19 de octubre de 2010

La Coca y la muerte

Escucho Stravinski por Viktoria Mullova: bellísimo, hondo, divertido. El sábado fuimos con Tal Gabu a verla a Pantaloncito, y a eso de la cuarta cerveza entablamos amistad con Ricky Ricón, violinista, quien, para presentarse, nos contó el de la rana petera, y que destilaba una tremenda misoginia, muy graciosa, onda Flaco Pailos. Al séptimo porrón, ya cambiábamos celulares. Pantaloncito creo que nos regaló como dos o tres birras, no sé por qué; para mí, nos cagó echando.

Hicimos un puchero fenomenal, de desayuno. Escuchábamos canción tras canción de Sabina, y Tal Gabu, que se las sabe 'par coeur', me las ladraba a más no poder. Dormir fue caer en los respectivos jergones cual nauseosas bolsas de papas: y el sueño tumefacto. Me levanté ojeroso mal, con una huella negra en el centro de la mirada, cero pilas para leer. Todo fue música, domingo en familia.

La muerte llegó el lunes: ayer, tipo medianoche, me llamó Tal Gabu, que estaba a tres cuadras de casa, comprando una Coca de litro como para sobornarme. Venía del velorio de un pariente, en Pilar. Curiosamente trajeado, notablemente circunspecto, de hablar francamente neutro; conste que últimamente curte pastillas: la depresión... Hice causa común. Nos sentamos en el patiecito central, y me llegó, como hace tantos años ya, la visión de una pared, iluminada por el foquito torpe, y el saber que esa imagen perdurará, como trasunto de algo duradero, la sensación, digo, esa visión. 'Déjà vu' que me honra. Nada que ver con la muerte, sino que fue el modo de estar, de dialogar.

Comienzo el día abotargado, torcido. ("Contrahecho" significa disfrazado, en realidad; ya no podré pifiarla: gracias, Riquer.) Fumé la media colilla que me quedaba, calenté agua para los mates, me fui a lo del Hijo de Puta. Estaba la hermana, que es igual de cortante: ya se ablandará. Fantita de lugar, lo veo pasar al gordo de las bulucas en un Renault lindo aunque algo estropeado, abolladito, con toda su familia de panzones. Nos saludamos, riendo, prolijamente nos odiamos.

Pasarán horas antes de que, nuevamente, vea a nadie. No surgen los poemas, y las Anotaciones-... como que vienen saliendo paupérrimas. Leo como desaforado; la música funciona. Ya pasó el tiempo de La Gran Estación. Sólo se trata de ser coherente, quiero decir, tozudo.

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