29 de octubre de 2008

Esfinge que traduce

Adivinaciones, y el futuro. Miro sencillos que colapsan como el esternón cuadrado, me desfiguro suavemente en pos de la marioneta de un decir, escrupulosamente ausculto tareas incandescentes y que se agitan en desliz, pesadilla mantenida como una candela que, extinta ya, recoge del río un doblón de muertos.

Vocifero letárgico el atuendo de una rosa mosqueta que desanuda su chancro contumaz, me colaciono como estafetita dentro de su escarpín oxidado y pulcro, me inmiscuyo con las fuentes del saber oximorónico de lo padecido y, mala garza del volar, vislumbro una salida al arrecife de amores que, como medallones escandidos por mor de la ventanita del asco, fueron llagas: y la sal.

Mis rodillas adolecen de un tumefacto de la siembra (flor de imagen), mi posapapeles se estaciona contra la lisérgica actuación o bulón desguarnecido en andas, monemas monerizados como los crisantemos que, dije, tenían ese típico ojal o escuerzo que los memos anuncian. Beelzebub, imaginario y vomitado, ídolo ventrudo y apaciguador, el Buda de los mil finales cada día, resúmenes al recostarse.

Cuando lo milagroseado o piedritas que lamí, cariátides de ocasión que el fulcro impide, se perdieron como otro Hansel y Gretel que magnifica las máquinas deseantes o P. C. que se desvencijó, salté fugaz, como un perro y su helicóptero. Cuando esto confecciono, las niñerías galanas de todo lo que medité entre pastillas muerde como algo más lo real. Cuando me acomodo la espalda, che, me siento transitoriamente mejor.

Así la garza. Así la grulla, y su desquite. Arpías idiotizadas por el escalpelo de un goce, mi muñón de todo lo perdí se resiente. Mojigatos, paso crucial, escampan. Tarea de dromedarios cerrar la muralla.

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