Es como una suavidad, un comenzar del descanso. Te mesás el pelo, ya sucio, grasoso, y respirás con lentitud, y Angel song te habla de una ciudad con puerto, amanecida y cansada. Pensás en el teclado, piano que te conduce, y escribís las menudencias tuyas del estar. No hay cambios repentinos: sólo que la quietud se distanció en tu espalda. Quietud de todo por hacer, y el optimismo.
Fumás un ritornelo, marea lenta y un poco voluptuosa de decir: "salen palabras". Era, entonces, la niña, la que quiere aparecer siempre en el primer verso, esa que vuelve y sobre la que te negás a pergeñar. El 16, esa magia castaña en camisoncito, atónita y sonriente en la mañana, y un bosque de caminitos calmos.
Superyó: el que te muerde y marca y descalifica. Mojón y conducción continuos. Cruje por fin el hombro, y luego el brazo, solos, no forzados. Horas de derretirse entre revistas, por poco te bañabas en el silencio. Lazo de desasosiego, qué podría ser dicho de tu prosa. Como alguien a quien asesinar, por qué. Simún del entrevero que nunca se dio, las dos vertientes comienzan a rozarse. Y demasías que entrevés, gozoso.
"Niña entre abetos, alce" y estación severa de hacerte de harapos para el desierto, partición y noches duraderas. Porque sos el de las zalemas y el rebenque, y el perro gira y gira, ladrando. Arrugo la etiqueta, ya vaciada, revés de un tiempo o golpe demenciales. ¿Qué haré con vos, estupro, villanía, dulce menjunje o labios prometidos? Carneás como fusibles desde Macintosh, y yo sigo las hormigas, sin veneno, de tu asistir a querencias fustigadas por el aburrimiento, la tensión. Y nada de señales, mala luz, y cursorcito indiscernible.
Era la niña, entonces, otra mina, un libro prestado, la insólita promesa de otro nombre. Un pabellón del siglo te la goteó en el brazo, y así, adhiriendo y manoseando vestíbulos a tu penumbra, mujer barbuda a la que penique tras penique sopesé, y que más valía cuanto más miraban, calígine tu rostro, dibujé.
Ahora te estanciás en el venablo. La pizza, dos cervezas: cómo disfrutaste de mis 100, de mi descapotable en andas, baldosa floja. De mi descapotable, digo, con mancuernas de óxido: Torino de la descomposición y obstáculos, callado caminaba entre densos caimanes de otro libro prestado, otrito más aun. Y tu postal, la que calcaba. Decencia: multiplicar estilos. Mingitorio: mi cenicero indio. Vínculo que ausculto sin mayores miramientos, oxitracia: callado caminé, viajaba de noche, la luna era una horma más que nueva. Y todo, apenas lágrimas, apenas conmoción de recalcitrante. Total: otro penique.
Me meso los grasosos, los helechos turbios de amanecer pensando. Gira tu disco en bits, y una vacía hojarasca de tentempiés corona el Winco. "Afuera, el mundo ruge."
¡Alabo el regreso de la inspiración capaz de concebir tanta palabra mágica, tanta frase bella! Un jardín de metáforas, un juguetear constante con las herramientas de un lenguaje infinito -el del idioma y el de la sensación-.
ResponderBorrarSaludos
Hola, Carito. Gracias por los comentarios, tan halagüeños. Comparto esa visión del lenguaje: infinito, inagotable, como una fontana tremenda. Beso.
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