Un poco atabacado, preparo el mate. Escucho "noséqué" (Grass) de Schönberg; en todo caso, seguro que de las composiciones tempranas. Terminé de releer Política de la inmortalidad y hojeé, desganado, la Rolling Stone de diciembre. Se me acabaron, como siempre, los puchos, y me fui a la Estación, calculando que allí estaría Ojos Enrojecidos cumpliendo su turno. Pero no: parece que renunció; parece que decidió no darse con todos los lujos y se quedó sólo con el laburo de la metalúrgica, dejando el autoservice. Me hice convidar un poquito de soda fresca (el que atendía me ofreció Coca Zero, pero me resistí, ironizando; "¡es hedionda, nadie la toma!", ratificó), y me vine fumando un Gitanes, sin silbar bajito, pensando en todo y en nada.
Es decir, pensé en varias cosas. Pensé en eso de tener, como la tengo de hace meses, la mente en blanco, apaciguada, sin demasiado discurso interior que digamos. Pensé en si iba a escribir o si, por el contrario, continuaría con la lectura. Me acordaba de los muchos testimonios de poetas y escritores en general, ese estar como que urgidos a "tomar la pluma" (¡tomá!), ese bullir de temas y palabras, ese estado cuyo último grado es el éxtasis dionisíaco, esa "creatividad"... Y yo no andaba con nada de eso; y me preguntaba si no es que los poetas embellecen a veces el asunto, para cautivar a los legos, para seducir, o incluso si lo hacen más bien de memoria, un poco como un discursito automatizado, o porque se comieron el verso. En todo caso, yo pensaba como todavía factible el seguir leyendo; esto es, seguir buscando, seguir buceando. Como que la escritura era optativa, en ese momento, y, por lo tanto, innecesaria, descalificable.
Todas esas cosas pensaba, y más. Pensaba en la lectura todavía fresca de Groys. Pensaba si me asaltarían (pero sin temor; barajando más bien una posibilidad, un imprevisto que, qué raro, calculaba). Pensaba en si me ladrarían los tres perros de Casa Rocío, pensaba en la rama que, de ida, casi me arranca un ojo, pensaba en todo y en nada, en fin y como dije más arriba.
(Un pensamiento casi sin palabras; como consideraciones súbitas; sopesando a qué se estará refiriendo Groys con retomar la postura fenomenológica, y qué sería andar todo el tiempo entre paréntesis; si eso era posible, y si eso es lo que proponen Husserl y Groys; dándome cuenta de que no: de que se trata de una mirada determinada para algunos asuntos nada más, y porque el adoptarla redunda en beneficios, esto es, en avanzar en ciertos terrenos, y no en todo, como me tentaba colegir. Un pensamiento tranquilo, que iba considerando un poco al tuntún diversos aspectos de algunos temas, preguntas rápidas y claras que a veces desechaba porque, en el fondo, no eran de mi incumbencia; quiero decir, cuya respuesta digamos que no hace a mis intereses más estables. Y todo eso: fugazmente, al pasar, volviendo de una Estación/oasis para el insomne o para taxistas nocturnos.)
Fumo. Preparo el primer mate. ¿Qué estoy escuchando? Die Jakobsleiter. Me acuerdo de la frialdad del concierto para piano del mismo compositor (¿tendrá más de uno?): esta música para orquesta y voces solistas suena más amigable, mucho más emotiva. Subo apenas el volumen, escucho. Tengo, como por lo general las he tenido todas estas noches de calor agobiante, puertas y ventanas completamente abiertas. Y tengo bastantes problemas ya con mi vecino como para subir el volumen demasiado: me ha cargado la bronca por poner música fuerte de noche, y se desquita con a veces hasta 12 horas seguidas de La Mona y La Banda de Carlitos a todo volumen (y doy cuenta, yo y toda la cuadra además, de que tiene un equipo más que respetable). Ya nos hemos quitado el saludo. Me pregunto por su mente, me pregunto por qué siente, exactamente, al escucharme un Schönberg; no intento responder.
¿Pero qué siento yo? Desde que me proveo en Música del siglo XX (o como ahí se afirma: "el resto es ruido"), me he empezado a formular dicha pregunta con cierta frecuencia. La propuesta netamente vanguardista termina siendo previsible, eso es claro: así como por siglos Occidente previó y apreció la tonalidad, bien que complejizándola y enriqueciéndola gradualmente, así el que escucha más o menos seguido lo producido por la música clásica del siglo XX termina viendo venir y hasta apreciando sus sonoridades, sus armonías, incluso sus ruidos (más o menos organizados): también lo nuevo se termina por ser previsible. Pero no me termino de convencer de que tal reflexión responda a mi pregunta: porque todavía hay estilos, búsquedas, temas, que son característicos de cada compositor que volvemos a escuchar, y porque no todo da igual.
Quizás una actitud fenomenológica a la hora de describir lo que siento al escuchar lo del siglo XX (y ya del XXI) pudiera satisfacer dicha pregunta. Pero al toque desestimo tal cosa, como si fuera un paso en falso, sobre todo por esa frasecita, "actitud fenomenológica": para lo que yo sé y pienso, la misma no puede pasar de una simple metáfora o pose. De todos modos, Otolio me dejó pensando con un comentario que hizo a mi entrada anterior: ¿no será que yo me obligo a que me guste la música clásica contemporánea?; ¿no será que ésta, o la mayor parte de ella, es, la verdad, insoportable, y que yo tendría un como snobismo de que tiene que gustarme sí o sí, o de que llegaré a ser realmente culto y refinado si la oigo sin objetar ni un pero, ni un fastidio?
No sé qué responder. Por lo pronto, se me ocurre decir que la mía no es una escucha improvisada ni de data reciente. Comento también algo que de algún modo se relaciona con lo de Genette que mencionaba ayer: cuando una música me fastidia, apago el equipo, la desecho. Y, claro, puede ser cualquier tipo de música; y puede pasar, además, que la misma música de ganas, en diferentes momentos, de ponerla diez veces seguidas o de extirpar del disco duro el archivo. Más allá de lo cual, hago una pausa y trato de escucharme a mí mismo: ¿me resulta desagradable lo que está sonando ahora? Y tengo que decir que no. Acompaña. Está ahí. Ondula. Tiene su belleza.
Valga aclarar que lo de Genette hay que complementarlo con el asunto, ineludible, de la experiencia previa, del pasado propio, la biografía de cada uno: escucho Schönberg porque escuché, y mucho, Berg a los 14 ó 15 años, y porque en ese entonces me compró, no hay otro verbo, su concierto de violín interpretado por Gidon Kremer (a quien consideraba, y considero también hoy, un violinista poderosísimo), esto es, porque me hizo sentir algo profundo. Escucho Schönberg porque he escuchado música clásica toda mi vida (bah: desde los ocho años), y aparte porque me da curiosidad la historia de su desarrollo: sus búsquedas, sus sucesivas opciones.
Fumo, tomo mate. Un violín solista se interna en las alturas de la cuerda de mi. Lo releva luego una soprano, que canta una melodía como que gótica, fantasmagórica (el gótico de las películas, quiero decir). Afuera comienza muy de a poco a llegar la luz, y algún que otro gorrión canta, a lo lejos. Quizá tenga razón Artaud, y la emoción pueda también generarse de afuera adentro, provocándola, en un movimiento que iría de los gestos y movimientos externos del cuerpo hacia el alma; quizás escribir sea a veces una rutina o ejercicio, o comience como tal, y poco a poco vaya uno apasionándose, enfiestándose, alcanzando el tan ponderado estado de "creatividad", sin que éste haya estado desde un primer momento. Y quizá tenga razón Girri, cuando dice que (gloso) en el texto final, el del lector (incluyendo al autor), no está tan claro qué fue hijo de la inspiración y qué meditado, planificado, pensado.
Siempre es un deleite asistir a tus divagaciones nocturnas tan bien descriptas en esta bitácora.
ResponderBorrarCon respecto al camino a emprender por el autor para escribir, yo diría que los dos senderos pueden darse indistintamente: desde adentro hacia afuera y desde afuera hacia adentro.
Seguramente, la trayectoria ideal, la más romántica es la primera -el tan loado pájaro azul- pero dudo que las explosiones de "creatividad" sean tan frecuentes como para que un escritor pueda vivir pura y exclusivamente de
ellas.
¡Saludos!
En realidad, esa cuestión en particular nace de charlas, hace muchos años, con un aprendiz de actor. Me decía de esas dos técnicas (de afuera adentro, de adentro afuera) como de tendencias representadas, entre otros, por Artaud para la primera, por Stanislawski para la segunda.
ResponderBorrarGran beso.