25 de octubre de 2010

Tanto que decir, y uno se apelotona

"¿60 y 40?", propone Tal Gabu, expectante. Estalla la risa, la dejamos pasar, no investigamos más. Le acabo de tirar el pucho de que sea mi representante, que haga de mí algo comercial, que me venda bien, o mucho. El guaso ahora está comiendo (arroz, arvejas, atún al aceite), y mientras yo prendo la maquinola de generar sentido, biografía, cosas. Marisa Monte canta muy dulcemente que "no es fácil"; son las tres menos diez, y creo que va a salírseme del buche un post bastante positivón, sepan disculpar.

Ayer viajé a Embalse, a lo del Ale. Cumplo en decir que intenté determinar un poco con él qué apodo le iba a dar aquí, en Anotaciones-..., y hasta barajamos un tentador Viejo de la Montaña; pero decir "el Ale" me lo acerca en la mente de un modo entrañable, nítido. Se trata de un narrador cordobés, ajedrecista apasionado y ayunador ocasional. Me dio, hace varios años ya, un taller de cuento que me permitió escribir, y sobre todo diseñar, cinco o seis historias; pero yo sé que no tengo inventiva: terminado el taller, ninguna más se me ocurrió, y sólo quedó de dicha experiencia la amistad, el conocer a un tipo excelente.

Realmente lo de Viejo De La Montaña no es gratuito. El Ale se retiró hace cosa de un año a ese pueblito, de casas desparramadas y sierritas cercanas, y vive de dar talleres, de la corrección, y de la soledad y el silencio enriquecedores. Pasa días enteros recluido y, si bien tiene una buena conexión, soy de pensar que no abre demasiado la boca de a ratos larguísimos. (Hay una guitarra en el sillón, de madera oscura, de tono algo achocolatado.) Ascetismo de artista: solo con sus ideas, puede ahondar. 

Pasaron tres o cuatro años en que nos perdimos un poco de vista, pero de hace unos meses nos reencontramos, por internet. Nos dimos a un maileo copadísimo, como el que mantengo con Marquini (también conocido como Van Basten), gente que está lejos y con la que nos tratamos como peces en el agua. Arreglamos con el Ale una reunión cumbre, y he aquí que ando volviendo, con la mirada levemente extrañada del que se alejó y que, cuando regresa, se encuentra con lo mismo, cambiado.

Hacía realmente años que no hablaba de literatura y yerbas afines con tanto gusto, durante tantas horas seguidas, y encima sin decaídas del interés, como lo hice ahora con el Ale; desde el asunto de las commas en la música a René Lavand y "las otras artes", pasando por analizar bodrios como la Ñ y "el sistema literario" de la Argentina (digo, la porteña, la inflada), mierdas de la moda, y por Duchamp -la pereza y el despreciar redondamente el dinero-, o por el ajedrez -la personalidad de algunos grandes maestros, sus respectivos estilos-. Clínica del espíritu, terminé viendo que no estoy tan embrutecido como creía; que hay todavía oasis, sin chichises, "hélas!", pero con discursos neoplatónicos aún posibles.

Renovado el aire, bien que le percibo un tono livianito a esta prosa. Ganas de escribir; destrabe de la lengua. Tal Gabu fue a comprar puchos a la estación (quiero decir, a cruzar un par de palabras con Luciana Qué Minón), y ahora Marisa Monte habla de "una pausa de mil compases", idea de notable precisión, muy apropiada para esos asuntos de amor de que trata el disco de la vaguita. Bienestar y andanzas, bienestar debido a las andanzas: he aquí cómo se le facilita el trabajo, la fluidez, al escritor. Y a uno le da el toquecito (la puntadita, el vislumbre) de la duración, de la permanencia: así como en la depresión creemos que estaremos ya por siempre en el pozo, abajo, bien abajo, así como en pleno bloqueo tememos y a la vez nos conforta la idea de que ya nunca más podremos escribir (y ser escritor: poder hacerlo, y de hecho hacerlo, y queda el texto, la prueba), así este bienestar trae palabras y más palabras, y quiero prometerme que sí, que así seguirá siendo, que el próximo post, y los siguientes, saldrán con la misma facilidad, con un como escribir de memoria, gozoso, muuuy bien llevado. Así, el placer, el padecer, y la duración.

19 de octubre de 2010

La Coca y la muerte

Escucho Stravinski por Viktoria Mullova: bellísimo, hondo, divertido. El sábado fuimos con Tal Gabu a verla a Pantaloncito, y a eso de la cuarta cerveza entablamos amistad con Ricky Ricón, violinista, quien, para presentarse, nos contó el de la rana petera, y que destilaba una tremenda misoginia, muy graciosa, onda Flaco Pailos. Al séptimo porrón, ya cambiábamos celulares. Pantaloncito creo que nos regaló como dos o tres birras, no sé por qué; para mí, nos cagó echando.

Hicimos un puchero fenomenal, de desayuno. Escuchábamos canción tras canción de Sabina, y Tal Gabu, que se las sabe 'par coeur', me las ladraba a más no poder. Dormir fue caer en los respectivos jergones cual nauseosas bolsas de papas: y el sueño tumefacto. Me levanté ojeroso mal, con una huella negra en el centro de la mirada, cero pilas para leer. Todo fue música, domingo en familia.

La muerte llegó el lunes: ayer, tipo medianoche, me llamó Tal Gabu, que estaba a tres cuadras de casa, comprando una Coca de litro como para sobornarme. Venía del velorio de un pariente, en Pilar. Curiosamente trajeado, notablemente circunspecto, de hablar francamente neutro; conste que últimamente curte pastillas: la depresión... Hice causa común. Nos sentamos en el patiecito central, y me llegó, como hace tantos años ya, la visión de una pared, iluminada por el foquito torpe, y el saber que esa imagen perdurará, como trasunto de algo duradero, la sensación, digo, esa visión. 'Déjà vu' que me honra. Nada que ver con la muerte, sino que fue el modo de estar, de dialogar.

Comienzo el día abotargado, torcido. ("Contrahecho" significa disfrazado, en realidad; ya no podré pifiarla: gracias, Riquer.) Fumé la media colilla que me quedaba, calenté agua para los mates, me fui a lo del Hijo de Puta. Estaba la hermana, que es igual de cortante: ya se ablandará. Fantita de lugar, lo veo pasar al gordo de las bulucas en un Renault lindo aunque algo estropeado, abolladito, con toda su familia de panzones. Nos saludamos, riendo, prolijamente nos odiamos.

Pasarán horas antes de que, nuevamente, vea a nadie. No surgen los poemas, y las Anotaciones-... como que vienen saliendo paupérrimas. Leo como desaforado; la música funciona. Ya pasó el tiempo de La Gran Estación. Sólo se trata de ser coherente, quiero decir, tozudo.

14 de octubre de 2010

Máquina inocua

Fumo. Vuelvo a poner uno de los dos discos de Kenny Wheeler que tengo. Algo escribí recién sobre Canto general, pero me agarró la loca de borrarlo, así que largo de nuevo. La noche trajo el frío, y yo una cerveza bien helada de lo de Belén. Marcelo no tenía aceitunas negras, y -por hoy, me dijo- tampoco de las verdes. Estoy de ojotas y pantaloncito corto, pero tengo puesto el buzo que Tal Gabu me obsequió (en compensación por el que me masilló en el taller). Estoy de ojotas, digo, y siento el frío de estas diez y media de la noche en los pies.

Piedra Limada pasó por la siesta, a alcanzarme guita. Me fui con él -me decidí a ir a lo del Hijo de Puta, a comprarle fiambre, pan- y se encontró con que se había dejado las llaves en alguna parte. Y no habían quedado en casa, sino que se las había dejado en lo de Susana, que era de donde venía cuando pasó por la mía. Total: idas y venidas bajo un sol lindo, y comer en la carpintería sanguchitos de mortadela y queso.

Por supuesto, a la vuelta, me cagué durmiendo, y tuve que faltarle al analista. Lástima: algo había cosechado en la semana, algo había colegido. Pero, el darte cuenta, sólo en terapia; si no, ¿para qué?

Fumo. No me sale mucho escribir, por estos días, porque no tengo nada que decir. Es como una estasis: estoy repleto, nada entra, nada sale. "Estómago capaz", le escribí a una gorda tremenda que me calentara. Leer es una máquina que funciona, y con ella "trabajo": me pongo a funcionar por horas, a todo atiendo, plena concentración.

Nada que decir, entonces. Y es por eso, lo sé, que salen los textos incoherentes: porque te morís por escribir, y nada sale. Y babeás palabras, babeás ritmos y vocabulario, viejardo chochex, y a nada llegás. Máquina inocua.

6 de octubre de 2010

Patio común

¿De cuándo esta quietud? Esta tranquilidad, serenidad, sosiego. Escucho Philip Glass y pienso en lo que fue haber estado en pareja. Y en que ese ayuntamiento no pudo remontar la última pelea: cero palabras, gesto inane. Me meso suavemente el pelo, acabo el pucho. Allá afuera alguien barría, y luego alguien salió del complejito, el mío. Y yo que me desperté a las cuatro de la tarde de ayer me siento ahora pacificado, suave, en plena seriedad creativa.

Releí, hace un rato, Aventuras sigilosas. No me cuadró, como hubiera dicho la Pau. Hay algo en Lezama Lima que, hoy por hoy, me genera cierto fastidio. Ese ritmo tan poco rítmico, tan ir eslabonando, enlazando elementos, concatenando acciones. El vocabulario sí que me gustó; más, maticemos, que el de Enemigo rumor. El de este último es demasiado dulzón, demasiado "poético", aguachirle. El del primero es mucho más variado, más interesante. Pero esas frases inconclusas, el no usar, tan terminantemente, verbos tan de repente...

Me huelo las manos. Estaba aprentando, no muy fuerte, una en otra, codos apoyados al borde de la mesa, y posé en ellas los labios, la nariz; y aspiré. Gestos que repetimos hasta el infinito, hasta la muerte, porque nos movemos de memoria; y nuestra anatomía, tan poco cambiante. Música y poemas que repasamos, queriendo saber qué otro lugar ocupan en nuestras vidas. Y alguien barre, y alguien parte para el laburo, y Philip Glass ahonda un piano.

Me acomodo la espalda. Las últimas semanas la vaga como que se resiente de mi sólo leer, de mi sólo -cada tanto; cuando hay una frase- escribir. Me llevó dos días leer la Ñ: chatarra cultural prácticamente, preferí tomar cerveza, charlar con el Kelly de sus ventas, boxearlo al Sergito, visitar a Piedra Limada, oírle los discos. Dos días como dos soplidos: así de breves. Pero tuve mis buenas cinco horas de lectura, y escuché a Rivero, y me levanto a escribir, porque no me duermo. Chela Buela me mira desde la foto; me fascinan sus manos, sus dedos flacos, viejos, sarmentosos. Me sigo acomodando la espalda, aunque ya no cruja mucho que digamos: cuerpo flotante, cadáver natural, de pronto sueño: "dame tu 'djinn'".

En fin, fumo. Me pregunto por qué hay tan pocas historias que sienta que tenga que contar. Contar, por otro lado, esta quietud bien que permite serla, prolongarla. Cero angustia: suena el reloj, al fondo. Pongo más Glass, busco un cierre para este texto, me meso una vez más el pelo. Queda buscar vocabulario de Bauchau, comenzar la traducción. Goteo de melaza (Dune), sé que el agotamiento podría abrir caminos; pero corregiré la entrada -no mucho: hasta que, leyendo todo de un tirón, no cambie nada-, me acostaré en la pieza, comenzará el pensamiento. Y nada de dormir, lo sé, lo sé, y tanto.