14 de junio de 2007

Aletargado, difuso, tomé un buen café en taza cabedora, dulce. Como para espabilarme. El día, un poquito largo, terminará con mi regreso a las once de la noche. Total, un turno con mi psiquiatra y luego mis nuevas clases, como para sentirme contento. Ha llovido un poco, acá en Córdoba, y voy a tener que salir con campera, cosa que no me gusta. Todavía no se ha modificado ese asunto de que estemos a merced del tiempo, del clima, de cómo se presente o pinte el arriba.
Las losas, torpes, que sirven de borde al jardincito de la pared norte, están mojadas. Las veo a través de la ventana de la biblioteca, y veo un limonero, de pequeños limones sutiles, y veo aparte un ciprés, más allá, donde, del otro lado, está mi colección de cactus a la intemperie. No los riego, los dejo crecer a como vengan, y ellos afuera y yo adentro, compartimos un mismo lugar. Del lado más favorable, tenía que estar. Aunque, esos cactus que crecen en el interior de las casas, sobrealimentados y sobrecobijados, deformes, no van.
Se va acercando, lentamente, la hora del almuerzo. Fumaré un cigarrillo, leeré alguito, me aburriré. Todo este post es de espera: como casi siempre sucede, cuando no se tienen intenciones literarias. Aunque, cuando se escribe algo literariamente, tantas veces he estado esperando, también. Ocupo el tiempo.

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