Le habían encargado escribir. Y algo hizo: desmañado, abotargado, confiado. Anotó frase tras frase, casi que obedeciendo a una ecuación imaginaria que podía ver con mucha claridad: la mujer ya no le interesaba, sino poder dar cuenta de esos tres elementos que ella le había propuesto tan así, desenfadadamente; poder, él también y por una vez al menos, ser capaz de jugar con otras reglas: las de la mujer, que era otra.
El texto que de ello resultó no le interesaba sino la posibilidad que se le abría de pronto, como urgida y menesterosa a la vez, luego de semanas de no poder escribir; luego de semanas de sólo durar, de únicamente permanecer entre cosas que el tiempo, displicente, le alcanzaba. Y el tiempo, y luego la mujer -reflexionaba ahora-, le acercaron siempre formas incómodas de pensar: formas por las que no se dejaba ganar, formas que para él no tenían forma.
Se había sentido impedido, acallado quién sabe por qué. Todo se deshacía, había sido de creer, sin mayor consistencia. Nada importaba, en el fondo; todo eran rápidas fuercitas no logradas. Eso: la forma que no cuajaba, el callar, el tener que callar porque nada tenía para decir, esa especie de pasividad un poco molesta, todo eso lo había como inundado, sumergido en un "estar" (una de las fichas) del que ya nada esperaba. O esperaba algo que de algún modo sabía que no llegaría, que no podría llegar. Y sin embargo...
Eso: sin embargo lo veía posible. Monstruo de la esperanza, figurita del devaneo, pueril y siempre torpe. Y él ya no podía hacerse de otro modo. Hacerse: volver a hacerse a sí mismo, cambiar de posición.
Se preguntó entonces por la mujer. Y no supo qué decirse, porque no podía prefigurarla ya. Eso de algún modo lo maravilló. Había quedado funcionando. El tiempo se abrió hacia adelante, como quitando un muro, y mostró un lago. Había un par de huellas en el limo; ella tenía que haber estado allí, antes, quizá hace mucho, y él no sabía para qué estaba en ese lugar y ante esa forma amiga de la noche y el silencio. Forma quieta pero promisoria. Había un lago, y la espera ahora no era una mera posibilidad, sino una condición casi que como impuesta. Había perdido su casa.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Micrófono abierto a las voces del alma de turno.