Dos hornallas, prendidas. En Córdoba hace frío. Escucho piezas para piano de Aaron Copland, luego de una larga tarde de lecturas variadas. Felisa duerme y duerme, con cierto gesto de malhumor. Me cruzo de piernas y me cebo un mate, y me pregunto por Tal Gabu, que se las tomó.
Ayer me patiné un poco de plata (y no me sobra) en un par de libros. Me hice de Crías nuevas, de Fernando Bellino, y de la Hablar de poesía nº 21. De más está decir que ya me los fagocité. Pero qué importa: la poesía es para releerla; para comenzar a entender un poco aunque más no sea mediante la relectura. Porque es la particular voz de otro, de un escritor que no soy yo, la que tiene que comenzar a surgir, a entreverse, más allá de lo que uno le impone, cómo la sobrecarga, la desfigura.
Día de descubrimientos, el de ayer: saqué de la Mediateca de la Alianza la obra poética de un tal Léopold Sédar Senghor, senegalés, ya de no ser. Y lo que en ella leo me deja boquiabierto. Tengo para empacharme por días. Pienso de pronto en cómo será mañana, en cómo ocuparé el día, y lo que la imaginación me devuelve es una jornada igual a la de hoy: estar acá en casa, con las hornallas, con los libros. Una jornada plena. A la tardecita me iré a francofonear; y volveré cansado, y seguiré leyendo, reventándome (puchos, sedentarismo total).
Pero, como quien dice, el futuro está abierto. Ayer, al volver de terapia en el T (viniendo del Cerro a San Vicente), se sentó a mi lado un loco. Inmóvil, rígido, mudo, todo el tiempo la vista al frente, las manos sobre un bolso que llevaba sobre el regazo. Yo calculé que se iba a bajar en el centro; pero siguió.
Entonces supe que la cosa era conmigo; que me seguía descaradamente. Cosa que se confirmó cuando me levanté para bajarme, y él también lo hizo. Nunca lo había visto, ni en el barrio ni en ninguna otra parte. Bajamos, entonces; él atrás mío. Prendí un pucho y esperé, parado en la vereda. Él, ahí, comenzó a caminar, rígido y lento, en dirección al centro. En ningún momento se dio vuelta.
No tuve miedo. Me preparé para la pelea. Había pensado en levantarme del asiento un par de paradas antes, para que él hiciera lo propio, y ahí esperar parado, y que así él se vendiera. Pero no lo hice: porque le estaba dando la oportunidad de desmentirme.
¿Sólo imaginé? Veremos, el lunes que viene. El futuro está abierto, y no siempre es para mejor. Lo que sí, pienso en él: flaco, alto, un poco encorvado (Los adioses); y en mí mismo, hace algunos años: no siguiendo gente, pero sí inmóvil, rígido, mudo, en colectivos estruendosos y colmados de gente en los que naufragaba en una mezcla abyecta de espanto y odio.
una buena ventana que deja pensado.
ResponderBorrargracias...
abrazo.-
UN placer leer tu prosa.
ResponderBorrarSaludos.
Leo
Gracias, che. Vuelvan cuando quieran.
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