Sergio Rigazio o el esperanzado en ojotas
"kon tiki blues / (rimas pampeanas)" de Sergio Rigazio. llantodemudo. Córdoba (Argentina), 2012 |
[columna para el programa radial
Fiebre de Sábato por la noche,
Ser un fracasado es participar en un destino prácticamente universal. El fracaso consiste en una rutina de la que no saldremos: días y más días de trabajar, de cocinar y lavar los platos, de colgar la ropa, de ver televisión; a veces, también de leer. Las cosas que tenemos son de pobre, y las sopesamos con cierta especie de cariño a la vez que las observamos como queriendo que den una mejor razón o fiel de la jornada que se cierra.
Fracaso, no derrota: los fracasados cantan. Los fracasados: los excluidos de la fama y el poder, aquellos que planchan un poco los billetes antes de pagar, aquellos que tampoco creen demasiado en la divinidad del dinero: meras monedas, papelitos. Los fracasados cantan porque eligen hacerlo; porque, en medio de esta vagarosidad de objetos y personas que nada lograrán comprender por qué este desbarajuste ni hacia dónde va, los valoran en su lucir, como una bendición a nuestro costado.
Sergio Rigazio, que ha escrito varios libros ya, publicó el año pasado, acá en Córdoba, uno llamado kon tiki blues. El subtítulo comenta que son "rimas pampeanas". Lo tomé de la biblioteca, un poco al azar, un poco porque conservaba de él un buen recuerdo (como la memoria de tal o cual comida que nos satisfizo, y que nos disponemos a volver a hacer), para escribir mi primer apunte para el programa. Lo releí al filo de la medianoche y, excepto un poema, cuyo cierre no aprobé, me gustó por entero. Lo acerco ahora a esta propuesta radial para aquellos curiosos que todavía están dispuestos a comprar un libro de poesía argentina contemporánea; porque el valor de lo que ahora digo está sólo en función del libro, de mi propia lectura.
¿Por qué empecé hablando de fracaso? Uno de los poemas del libro nos cuenta cómo Sergio compra en la verdulería zapallitos, chauchas y tomates que andan caros por esos días. Digo sin más que es a Sergio a quien le suceden esas cosas que cuenta el poema: la gran mayoría de los lectores que él prefiere, estoy seguro, escupirían por sobre el hombro antes de hablar en términos de "yo lírico" y otros igualmente detestables. Alguien (me lo imagino al verdulero mismo) le dice que no conviene comprar esas verduras hasta que bajen. Sergio le da la razón, y, no obstante, se lleva un kilo y medio de eso que no conviene. El poema termina así: "camino a casa pienso / es probable que me hayan estafado / pero tal vez / con mis tres pesos / he reafirmado algo así / como la costumbre de fracasar // de algún modo he colaborado / con el prójimo / un pobre tipo al que le fue mal / en alguna parte / algún lugar // apenas un poco más al norte / de donde he ido acostumbrándome / al fracaso de todo el mundo".
El lavarropas y un pantalón que destiñe; hacer un asadito con los pantalones de un muerto, así hay ropa limpia para el lunes; destapar los desagües de la cocina; Bill Evans sonando en una casa que se percibe canoa en plena pampa; andar en colectivo con nuestra hijita al lado mientras vemos pasar las luces de la ciudad: nosotros, los fracasados, nos reconocemos en todo esto. Los fracasados: la gran masa humana de aquellos cuyo nombre apenas si quedará en la memoria del nieto, para diluirse después en un anonimato final. Los fracasados: y a veces hay solidaridad y a veces mezquindad, pero unos y otros iremos nuevamente al almacén, y pagaremos los impuestos, y ningún político ni gran empresario conocerá nuestros gustos, nuestros desvelos: personalmente.
Y está la gloria de saber que "la humanidad / se sostiene todavía / en algunas santas estupideces", estupideces llamadas afecto, abrazo, escuchar, querer. Una gloria que algunos compartimos con los sapos. De ellos dice Sergio: "no tienen la menor idea a dónde irán a parar / pero aún así cantan". Por qué no. Está en su naturaleza, modesta y total.
Así, nosotros, la carne de cañón de un capitalismo en guerra permanente que únicamente pretende su propio acrecentamiento o torbellino sin fin, nosotros, la mano de obra de "esos que amasan millones" y que "tienen la Casa Rosada" (por acordarme de la Chacarera del expediente), contamos, parece decir Sergio, con una especie de salvación no desdeñable, inmanente al mundo y al alcance de cualquiera. Como diría Tuñón: "la gloria / de cantar bajo la parra". Cantar, sí: sólo nuestra voz y las palabras bajo la noche infinita y simplemente dada.
Cantar, sí. Pero cantar con ganas. Y para que, precisamente, valga la pena. Me voy a despedir con un poema de kon tiki blues que habla justamente de eso. Todo lo demás, y muchísimas otras cosas que ni pude haber tocado en este apunte, están en el libro; están en el mundo.
lo que se te cante
cantácualquier cosa menos el himnodejate bañar en piletones imperialesque todos los castillos del misteriofueron tuyos en la oscuridadcantá las canciones de los trenesque zumban entre los campos de nochecantale a las más pobrecitas lucesde esas ventanillas amarillentas que pasancomo raspadura de estrellas enfermascantá como un enfermocomo si creyerascomo si fueras el último creyente vivo sobre la tierracantá que la tierra es una bocha de cosas que ardeny a nadie le importa.
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