10 de octubre de 2011

'Morne'

Fumo, sí. Fumo y tomo mate. Y no sé nada. Sé que el foquito de bajo consumo ilumina pobremente esta habitación, acá en mi casa. Sé que se siente el zumbido de la heladera, y el lento gotear del tanque de Gisel, mi vecina -"que su nombre sea borrado", podría haber escrito Isaac Bashevis Singer-, sé que cada tanto se siente pasar un auto por la Agustín Garzón. Más allá de eso, no sé nada. 

(Como si todo pasara por saber: por saber algo a que aferrarse, y no sólo la pobre serenidad, vacía y taciturna. Como si nada de lo que es palabra, mera palabra -libros, conversaciones-, pudiera decirnos nada ya. Como si, después de los libros, después de las conversaciones -después del silencio-, todavía fuese necesario, y hasta imprescindible, decir algo: algo claro y sencillo, algo que permitiera un paso más, un volver a respirar; algo en verdad simple, directo, que iluminara de algún modo las cosas, abandonadas ellas a su no latir, a su haber dejado de significar, de tener consistencia de algún modo humana.) 

Vacío, falto de plenitud, de alguna especie de peso o intensidad. ¿El cuerpo?: una bolsa de órganos hábilmente disimulados por la superficie de la piel; algo que asiento en la silla buena, algo cuyas piernas cruzo y cuyo rostro -¡cuyo rostro!- es como una máscara tibia que ningún gesto recorre ya. Las manos, aptas para la escritura y para muy pocas cosas más, comunican medidos golpecitos a un teclado negro, sucio, receptivo; las manos, que de hace años no recorren otro cuerpo, manos de violinista que no ejerce ya; las de agarrar -sobre todo la izquierda- un mate que es herencia de una tía litoraleña, ya de no ser, las de apagar -sobre todo la izquierda- el cigarrillo en el cenicero indio, cálidas y yacentes; las de temer y temblar, y vacilar y dejar, callan: apenas si están vivas, todavía. 

No es tristeza lo que siento ahora, no es, quizá, vacío. Es simplemente sentir el silencio en esta entrada, es sentir la desconexión con muchas cosas, es darme cuenta de que, poco a poco, me he ido, nuevamente, aislando. ¿Qué son mis días? Levantarme a las seis de la tarde y leer. Y leer hasta las seis de la mañana siguiente, y abstenerme de escribir. Y desencantarme de hacerlo en los blogs: porque desvirtúo cada vez más eso que imagino que puedo llegar a decir. Y me doy a la ascesis (una vez más), y dudo, y el mundo atronador sigue rugiendo, allá, tras de la puerta. Y no sé qué paso dar, o si inmovilizarme del todo, y recluirme, callar y esperar (¿qué cosa?: nada que pueda llegar a la existencia, o a manifestarse). 

Prendo un pucho. Anoche, conversando con el Ger, hablábamos, una vez más, de poesía, y en especial del magro papel que ha llegado a tener la misma en la vida contemporánea, en la sociedad contemporánea. ¿Para qué idealizar? Todo es dinero y poder, arriba, y necesidad, precariedad y alienación, abajo. No hay tiempo para la poesía, ni ojos dispuestos, (bal)buceadores. El que escribe es un inútil, y debe vivir todos sus días del contraargumento, de la autojustificación ante los otros, buscando razones para hacer algo que la mayoría de sus congéneres rechazan. 

Pero éstos son pareceres pobres: tengo por dadas, lo sé, muchas cosas, quizá demasiadas, en mi vida de todos los días. Y no soy un profesor, o un intelectual. Cuando a duras penas alcanzo a elaborar un concepto, ya (me) lo socavan las dudas, las preguntas, el replantearlo, el vacilar. No me sale ser monolítico o férreo. Estaré, en el fondo, un poco orgulloso de mi actividad, pero -¿por qué no confesarlo?- tengo una tremenda cola de paja frente a todo interlocutor que no está en eso de leer y escribir. ¿Qué tiene de bueno o interesante, digo, contar mis penas en verso? ¿Qué gran virtud o alcance tiene ello? El siglo XX fue el gran desatarse, para algunos, de un materialismo, de un consumismo a niveles nunca antes vistos. Todos nosotros somos pop, o en todo caso me veo obligado a reconocer que buena parte de mi triste almita lo es. ¿Cómo no quedarse pensando en eso de Juanele, lo de huir, alejarse de la ciudad, el "mundo"? 

Releo ensayos de Paco Urondo, y me encuentro con declaraciones -por ejemplo las de Edgar Bayley- sobre el papel de la poesía en relación al hombre. Qué irreales que se me vuelven ese tipo de dictámenes. Me suenan falsos: impostados, utopistas, ensoñados mal: imposibles de ser vividos. Siento que la poesía se viene retirando del mundo de un buen tiempo a esta parte. El Ger me dice, Guido también, que hay como un renacer, una multiplicación de actividades y cosas así, vinculadas a "lo creativo", acá en Córdoba, en los últimos años. ¿Es sólo mi pesimismo lo que me lleva a hablar como lo hago? ¿Es algo propio de mi carácter, algo que no responde a lo que en realidad se estaría dando? Y, que la poesía llegue a tener algún lugar en el mundo, ¿es entonces cuestión de voluntad, voluntarismo? 

¿Por qué, en todo caso, volver a publicar en los blogs? No puedo evitar escribir, ya sea acá, ya, por ejemplo, en mi Diario. Será la pasión (no quiero usar el término "deseo", innoble, superfluo, propio de lacanianizados mal), será alguna especie de fortaleza o constancia que aún poseo. Un empecinamiento que aún me caracteriza, una terquedad. No pasa por hacer lo que la mayoría, no necesariamente; pero tampoco me parece algo muy alegre que digamos el escribir, o no es ése mi caso. Piedra Limada silba, cada tanto, una milonga, la misma milonga; le sale hacerlo. No quiero endiosar la escritura: es algo propio de los hombres, sí, pero no es lo único que nos es posible. Soy cada vez más consciente de lo accidental, de lo precario de mi escritura, y a la vez me afirmo cada vez más en ella. No pasa por callar, o por dejar de escribir: pasa -eso es lo que me toca hoy, al menos- por reevaluar el modo en que llevo a cabo esta ocupación. Algo, digamos, de índole existencial. Y esto de ser blogger muchas veces apesta.

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