Humea el cigarrillo. Tengo los pies congelados ("chan-cle-tas"), y el mate, falto ya de sabor, medio como que se enfría. Tengo a Felisa en la falda: acaba de subírseme. Siento sus patitas heladas a través del vaquero: circulitos de frío, que poco a poco van alcanzando cierta temperatura igual a la adyacente, y luego superior. Desde el equipito, una orquesta ejecuta Lepo Sumera. Distingo sólo cuerdas, ignoro el título de la composición. Me sorprende el carácter de esta música. Quiero decir: doy en pensar que siempre será posible inventar algo más, componer más cosas distintas. Algo reconocible, con sello, si te tomás el tiempo suficiente como para asimilarlo, de un modo u otro.
Termina la composición y empieza otra, con percusión esta vez. Felisa hace caso omiso a que suene Lepo Sumera o, pongamos, La Banda De Carlitos: ella seguirá en lo suyo, buscando lo que le conviene, malhumorando, respirando. Somos nosotros los que continuamos adiestrándonos, somos nosotros los que pensamos y soñamos, los que queremos decir. Vida del ocio, vida de la peregrinación a través de las inagotables culturas, algo se logra: no un vacío mayor (chau depresión, ahora), sino cierta mirada; más solitarios, más distantes, y las palabras, que, cuando son dichas en serio, salen lentas, espesas.
Así que nos pasamos a un carnavalesco reír, a la ingesta, a la bebienda, a dormir, a enloquecer suavemente. Me lo encuentro a Piedra Limada yendo para El Tigre, y cada uno compra lo suyo. Bromeamos -pero que no nos sienta- sobre lo buena que está la flequilluda, quien, indiferente como siempre, cobra y da el vuelto, y nos vamos para el galpón. Allí escucho algunos tangos, y el viejo me habla de lo último del Tour de France, y de que probablemente lo haya picado una araña en el pie mientras dormía: tiene una ampolla, pero no me la muestra porque qué frío que está haciendo.
Y parto a seguir gastando plata, y voy a la farmacia a por mis lithiun 300, y la farmacéutica me dice, como siempre, cositas como "amor", y "bicho", y "cariño" y nunca pasaremos de ahí, qué lamentable, porque está para el crimen, y la dejo y me voy al frente a verlo al Doc, que me hace recetas a lo loco y me revisa la garganta y pulmones: ibuprofeno, Pablo, y aflojale un poco al pucho. Pero lo mejor es cuando, de vuelta, paso por la verdulería, y ahí está la gordita, que tanto me gusta, simpaticona y feliz, y nos sonreímos y nos tiramos frasecitas cumplidas, un hasta pronto, un nos vemos.
Y sólo cuando estoy en casa se plantea el problema de la escritura, de escribir qué, si Lepo Sumera está trazando lentamente el retrato de una región no demasiado ominosa pero sí con fallas, de ahondamiento del espíritu y las pelotas de Mahoma, y amo esa música, y amo también el que a Felisa no le vaya ni le venga.
"Esquizofrenia cultural", me digo. Pero rechazo al toque esa teorización en ciernes, porque sé que esas dos palabritas nada harán, nada lograrán, nada traerán más que lo ya conocido. Suenan muy lindo, pero son algo que no es.
Subo el volumen. Fumo. Escalita descendente muy vertiginosa. Ostinato del piano, la mano derecha tira las escalitas, y hay un enjambre de cuerdas cada tanto, y súbitas, breves caídas en el silencio, en interrumpciones de lo sonoro. Sólo eso decir.
Es exactamente vivir en presente, amando el presente, boquiabierto ante el presente. Por eso el cigarrillo, por eso el mate. Me dicen que comience con la novela. No me llama para nada. Sólo anotar.
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Micrófono abierto a las voces del alma de turno.