16 de abril de 2008

Yo tuve la mejor flor; la mejor, de la planta más dulce.

El cýber, pasadas las ocho. Aromas a cagada estacionada, a sudor, a chicos; chicos que hablan a otros que están en la misma sala, pero cuyas miradas no se apartan de su correspondiente pantalla de combate. Silla de plástico cuyo respaldo cede, tirado yo hacia atrás, digitando. Uno a mi lado chatea, lúgubremente reclinado su torso hacia el teclado, y quiebra su cuello, irguiéndolo: se lamen.

Me cruzo de piernas. Enamorado de mi propio discurso amoroso, a veces escribo, a veces siento. No es que reincida, no: abundo, elaboro más detalles imaginarios, ensueño verbal y conciso. De lo que ya no se puede hablar, y a nadie: del vuelco del corazón cada vez (cada vez) que mis ojos tropiezan, por las calles, con cierto flequillo, con cierta caída del pelo, y nunca es ella. Y esos vuelcos son realmente del corazón, en el corazón: porque sucumbe, porque se tumba, y me livido (divido), tibieza, y caigo. De lo que no dan cuenta las palabras: de la sensación, de la alucinación, del ramalazo. Gratísimo, indeseable, y siempre auténtico.

Y nada me separa de su nombre. Preciso conjuro, inútil y satisfactorio: nada a los oídos de los otros, de cada circunstante al que (le) relato Ella (e, incluso, equis: no existe lo compartido, lo trasmisible), y turbulencia continua y temible (dulce rayo en la pereza) que ocurre en mí: los oídos, cuando tiemblan, cuando llega la evocación, para volver a irse.

Ya lo he dicho: en la Mujer ves a la mujer, y nadie más puede ver a ésta última en mi uso de esa palabra (la última, necesariamente).

Así, mejor no. Sólo describir lo que me rodea, sólo describir mis propias palabras, sus ocurrencias. Pedro Kuy, en ese sentido, también sabe anotar. Hay un poema de Rafael Felipe Oteriño sobre la llegada del frío, y asistir a eso, inevitable y real, y, sobre todo, dado, es el único centro que es cierto preferir (pero se llega). Y el comentario sobre los que esperan algo (más) de (sólo) eso, que sucede y en lo que sucedemos, tantas veces desajustados, pobres.

5 comentarios:

  1. la mejor flor es de pedro juan, loko!

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  2. San Pedro Juan, puerto en las Antillas Nordestinas. Poblaciòn: nula; por estacionaria. Barquichuelos de sombras chinescas allì desfondan sus pareceres. Apto para sumamente hambrientos.

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  3. Qué manantial, hermano, y yo acá, solo, sentado en este cyber, con mi pobre boca seca de sueños y palabras. Tamarit! Qué es esa loca lengua de sustancia que lame la palabra que te brota? Ay, a mí me sucede tanto eso, perderme en una nuca, en un flequillo, como vos decís! Y estoy en un cubículo tecleando, buscando el corazón de lo que pasa, y no. No. Qué lástima estar tan lejos en el espacio; ahora, se me ocurre, sería agradable encontrarnos y tomarnos unos vinos tintos o cerveza. Después, crecida ya la noche, podríamos salir al aire a conjurar gusanos, a mear en las puertas de las casas, a decirles piropos a las putas viejas que están en las esquinas, esperándonos.
    Quién sabe.

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  4. Alguno de los de Hidulya escribió de (pensó en) los que no escriben, Pedro. De los que viven sin detenerse en las palabras, de los que hablan las palabras para las cosas. (Pienso a partir de ese texto.)

    Abrazos.

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Micrófono abierto a las voces del alma de turno.