Siesta en La Babía. Tomo mis segundos mates de la jornada, que comenzó con Neruda y siguió con Leopardi. Luego hubo un gran desvío (Elza Soares), y ahora me siento a escribir, de nuevo recuperado para la palabra.
Hay unos versos de un francés que hablan de los muebles de las casas de los poetas. Cómo éstos, al crujir ocasionalmente, y el entorno todo, saben del silencio, de la meditación. Porque, y aunque haya música, el poeta calla, calla y escucha, espera.
Es así. Después de los devaneos y la joda, llega la actitud de atención y expectativa. Y puede que llegue algún verso. En todo caso, los poetas aman esos momentos: todo puede suceder: desde la inmovilidad de lo que le rodea: en el alma.
Miro la pared que está enfrente a esta compu, tras la ventana, a la intemperie: totalmente corroída y, sin embargo, firme. Diversas capas de pintura, y, atrás, el revoque: ésta es mi casa. Lugar difícil, porque, si uno se encuentra, pesa más.
Porque el cuerpo es pesado, y da sus pasos más lentamente, y poco se quiere, aun cuando el verano le haga sudar, señal de que aún hay salud, se me hace. El alma, en cambio, se despliega, y se pregunta cosas y no obtiene respuestas, y a veces calla y a veces se alborota, gozosa locuela interior.
Pero es en especial la mente lo que calla, en mí, y de hace tiempo. Y entonces lo que leo y lo que oigo se recalcan, adquieren mayor densidad.
Esto no durará por siempre. Finito uno, todo se desmoronará. Y antes o después, moriré, esa pared caerá. Y este rincón de ser será borrado del mapa, derruido.
Entiendo todo, casi te estoy viendo. A veces el lenguaje comunica. Abrazo, Pablo
ResponderBorrarOjalá pudiera guardarla a La Babía en meras palabras... Abrazo, Elisa.
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