Despierto pasadas las doce, abotargado, acalorado, gordo. Preparo un mate, fumo un cigarrillo, quiero escribir. Escucho The Paul Bley Quartet y toso, intentando expeler las últimas flemas de una tos que me tuvo mal lunes y martes pasados. Sigo más o menos con los mismos libros, vago para leer, desguazado por la canícula. Cruje la puerta del patiecito, abriéndose y cerrándose apenas.
(Ya no es como caer. Ahora las cosas permanecen en su tranquilidad, en su distancia. Falta el incendio, falta la verdad de la pasión, la del abismo. Las cosas están allí: disponibles y juiciosas, como esperando que participe, yo también, de su apacibilidad, de su indolencia)
Me he descubierto mal conversador. O me topé con otros que saben imponerse, cueste lo que cueste, y callo ante sus dictámenes. Así, los dejo hablar, y se dan al cabo contra su propia fragilidad, tenor humano. Pero eso, no porque lo haya buscado: apenas si observé que se daba. Fumo callando: la verdad no es tener razón. La verdad es algo torpe de raíz, algo elemental y ciego, desnudo como piedra en el desierto. Sí: existir.
(Esperé, por dos días, dos noches, digo, a que la Doncella se presentase al chat. Voz diferente, la suya, y muy juiciosa, holanda erguida de las horas del descanso. Hablar como deslindando un paraje: no tengo tales frutos, éste es mi pozo.)
Hace calor, acá, en Qusarat. Estoy de malla, descalzo, y prendo un pucho. Sé, y es así, que poco a poco he ido quedando vacío de ideas, de pensamientos. Como dije antes: sólo las cosas, sus imágenes. La música que escucho me inunda de un gozo continuo, embriagador, y sé mis posesiones "con secreto cariño". Podría hablar de Yor, de que me caga de gusto, de que nunca me dará bola, de que reboto y reboto, de que no me canso de buscarla. Pero eso sería, una vez más, comenzar con la escritura milenaria, la del amor del deseo, la de las vueltas, la de las desventuras. Mi cenicero indio me sobrevivirá.
(Tal Gabu ahora escribe. Es un topito de no más de 30 cm de altura, con cinco manos y un pezón maculado. Deidad provisoria de los desesperados, bebe con rigor, con sorprendida prolijidad. Litigia contra los desharrapados, y disfruta al quedarse con sus cartoncitos "Dios se lo pague". Un rap violento y de las mesas puede con este topito: manices y antorchas deshaciéndose entre los pañales. "A la hora de huir, preferimos los taxis.")
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Micrófono abierto a las voces del alma de turno.