24 de septiembre de 2007

Me afeité mal, anoche. "Como el sol...": qué tonta sensación de felicidad austera me da afeitarme. Pero me había crecido un poco, y me concentré en la barbilla y el bigote, que es en donde más me crece esta miseria de barba que tengo. Y las mejillas quedaron medio medio, con un pelito por aquí, otro por allá. En fin, apenas llegue a casa, repaso.

Estoy en un cýber del centro, y alrededor las máquinas se han ido poblando, una para cada persona, lentamente. A las compus en los cýbers se les dice "máquinas". Y la subsiguiente complicación: de tanto entrar a los mismos, cuando vas a una telefónica dudás, y a veces se te escapa, "una máquina, digo, una cabina", y la chica -tiene que ser una chica- sonríe. "A todo el mundo le está pasando", comenta, contenta.

Así que salí, hace diez o quince minutos, de un cýber, para fumar, y para pensar si escribía algo aquí o no, y ahí al toque me metí en este otro. Que es menos formal que el anterior, que es la habitación de atrás de un quiosco -bastante bien instalado, por lo demás-, y en el que siento el perfume de una chica que, dos máquinas más allá, está charlando por messenger o skype.

Porque la chica tiene una cita. Está arreglando algo. Escucha. Contesta con voz grave, arrastrada. No digo que esté cachonda, pero tienen cierto chicle las entonaciones, los diversos volúmenes de voz. Una pregunta se susurra, otra exclamación se apiada, y sigue la cosa. Telefonía redil.

Lo mío es más modesto. No le escribo a nadie en particular, y sólo me preocupa, ahora, decidir si voy a pulir este escrito o no. Porque una relación, vía cara a cara, vía redil, algo grave, pausado, nuevo, que está aconteciendo a mi lado y que termina con un hermoso "chau chau", es algo que me asombra y me pone bien, y tengo ganas de decirle, como la de la telefónica: "nos pasa a todos".

1 comentario:

Micrófono abierto a las voces del alma de turno.