Llegó el calor: cuando salí a la calle -ocho y media de la tarde- noté que tendría que haber optado por un pantalón corto y no por el vaquero que llevaba. Después, más tarde, sí, se levantó un ventarroncito, pero ahora, cuatro y media de la mañana, estoy así, sin remera, en pata, con la ventana y puertas abiertas a la noche. Hace calor; y no llueve.
Volví del ensayo hará cuatro horas y me puse a leer, cosa que me mantuvo entretenido hasta hace un ratito. Me preparé entonces un mate y me vine a Blogger. Tenía ganas de escribir: de pasar un rato anotando algo, corrigiendo, pensando. La lectura fue prolija; sin llegar a ser insatisfactoria, no deparó nada especialmente glorioso, y necesité venirme acá, a esforzarme un poquito, a ver si tenía algo para decir. Fumo y escucho el gotear del tanque de la vecina; también está el zumbar de Magnolia, y mi teclear. Por lo demás, no pasa nada.
El lunes me compré Veinte años de poesía argentina y otros ensayos, de Paco Urondo. Lo había visto comentado no sé si en alguna Diario de poesía, y ya tenía averiguado el precio, hará cosa de un mes. Me agencié eso, y la Hablar de poesía nº 23, que todavía estoy leyendo. Las dos cosas, $90,00. Llegar a fin de mes.
Lo que me llamó la atención de las prosas de Urondo fue la rotundidad con que opina sobre otros escritores -especialmente poetas, por lo general argentinos-, ya sea contemporáneos o del pasado. Emite muy seguido valoraciones que tienen el aspecto de la precisión, y pone siempre en relación lo literario con lo político -más exactamente: con lo contextual, y en especial, supongo, con cierto proyecto de Nación que tiene-. Si bien no es un académico -se opone explícitamente a ser considerado un intelectual-, queda claro que la lectura que hace de la poesía argentina ha sido meditada, que fue un estudioso -en un buen sentido- de la misma.
(Me acuerdo de Andrea, una ayudante del cursillo de Letras: "ningún texto es inocente." Qué frase más horrible, más allá de que intenta transmitir algo que quizá sea verdadero, al menos para algunos.)
Y me quedo pensando. Me quedo pensando en si los poetas tienen que ser los críticos de la literatura, o sus sistematizadores, y de qué modo y hasta qué punto. Si no es simple "política" de artista, o, de última, política a secas. También, si los poetas son los más capacitados para hablar de la poesía, de sus pares, y hasta de sí mismos.
(El deber ser. Lo regulado con primor. Cierta necesidad de prolijidad y justicia: cada uno, su función: en la Sociedad Ideal, es decir, ordenada.)
Pienso, entonces. Me hago mis buenas preguntas de idiota, de pajuerano en el gran pequeño juego de la poesía nacional. Me pregunto, por ejemplo, si yo mismo debería hacer valoraciones, apreciaciones, tasaciones, distingos y reproches a los otros, los que publican en el presente, los ya de no ser. Si debería revisar esas mismas valoraciones, apreciaciones, etcétera, de los otros, a fin de, digamos, establecer con cierta propiedad "la Verdad" de esto que hacemos al escribir, al publicar.
¿Me estoy preguntando si entro en el juego, si acepto las reglas; si hay reglas más o menos fijadas, consensuadas; si, por el contrario, todo es fuerzas y nada más que fuerzas, y el Poder? ¿No me engaño un poco con el carácter más bien sociológico con que yo mismo hablo de la cuestión? ¿Peco de falsa humildad? ¿No me la banco? ¿Tengo complejo de inferioridad? ¿Temo tal vez no poder desempeñarme bien, o al menos satisfactoriamente, en el ruedo, en el baile?
Pienso, sí. Pienso escribiendo. Cierta retórica habitual en mí quizá desvirtúe la línea de pensamiento que podría lograr de no haberse ya desarrollado cierta lógica argumentativa en esta anotación, lógica probablemente típica de ellas, a esta altura de su desarrollo. Pienso, entonces, en forzar, en adelgazar alguno de sus hilos, terminar por cortarlo, para así lograr cierto desequilibrio, cierta apuesta, cierto decir. Quizás lo anterior sólo sea un crescendo, un acumular; quizá -sueño- venga un desborde.
En todo caso, qué situación distinta, la actual, de aquella de los '60, los '70. En los ensayos y demás artículos de Urondo se respira la revolución, inminente, en el aire. Se lee política: decisiones, proyectos; también el estado de cosas que se rechaza, la necesidad de actuar con convicción. Se habla incluso de abandonar la narrativa para escribir textos de no ficción: la primera, consideran Urondo y otros mencionados en el libro, se alejaría del presente, la otra podría incidir con mejores resultados en la realidad. Qué diferente es la cosa hoy en día, o qué diferente de cómo veo personalmente el asunto: qué hago, qué dejo de hacer, qué cosas son factibles de ser hechas, e incluso, qué escapa a mi imaginación; qué es posible, qué imposible, qué inexistente.
Uno puede hacer "política cultural", opinando, manifestándose, discutiendo de modo público. Uno puede buscar posicionarse, sacar ventaja, e incluso lucirse, darse el gusto de ganar un argumento, quedarse con la última palabra, definitiva, por ejemplo. También -como me está saliendo un poco hacer, en esta prosa-, poner en evidencia el juego, desencantarse del mismo, asquearse más bien. El sociólogo de turno aclarará, prolijo, que su teoría social del arte también contempla esta última opción, esta otra "veleidad", de índole más bien sacrificada: ascética, ejemplar. El problema, en todo esto, es que tengo presente que actúo sabiendo que estoy actuando (sabiendo, sí, pero más o menos; tampoco la gran cosa).
Sí: la veleidad. Uno no entiende del todo cuál es exactamente el alcance de lo que hace; y tiene sus blogs, y tampoco hay mucho movimiento en ellos que digamos, y sin embargo piensa que al menos un poquito figura; y aparte ha pispeado alguna vez un par de teorías, y se pone, cariacontecido y cejijunto, a pensar; y el punto no es la Literatura, ni la Sociología, y mucho menos la Política, sino que uno, nuevamente, ha comenzado a escribir algo que no sabe cómo ni en qué terminará, y tiene muy pocas claves para resolver la cuestión. Pocas y endebles claves. Y de pensar se trata.
¿Qué es escribir? Ponerse a prueba. ¿Qué es publicar? Dejar pasar, reconocerse en algo, frente a los otros. ¿Qué se busca, en todo este asunto? Algo, sí, pero que no es nombrable, que no es formulable: formularlo lo haría, nuevamente, texto, escritura, eventual publicación.
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En todo caso, advierto una característica en todo lo anterior: escribo ideas más bien sencillas, comunicables. Habré puesto, entonces, mi pensamiento al servicio de cierta necesidad de claridad que, al parecer, tengo. Explicitar el juego (pero no obligatoriamente denunciarlo), esbozar alguna noción "clara y distinta" para actuar en él, ver si es posible tal cosa, ver si quiero, de última, jugar. No es absoluta la Poesía (si Urondo hablaba de Nación...), ni imprescindible, y mucho menos urgente. No es tampoco detestable, ni mucho menos: la leo, la leeré.
Quizá tenga ideas tremendamente erróneas sobre el dichoso asunto; son las pocas, endebles que he conseguido aceptar, a lo largo del tiempo. Paco Urondo "piensa" la Poesía Argentina. A mí me gusta bastante lo de Daniel Ponce: en su caso, estudiar antropología, a la vez que se alejaba transitoriamente de la poesía, lo llevó a relativizar bastante el "puterío ilustrado" (categoría en boga entre algunos estudiantes de Letras acá en Córdoba, hará 20 años) de la literatura argentina. Yo la verdad que tengo más bien dudas y preguntas a la hora de escribir sobre todo esto; o, en todo caso, pienso que enfoqué la cuestión de modo harto vago y general, y que por eso mismo no hay dónde hincar el diente, en qué yugular clavarlo. Que, si hubiera señalado algo más concreto (más concreto, es decir, relacionado a lo que amo o a lo que odio), ya andaría mascando más y mejor.
Sírvame de escarmiento haber escrito esta misma anotación. El Gabo me viene diciendo que comente las lecturas; que eso podría ser ocasión de mejores prosas. No es, se ve, que no me pregunte cosas: es que no sé cómo responderlas, y lo más probable es que, como decían los positivistas lógicos de antaño, la pregunta esté mal formulada.
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