22 de noviembre de 2007

De pronto se cruzaron direcciones de blogs, uno se pudo asomar a otras cosas que se hacían (siempre en paralelo, siempre en paralelo), y apareció una nueva "tarea": leer.

Y a mí, particularmente, me agarra fiaca. Porque, estando en un cýber la mayoría de las veces, con el calor inmenso de estos días, con la marcha y los chicos del lugar en sus play station y sus tiempo real, la verdad no me dan muchas ganas de quedarse largo. Aparte: cómo no preferir al impresionante Raymond Queneau, munido del diccionario petiso y gordo, un jazz a media voz, instrumental y cadencioso, y toda el agua o el jugo de la heladera, y las horas...

Uno siente medio como que compromiso ante ese súbito pulular de ocho o diez sitios nuevos. Si te invitaron y fuiste, ¿tenés que cumplir? ¿Pintó la cosa para una cooperativa de lectores/escritores? Como internet es algo que merece -¡bien merece!- ser llamado de crecimiento exponencial, ¿tenemos, encima, que trabajar para su cuerpo, para dotarlo de más medallitas y extensiones, furibunda?

La verdad, la verdad, leer era otra cosa.

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