trabajo de Anadón es sabio, paciente, con ideas e intuiciones que seguramente han sido maduradas a lo largo de años de reflexión y amor por la poesía. Es, además, panorámico, un poco sistemático -pero no aburre-, abarcador. ¿Qué puedo hacer yo, que fácilmente caigo en alevosías y exabruptos cuando se trata de hablar de poesía, más que pasar el link? Aparte, leí el ensayo de un saque; un comentario a sus apreciaciones pide la misma maduración, la misma paciencia para concebir argumentos, diagnósticos, evaluaciones, ejemplos.
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Me cebo un nuevo mate. La yerba está espumosa. Se me ha enfriado un poquito, porque escribo mucho y tomo poco. Me quedo pensando en algo que comenta Anadón. Esto es: la dispersión. El estar sobreestimulados, distraídos en el peor sentido, boyando en la marejada de la vida contemporánea, con esa resaca que no terminamos de sacarnos de encima porque por lo general la creemos inevitable, forzosa, necesaria. Junto a ello, el estar como que obligados, por imperativos de la época, a ser exitosos, afanosos en nuestros objetivos, infatigables como maquinitas laboriosas o apabos funcionales.
Quiero decir: estoy pensando en qué es ser blogger de literatura, de poesía. Porque, a fin de cuentas, eso es lo que soy para el manómetro mercantil (Blogger) que uso como "plataforma de trabajo". Un simple "productor de contenidos" en verso.
De repente me aturde Don Ellis. Prendo un pucho. ¿La música, la escritura? Cómo se modifica la dirección de nuestras palabras según el espíritu (si lo tiene) de la música que hayamos puesto para escribir. (En mi caso suele ser algo instrumental, pero este disco en particular es muy ruidoso. Precisamente porque me devuelve una avenida de Broadway con profusión de neón, vidrio, metal: negocios.)
Corto la música. Me acuerdo de Hölderlin, y ahora ya no para contarlo (para narrarlo), sino pensando inmerso en qué clase de ámbito existencial debió vivir para escribir lo suyo. Manuscritos, tinta, abstracción. Ensoñación. Y vuelvo a repetirme algo de Anadón: vivimos en la distracción, en el frenesí, en el correr y atropellarnos como única finalidad.
Oigo gotear el reloj, en la otra pieza. Ya venía pensando, y algo de eso dijo el Flaco ("hay que simplificar, muchachos"), en que quizá el escribir en la computadora, on-line concretamente, puede ser perjudicial, o al menos altera la calidad de lo escrito. Su materialidad y dirección. Su aire. Como que hace falta cierto rigor, cierta ascesis, cierta higiene para lograr hacer las cosas sin dejarse llevar por la freneticidad. Y pensaba en si volver al papel, a la máquina.
Uno escribe sabiendo que al menos tal y tal lo van a leer. Y los tiene en cuenta, puede hacerlo. La escritura en papel, ya sea lapicera o máquina -no la on-line, en todo caso-, mucho me temo que da otra mirada, otra voz. Quizás estamos en medio del cambio (del Gran Cambio), y cada uno anda como aturdido, ofuscado y ciego, y hace lo que puede. No puedo abstraerme de la idea de que hay sub-redes (a veces muy chiquitas pero siempre significativas) de bloggers, y en una de ellas estoy anclado. Otros que escriben seguirán con el papel, sólo con él, y tampoco tendrán del todo claro (nadie puede tenerlo) de qué se trata este presente de aguas revueltas.
Vaguedades. Se me multiplicó la duda en varios frentes. Relacionando, la falta de lectura de la tradición es palpable en la mayoría de los bloggers literatos. Por tales entiendo aquellos que pretenden estar proponiendo textos artísticos. Uno hace su selección a través de la lista de blogs que publica en el suyo, pero dicha estructura me genera un poco de incertidumbre: ¿ranking de "los más apoyados"? Puede que el del blog sea un género distinto, uno o más, con sus leyes propias. Aunque creo que estoy confundiendo texto con dinámica y vías de lectura.
Digamos que estoy pensando a mano alzada. Sí: una anotación más. Gotea nuevamente el reloj (vuelvo a ser consciente de su andar); recauchuto el mate. Más que si es necesario insistir en el valor de leer a los clásicos, veo que ahora me interesa más bien plantearme si el ser blogger altera mis poemas; digo: lo que ellos podrían ser de volver a trabajarlos en la máquina de escribir, como empecé, tachando, volviendo a pasar en limpio, tres, cinco, equis veces.
Es la rutina, probablemente. Andar en auto o andar en bondi. Muletillas tendré, propias del medio. Vuelvo a decirme: rigor, ascesis, higiene. ¿Será tan así, esto es, que soy un posmoderno?
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