13 de junio de 2007

Un dolor de panza al tomar mates amargos, y nada más, después de haberse desayunado con un valnar y dos lithiun. No me atrae comer pancitos con dulce o cosas así. Desayuno gaucho, y a aguantarse.
Acaban de correrse las nubes que velaban el sol. Se acerca el mediodía, ladra un perro, y me duele la panza. Me rasco la rodilla, pienso si tomaré otro mate, escribo. Pequeñas cosas anotadas, que no pretenden hacer un mundo, sino estar, por aparecer, digamos. Como una hilera de hormigas más.
Ayer encontré uno de los poemas de Antonio Machado que me gustan. Lo releí, lo dejé estar en la conciencia, lo olvidé, y ahora miro el libro, que está acá nomás, y lo vuelvo a recordar. Un poema muy corto, que dice más o menos que lo peor de la caducidad de nuestra condición es que luego quizá toda nuestra vida, nuestras pasiones, todo lo que nos hizo, quede en nada. Está escrito con signos de interrogación, pero podrían haber sido de exclamación, de azorada exclamación.
Me pregunto cuántas pastillas habré tomado en mi vida. Hubo épocas en que tomaba 13. Mal signo. Ahora tomo 9: mejoró la cosa.
El mate se va enfriando: por escribir, lo abandono.

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