1 de diciembre de 2011

Un julepín más, y van...

Todavía no sé qué me pasó, de nuevo, hoy. Sé que mi rostro anduvo en éxtasis, en orgasmo, por dos o tres horas más o menos. Sé que hubo un golpe, y que entonces temí la euforia, y entonces respiré, comencé de nuevo a respirar, a luchar contra esa especie de extrema voluptuosidad extenuada. Sé que me impuse descansar, y que no conseguía dormirme, y que las voces en mi cabeza se sucedían, cada tanto: esporádicas, casuales y desconocidas -a veces perturbadoras- siempre. Sé que finalmente me relajé; pero mi cuerpo un poco todavía se cuece en ese infierno. 

Escucho obras de cámara de un tal George Enescu, interpretadas por la ya clásica Kremerata Baltica. Tomo de un porongo que me regalaron hace muy poco (fue el lunes, allá por Quintas de Argüello, creo: todo un periplo en el N). Fumo un Gitanes. Bastante atabacadito estoy: otra señal, la de fumar de más, de que las cosas no marchan del todo bien. 

Pero digo las cosas del párrafo anterior y, la verdad, no digo mucho que digamos. Y casi que tampoco aportaría mucho que digamos con ponerme a repetir la ya manida -por enojosa, y por ya vaciada de sentido- leccioncita de mi psiquiatra actual: eso de que la bipolaridad o trastorno de los estados del ánimo, eso de que la violenta oscilación posible, o eso -que es a lo que más temo- de que quizá se dé después una nueva, asquerosa depresión. 

Muy poco, la verdad, se dice al decir tales cosas. Se dice, en cambio, mucho más al escribir. Pensaba, por ejemplo, en la "estasis", eso de que habla Harold Bloom en La angustia de las influencias: eso de estar como que a tope entre el adentro y el afuera; en equilibrio. Pensaba que la verdadera escritura se da en cierto momento en que algo (que no sabemos por el momento qué es) falta, urge, presiona: el desequilibrio, justamente, de lo de adentro, que pasa a necesitar, a carecer de algo que tendría que estar allá afuera, si nos ponemos en optimistas. Pero pensaba estas dos o tres pavadas, y dejaba de pensarlas: debilidad o flojera de alma. 

Porque la mente, en casos como el mío, al verse arredrada por ESE malestar, se pone a pergeñar, digamos que bastante desesperaditamente, soluciones, explicaciones, consuelos, vagas estrategias para poder así creer que zafará más rápido, más fácilmente; que está zafando ya. Anhela por sobre todo volver a la normalidad, esto es, a lo conocido o, mejor dicho, a lo acostumbrado, a lo habitual. 

Fumo. Escucho este Octet, op. 7 del tal Enescu. Leí un poco de la Ciudad Equis de este mes, para tener una lectura ligerita al menos, nada exigente, de "actualidades del mundo de la cultura local"; le decía a La Mejoradora De Mates, por celu, que qué bueno sería tener acá en casa dos o tres de esas Cimoc que ella tiene dispuestas en el revistero, dos o tres Manara -buenas minas-. Venía de leer Valéry tempranito a la mañana cuando empezó a darse esa como que demasía, esa sobreexcitabilidad capciosa, ese sensualismo que se abandonaba lujurioso al estímulo y que, por eso, me volvía demasiado vulnerable, demasiado expuesto a lo que fuere. Una buena historieta, pensé al comprender que tenía que descansar, algo bien pasatista, bien liviano, bien fácilmente decodificable, eso hubiera sido lo ideal. 

Tomo mates (Cruz de Malta amiga; perdóneme, Romance). Ventanas y puertas 'soigneusement' clausuradas, postigos bien cerrados: hacer un ámbito para el reposo sosegador. Eso: un buen Spa Seguí para mí mismo: el oasis vital para no entregarme tan así al frenesí casi que de órdago del Facebook que me tocaba imaginar, la firme voluntad de no querer tan así resbalar por entre los lascivísimos estímulos sensoriales de la información líquida, volátil, en que se me habían convertido las redes, lo que poronga fuera. Un cachitín aunque más no fuere de sabiduría, de autoconciencia al menos para decir: "basta. por hoy / el saco cuelgo."

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