Ya de pocas cosas vale la pena realmente hablar. Notoriamente enteco, mi poder de mirar, de apreciar dando a lo visto, a lo vivido, forma. Esa mujer que pasa por la calle, de anteojos negros y cola de caballo, ya pasó. El mate que ociosamente consumo, el cigarrillo --modos de estar en la duración que prefiero: la de ahondar-- son ahora apenas nombrables: ahora, de hace un tiempo. Sólo la forma salva.
Salvar... ¿Puedo yo, desde mí, salvar algo mío; salvarme, incluso, a mí? ¿Yo, durar? ¿De dónde esa ambición? ¿Y para qué? Sólo algo lourde (épouvantable encore?!) podría instalar en este mundo o proyecto, algo de mí siempre costosamente extraído, por otra parte, y además sin garantías de ningún tipo (¿o quién podría en absoluto darlas?). La voluntad, la voluntariosidad no bastan. La salvación --la memoria que de mí, de lo mío, se guarde o cultive-- será siempre asunto de los otros: de gente en el fondo soñada, y en todo caso ajena. (Es como si, en el fondo, me imaginara a mí, en el futuro, siendo los otros, sí, pero con mis propios ojos, mi propio ser: leerme totalizadamente: ubicuo, generoso; desafortunada red de Indra.)
"Uno es uno más." No logro, hasta ahora, alcanzar a consustanciarme, ni mucho menos, con dicha noción. Narciso y sus columpios de defecar algo que todavía aprecia: no me sale entregarme aún del todo al mundo, no me pierdo, no consigo olvidarme, no del todo, de mí: siempre queda algún resquicio, más o menos marcado, siempre me acomodo en el buen parapeto de la niñez. Pupilo de una suerte a la que pretendo manipular, acción inútil, terca, pierdo y más pierdo, empecinadamente: ¿diferirán por siempre el premio que tan fijadamente anhelo y lo que de hecho, a cada segundo, podría, sin más, tomar: ese sabroso, inagotable don, teórico para mí hasta ahora?
Cebo mi mate, lo contemplo. Hermosa herencia, tenerlo aquí, conmigo; hermoso regalo, hermoso gesto, generosamente concedidos. La Agustín Garzón, con sus autos pasando, sin detención aparente, por un lado, y una sonata para piano de Beethoven, por el otro, pujando por sobrevivir a través de todo páramo: vías paralelas que mutuamente se desconocen; y sólo yo las vinculo, sólo yo quiero generar un nexo entre ese pasar preponderante y esto otro, frágil y bello, que se pierde, se perderá. Formas y formas, formas que surgen y que luego decaen, hasta la desaparición, formas que se imponen por cierto tiempo, que a veces logran perdurar por siglos y hasta por milenios y que finalmente se apagan, se hunden, pasan --y esto hay que dimensionarlo, cada vez, todas las veces-- al olvido. ¿Y qué es lo que realmente merece ser olvidado? ¿Quién podría pronunciarse, con justas fuerza y razón, sobre ello y para siempre?
Nimia melancolía. Quizá el cultivo de la tradición (quizá leer y volver a leer a los poetas que amo, y sobre todo a los de nuestro idioma --los de Argentina y los de los otros países de habla castellana--; los contemporáneos y "los de siempre" --tan gratos, éstos--) tenga que ver, al menos en mí, con esta mezcla de horror y fascinación (¡estremecido abismo!) ante la caducidad de cada cosa: de cada cosa, pequeña o grande, de cada objeto y hasta de cada instante, de cada sensación y sentimiento: de toda forma, en suma. Y no veo factible decir que en todo, proyectados, me estoy colocando a mi y a cierto pueril sollozo por haber de morir. No es eso, no. Forma es belleza, nada más. Y todo lo que es bello quiere perdurar.
(¿Nietzscheanas formas, pletóricas de vida y fuerza, pujantes, jóvenes? ¿Sencillas formas agraciadas de la apacible vejez, delicada y venerable? ¿Formas incluso de la fealdad --"lo feo rescatable"--?)
Narciso que a toda costa argumenta, taimado siempre, Narciso al que tanto le sale "seducir" --¿le irán a perdonar la vida, blandengue gusano?--, lo cierto es que escribimos. La penosa contemplación de la fugacidad de todo, desorbitada conciencia de la esencia última de lo real, nos aniquila. Escribir apretando los dientes: quizás ésa sea la última lección posible o, al menos, una llave buena, potente --¿pero durante cuánto tiempo se impondrá?-- con que puedo seguir pergeñando estas anotaciones que con tanto gusto, habrá que confesarlo, doy a conocer. Especie de autoengaño que me disciplina; especie de subterfugio (no quemo aún las naves) con que, hoy por hoy, consigo no callar, -- no resignarme.
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