27 de septiembre de 2007

Tomo mates amargos. El monitor de esta compu tiene los colores virados, pero -todavía- no me hace picar los ojos. Me desperté hace poco, y aún -tres de la tarde- no comí. Necesito cigarrillos, un mate, revisar el correo, ver si hay gente on-line. Todas, actividades mecánicas que cumplo como un tonto ritual, un ritual que, a excepción del mate, no me alimenta.

Me siento lento. Para moverme a paso de viejo que se ha tomado de más algunas pastillas la noche anterior, y no sé da cuenta de dónde sale esa pesadez, ese sopor. Lo atribuye al clima, al calorcito agradable pero adormecedor que va trayendo la primavera, y me acuerdo del chiste de Mafalda: "por suerte, he llegado a la primavera".

El mate está delicioso. A través de la ventana de la biblioteca, veo el ciprés, que, a medida que continúe el buen tiempo, se irá adornando de esas florecitas celestes -que tienen nombre-, de una enredadera que nace del pie, que sube un par de metros, que separa algunos tallos -no por elegidos- que dejan así, colgando, sus perendengues celestes.

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(Agradezco a la "troesma" la ampliación de mi vocabulario.)

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