Ésta es la fiesta. La de la sala con la luz apagada. La de los cuerpos jóvenes, eróticos, exultantes. Ésta es la fiesta con el volumen al mango, y se fundió el equipo. La del cuarteto, la del reggaeton, la de más cuarteto. La de los chicos homosexualizándose en una risa magnífica, sentimiento de una: todo de plexo. La de las pocas chicas (hoy: porque hay baile). Vino con Pritty, fernet con Coca, y la cerveza. Y una piña colada.
Somos nosotros dos los que trajimos Quilmes. Al frente no gusta tanto. ¿Porque no pega? Dos torsos desnudos, el cuero cabelludo sudado, no paran desde hace cuatro horas. Yo me levanto de la silla y de a ratos bailo, y me transpiro, y encuentro el swing, sobre todo con el reggaeton, que me acaba de comprar. Ya sale la cadencia, el paso, y me re cago de risa, y amaré por siempre el presente continuo. Los chicos se gritan en medio del barullo, capotean a uno (era cumpleaños), la vecina baila manos arriba, sonriendo y mirándome, le respondo, cuatro metros mediante. Sonriendo yo también.
Gerardo se sorprende de eso: no hay homosexualidad latente, hay un tremendo machismo, un whitmanismo. (La amistad en para siempre en danza.) Palmaditas en el culo, abrazos hasta casi el beso, filmaciones de ocho minutos, riendo hasta la lágrima, y poses y poses y más poses: los cuerpos en la música, que es Pritty. En ese desconcierto todos están sentados de repente, se hablan a gritos. Tomo mi Quilmes, tomo mi fernet, y paso y va.
Cuerpos que saben moverse porque no piensan en moverse. Saltos, contorsiones, veinte mil pasitos. El viento-en-popa de nada que ocultar. Y entre ellos, yo, vecino viejo y panzón, y mi amigo, más viejo aún. Y pinta irnos, al cabo, nada de mala onda, todo bien nº 1.
Y parte uno que entra a trabajar en una hora, y la dueña de casa no quiere terminar de acostarse, por más que entre a las nueve. (Laburar domingos.) Ésta es la fiesta de la alegría permanente, y la de la marea de cuerpos que se estremecen sin torsión, sin quiste, sin alcancía.
Tomo mi mate de escuchar cómo, al frente, sigue el mambo. Más atenuado, ahora, pero porque la segunda mina, la mamasa culito de aquéllos, ya se fue, hace rato, en moto, con su hijo de seis años, dormido pumba bien. La calle todavía no despierta, se oye un tiro, estoy en medias. Discos desordenados acá, y allá fue mi equipito, sin garantías de que no lo fundan también.
Gerardo que, cansado, me lee alguito de poetas coreanos traducidos por un profe del Perú, y le gusta, por más que ande con el pecho oprimido. Andaba bajoneado pero al frente se le olvidó. Yo lo dejo partir, porque quiere llegar; no estar en su casa, sino llegar a ella. ¿Recalar? Me cruzo y pido un par de puchos. Ya la fiesta se aplastó. Dos desparramados (no hubo vómito), uno en la consola, y el que convida. O sea: el que cumplía años, reflexivo y con cara de cowboy.
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