Basta. Que el clonazepam lo tome otro. Seguir dopado, no. El entumecimiento muscular, el quedar encorvado cual jubiladito que tiene que llegar aún a la próxima esquina son cosas que tendré que pasar a deseárselas a mi psiquiatra, o a su abuela, si es que todavía es de ser. Es insoportable no poder articular bien las consonantes las primeras dos horas de despierto, es insoportable llevarse por delante bibliotecas y demás objetos grandes, es insoportable dormir tanto tan agotadoramente ya. Decidido: me arriesgo. Y mando a la esperemos que nunca bien ponderada salud mental a la real puta madre que los parió a todos juntos.
(Sí, sí, Mejoradora: mañana hablo con la doc. La vaga debía estar muy ocupada comiendo su fastuoso asado 9 de Julio, o locro, 5 platos lo menos --con lo que me luquea la sesión...--, las dos veces que le hablé; digo, quise chequear con ella el asunto, pero "no responde al estímulo". Sí, sí, Mejoradora: mañana confirmo con ella --o en todo caso en el turno del jueves-- "la suspensión temporaria del servicio"; pero es que no doy más, entendeme...)
Dicho lo cual, fumo de mi Imparciales. The Ivo Perelman Quartet hace de las suyas, auriculares mediante (dormís dulce, temblequeadamente). Observo a Lagarto descansar en su cucha: capaz que te lo saco a mear dentro de un rato: si logro dar forma a esto que me he puesto a escribir; y si no, también. Fumo de mi Imparciales y tomo el consabido mate; y hace frío.
¿Por qué cortar con el 1 mg de clonazepam que me estoy mandando de a dos pastillas de 0,5 por día, de hace dos semanas ya? Sencillamente, porque las muy hijas de puta me tienen muy pelotudo idiota mal. Ya cumplieron su función: bajarme los decibeles, dulcificarme. Ya está, sí; pero la cosa se fue de mambo. Me duele todo el cuerpo, despierto físicamente exhausto, me duelen todos los músculos todos y, a cada despertar, me lleva de dos a tres horas desentumecerme. Tengo todo el derecho a no padecer tantas y tan "enojosas" (¡tomá!) consecuencias secundarias indeseables; y llevo 20 años de pastillas como para que no saber que esta vuelta no se tiene, ni mucho menos, por qué ir todo a la mierda. (No tema, Mejoradora, no tema; o, si me nota rarito, raje para el depto, olvídeme por unos días, don't preocupe it...)
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Tengo grandes planes: leer. Hoy agarré el violín y estuve haciendo un poco de liso (punta, medio, talón), viendo qué tal anda el movimiento de falanges. El sonido no salió del todo asqueroso (a no ser el talón, la verdad que bastante desmañado incontrolable mal). Toco con tres cuerdas, lo cual, admitámoslo, es una especie de contrasentido. No sufrí. Repito: no sufrí. Quizá tocar violín haya pasado a ser una cosa posible para mí: una más, entre algunas otras pocas.
Tengo frío. No estoy calzado. Mis pies reposan sobre la alfombra causante del golpe que se ligó Lagarto: ¡y cuán salvajemente, hélas, me ha sido facturado el desafortunado percance de "la criatura"! Miro la foto de la abuela, que se cae. El farolito naranja está apagado. Quizá lo prenda y lea: tengo grandes planes. Otro sería ganar guita; pero a tal pergeñe medio que todavía no lo entiendo. Me acuerdo de Mara y me pregunto qué será de su vida. Mara la petulante, Mara la Nereida, Mara la desinhibida. Tomo mate y me dispongo a verlainear. O no: leeré Actualidad del anarquismo y le seguiré criticando los argumentos sin ningún tipo de pruritos. La cosa es que no tengo ni aca de sueño (dos o tres siestas por la tarde), y el frío invita a leer.
(Poné, Mejoradora, que "Me gusta"; sé piadosa con estos palotes busca-clic para el lucre qué-lindo-sería-un-primer-millón-de-un-saque. Me acomodo la espalda: mañana iremos a por ese caloventor que tanto estás deseando. Mañana madrugaremos e intentaremos no chocar. Para mañana quedan las chuletas de cerdo que ninguno de los dos se comió hace un rato, por más que ya se hubieran descongelado, porque los dos clavamos sueño, y porque, en el fondo, a ninguno de los dos nos hicieron falta perdices esta vuelta. Mañana quizá nos bañemos de nuevo juntos: y seguiremos pergeñando La Babía y su forma; y habrá solcito.)
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