¿Una vagancia? ¿Una indolencia? Un no soportar la presión. Un abandonarme, soldado ruso que se deja caer en la nieve para allí morir, exhausto. Mejor: un no poder.
No es, no, vagancia, ni indolencia, lo mío. Es querer estar, precisamente, entre lo mío. Es querer escribir este texto, no importa nada más. Después, sí, se verá: eso es después. Es necesitar -yo mismo conminándome- el cumplimiento de mi palabra: redactarla, desarrollarla, hacerla. Ahora es el ahora, y será mío; o no seré.
Un no poder. Un negarme, obcecado, a lo que el Otro quiere. Otro/neblina, sin rostro claro o singular: tremenda efigie. Y me rebelo. Quiero decir: me niego, me abandono: para rebelarme.
No será lo mejor. Pero saber qué es lo mejor implica, siempre, manejar duchamente la razón, ¡oh ecuánimes Ayudas! Y en momentos como éste no se aceptan consejos. Ni piadosos ni contumaces ni de ningún otro tipo. Porque todos serán de Vos, Otro desmesurado.
Así, queda escribir. ¿Para dar cuenta? No. Para respirar, para pasar en limpio un poco un par de equis.
¿Devaneo, quizás? ¿Zozobra pobre, lastimera? ¿Quiero dar pena, acaso? Escribo como cegado de ilusión, o no: como buscando mi propio aumento. Tosco y deciso, de algún modo.
Escribo siendo un bruto de la voluntad. Escribo para así poder seguir escribiendo, para así no terminar por fenecer. Un "no" que afirma, sí, y un viejo, rotoso impulso o clarividencia, que aún salvan.
¿De cosas de qué tipo he de morir? Básicamente: de entregarme, por fin, a la corriente. Eso: de, por fin, ceder. De hacer de mi conciencia un sapo: millares y millares de luciérnagas: y preferir la consunción.
Un "no" no terminal; sordo, continuo.
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