Desperté a eso de las cinco y media, con un par de timbrazos con que agitó el Sergito, que venía para usar la compu. Lo fleté diciéndole que estaba durmiendo e inmediatamente me preparé un mate. Retomé El estremecimiento del velo, sin más en mi cabeza que la satisfacción de mirar las cosas muy ecuánimemente, con las 12 ó 13 horas que había dormido. Porque el sueño cura.
A eso de las siete volvió Sergito, con la Antología de la literatura fantástica bajo el brazo. No había leído ni media palabra, y le permití usar Magnolia con la condición de que me iba a tener que escuchar leerle un cuento al menos, cosa que aceptó muy a regañadientes. Lo mandé a comprar un cuarto de criollitos y una coca de un litro y cuarto y, cuando volvió, nos pusimos, los dos, a intentar decir el abecedario en un solo eruto, tal y como quería hacer Ramirito hace ya mucho tiempo.
Tomé mis dos lithiun y mi olane XR y me concentré en Yeats. El 1880 de Irlanda es fabuloso: por todas partes se nuclean artistas, mediums y todo otro tipo de gente estrafalaria en Sociedades de todo tipo, y se publican colecciones, y se habla y se discute hasta los codos. De los videntes paso, pero me impresiona el que los escritores, por ejemplo, se acercaran unos a otros para poder hacer más. Yeats habla también de política (se interesaba, al principio, por el socialismo), pero todo se daba yendo de un lado a otro, entre conversaciones, conferencias, odios y amistades, como si hubiera una agitación cultural interminable. Y a cada rato: personajes estrambóticos, místicos y borrachos, editores y tertulias, y el gran público lector.
A todo esto, Sergito le daba a los jueguitos, o miraba 10 minutos de una película y 15 de otra, aburriéndose muy exasperadoramente para mí, porque a cada rato así lo declaraba. Él en Magnolia, yo en la mesa y con el mate, cada uno afanándose en un proyecto solipsista, si bien se mira. Le leí un par de cuentos, uno creo que de Chesterton, y cuando le traduje este último al cordobés se le abrieron los ojos.
Finalmente lo despaché, pero justo apareció Marita en el chat, por lo que postergué ir a lo de Sergito, donde me esperaba su vieja, que últimamente de a ratos enloquece (charcos de sangre, ratas) y no puede más con la vida. Pero Fulgi me reclamaba, aunque después resultó que poco dada estaba para la charla. Según ella, se le había secado la cabeza luego de toda una tarde de discutir, con un amigo, "lucubraciones históricas" en torno a la filosofía, y, como yo no presentaba tampoco mayor iniciativa para el diálogo (quiero decir que se pasaba por las bolas todo lo copado que yo estaba con Yeats), volví a la lectura.
Cuando todo estaba perdido (chateaba con alguien de un pueblo llamado Ingeniero Seguí, creo que de Buenos Aires; la mina me buscó porque llevo el mismo apellido), lo encuentro a Deco en facebook. Ahí nomás arreglo un encuentro con él (era la medianoche pasada), y finalmente terminamos en el barcito que él ama, pasando Kube, de Independencia a Buenos Aires, por la Rondeau.
Qué descolgado, me decía, que me invites a cervecear un martes. Bien se ve que vivís al revés. La calles del centro estaban más que vacías. Deco al principio se copaba mucho y se relamía abiertamente con cualquier par de piernas que por allí pasaran (y eran contadas), y muy escasa atención prestaba a las cosas que le contaba. Cuando llegamos al barcito que él ama, nos sentamos en un principio afuera, para poder fumar, y al buen rato nos fuimos adentro, por el frío. Dos chicas medio que dormitaban en un sillón, y el dueño estaba con ambas. Yo los tenía al frente, y fantaseaba con que eran un trío en decadencia, y Deco, que les daba la espalda, bien que las tenía en cuenta, minitas celularescas totales. Escuchamos "Hotel California", en un video lleno de guitarras criollas, y hablamos de música. Hablamos, claro, de todo un poco, pero nada de lo charlado quiero rescatar aquí.
"A la hora de huir, preferimos los taxis." Me separé de Deco a eso de las cuatro, y me vine, chocho con las dos Budweiser que cargaba en el abdomen, a San Vicente. El mate que me preparé para despejar el alcohol está ahora tibio. De repente extraño a Anganuzzi (¿se escribía así?) y algún posible comentario que pudiera haber hecho a la tónica de mis últimos posts en Anotaciones-... Una narrativa de lo cotidiano, de lo propio, de lo apenas llamativo, que sólo vale por las correcciones que a su redacción hago, y ni siquiera.
Fumo y escucho música en Radio Clásica de RTVE. El mate está más que lavado. En un rato mando al buche lithiun, clopixol y valnar. Escribir así, contando lo que cuento, es de débil voluntad; pero ¿qué otra cosa hacer, cuando no hay proyecto grupal, me cago en Dios, más que cultivar y disimular las imperfecciones del jardincito que le ha tocado a uno en suerte?
Me deja pensando lo que Bardamu citó en su blog. No qué hacer, sino cómo. Nuestros textos no pueden ser los de los irlandeses de 1880. No tienen fuerza porque no tienen ninguna repercusión. La escritura es algo muy chiquito. Ya demasiado esfuerzo debemos hacer con nosotros mismos: para ser, al menos por un rato, no tan idiotas, no tan estupidizados por (Giannuzzi) la época. Algo de eso hablaba con Deco: nos dedicamos a alcanzar un mínimo bienestar, un rinconcito no tan hostil en esta ciudad; cuando hace un siglo eso les chupaba un huevo a los guasitos, y hablaban grandes palabras, y podían soñar, alertas. Sólo queremos bienestar, salud, y jugar con restos del juego de abalorios en que se resume, ahora, la primera parte de nuestras vidas, es decir, los restos del siglo XX.
Igualmente, Tam, flor de jardicincito es el que te tocó a vos en suerte... Preciabilísimo.
ResponderBorrarNo hay flores, Lav. Ni rastros de polinización. Lo más, la baba de innúmeros caracoles.
ResponderBorrarCon qué placer te leo, Tamarit. A pesar de todo, tu palabra está cargada de verdad.
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