Colapso o cuerpo, desmesurada la torsión: rizo en el Ser, esporas amaneradas garfio. Limo tus mañas, adobo con unción, ducho látigo, los aljamiados dinteles. Cruje como desde arriba el morbo, morbo casi que ni salaz, chancro descuartizado de todo neceser en andas. Ujier para medir a bandas, y para que ejerza entre actos, rapto de la corsorte o sirte, recolección de estatuillas del siglo IV, miniados manuscritos de la alcancía, fuelles de esos que espetan imaginarios, dichoso tu meollo, calígine sincera, miríadas de esputos y venablos piel o sal, consigna arisca el dromedario en cueros. Corrupto el estropicio, desguaces de ocasión y Mirabeau entre cuerdas; glicina atemperada, lícito pespunte y lija de un adiós definitivo a nuestros cólicos fatales: tales, los caduceos de aguaitar. Solícita la carroña o picaflor de estero, mandobles o medallas el escaparate actual, por más que tu arroz, incruento como rodado del veinticuatro mil o menarca desleída, se deshiciera, se persignara entre los sardónicos impulsos de aquella la tu riña, de aquella la tu disputa: loca, loca. Fumo como el colapso, cartas tu malinconía pura, cortesana la conducta del arriero. Carranza la matanza como fintas urbes o de la estulta calleja en ripio. Callada caminó: como Corinto apalabrada entre las señaladas sogas del desunir. Ardido como el Arte de las sensaciones calmas, perrito de Pavlov o fulcro del Arístides campesino. Porque tus salidas menguan.
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