12 de julio de 2010

Ida la Juana, Julio se las toma

Zodíaco de la desmesura, el reverbero azul de un día sin disgustos oreaba a nuestros mentores. Temprano había brotado la alforja trinitaria, y nuestro descoyuntar se entregaba a los arrechuchos del frontón. Liza en demanda, aletargar de la morsa en ascuas, la Juana se indispuso con toda socarronería. La auxiliamos entre avemarías y gruñidos propios de un príncipe feliz, pero la mejorana de su pelo despepitaba peñascos duros de sortear. Julio tomaba mate impertérrito, dueño como era de la fontana alrededor. No es que lo requiriésemos, pero su muñón del óxido entorpecía el simulacro.

Más allá de la tonsura, y por entre innumerables acaeceres del goteo ínsito, la Juana crepó: tal como Kremer pena, zapato de las alcancías, tal se rindió la guasita, tetona como siempre, salaz, a una muerte desmemoriada y teucra. Su cuerpo inane animaba fiestitas de percal, y de la siega del empréstito forzoso no nos quedaba más que traducir del copto la nómina de sus hematomas dulces.

El primero que escupió al pecho del cadáver fue su padre. "Cómo que la quería", decía, enrevesado, y "pedazo de la aldaba que se escurre". "Hélas!", se repetía, leído. Apenas lo mascullaba, diligente y contuso, pero la procesión, daguerrotipo vencido, era el yogur de los gordos, que al toque la gallearon de un modo irreprochable, contritos, simulando.

Julio seguía sin levantarse del pedernal del hartazgo -la caries rancia y la tostada destrozaban su único ojo-. Arrastramos la estación más allá de sus límites de esdrújulo, en vano. También quisimos entonar salideras bancarias, pero él, indiferente, compuso la cantata del silencio. Desjarretaba el aplauso, columpiaba la más mínima reprimenda.

Y nos echó al olvido. Trepó a la cuesta de Retomadiestra, montó el albino, partió. Periplos de coyuntura adrede: nosotros, los mojigatos y los cuarteronas, los indiscretos y las atrevidas, no dimos en alcanzarle. Allá se fueron nuestros tres cuartos de doblón. Campana y descreimiento, la plaza de los sin nombre.

(Porque hay un trance inmune a la falacia. Mishiadura de toda exposición.)

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