20 de junio de 2007

Otra cerveceada, casual, esta vez. Salgo de clases, y me encuentro con un amigo, poeta como yo -según decimos-, y decidimos ir a tomar una cerveza barata. No por la marca, sino por el lugar. En el camino, nos encontramos con mi profe de inglés y buen amigo, y ya somos tres para ver pasar chicas y beber.
Las cuales chicas, esplendorosas y bien abrigadas, van luciendo sus piernas y culo -de ida- o sus rostros increíbles -viniendo-, y no me deja de asombrar su variedad y hermosura. Cansa verlas, de tan bellas que son, todas, cada una.
Conversamos y vemos libros, y descorchamos -destapamos- y brindamos, y va pasando una hora, otra. Mi profe es de EEUU y se defiende muy bien con el castellano; sorprendentemente bien. Él mismo confiesa que los yanquis se miran el pupo y no saben nada de lo que sucede más allá de su país. Viven mentidos, y él lo dice por experiencia propia.
Leo un viejo poema de Lamborghini para los demás, y nos ponemos a pensar sobre si su fuerza poética viene dada exclusivamente por sus verdades morales, o si esa poesía tiene algo más que el impacto de su contenido. Mi amigo poeta prefiere a Gelman, pero para mí son tan distintos que no hay punto de comparación.
En fin, llega la hora de partir. El frío cala los huesos. Me espera la audición de un disco de Spinetta, agenciado horas antes, y dormir.

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